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Ocho inolvidables poemas de Quevedo

Un canto único al amor, la nostalgia, el pesimismo e, incluso, la burla.

26 de agosto de 2024. Estandarte.com

Qué: Ocho poemas de Quevedo Autor: Francisco de Quevedo

Poeta, novelista, político, moralista, asceta, misógino, burlón, genio del concepto y la palabra… Ese es Francisco de Quevedo (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645) y así se retrata en sus escritos.

Sus burlas a Góngora –ya famoso cuando él iniciaba su carrera– fueron una forma poco amable por no decir cruel de hacerse un nombre, ambición que no tardó en conseguir gracias a su prosa directa, llana y alejada de artificios (recordemos La vida del Buscón, llamado Pablos o Los sueños), y a una poética de enorme hondura.

Cantó al paso del tiempo, la sociedad en la que vive, la decadencia, la vejez o la nostalgia, pero sobre todo el amor, un amor vencedor de la muerte y cantado con tal sentimiento que lo sitúa –según el filólogo García de la Concha– en la cima de la poesía amorosa.

El soneto que encabeza nuestra selección es para el también filólogo y literato Dámaso Alonso (1898-1990) el mejor de Quevedo y de la literatura española.

 

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día;
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esa otra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía;
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

 

A una dama bizca y hermosa

Si a una parte miraran solamente
vuestros ojos, ¿cuál parte no abrasaran?
Y si a diversas partes no miraran,
se helaran el ocaso o el Oriente.

El mirar zambo y zurdo es delincuente;
vuestras luces izquierdas lo declaran,
pues con mira engañosa nos disparan
facinorosa luz, dulce y ardiente.

Lo que no miran ven, y son despojos
suyos cuantos los ven, y su conquista
da a l’alma tantos premios como enojos.

¿Qué ley, pues, mover pudo al mal jurista
a que, siendo monarcas los dos ojos,
los llamase vizcondes de la vista?

 

Definición de amor

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo.

 

Miré los muros de la patria mía

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

 

Fue sueño ayer

Fue sueño ayer, mañana será tierra.
¡Poco antes nada, y poco después humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo,
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.

Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa y es y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento
que a jornal de mi pena y mi cuidado
cavan en mi vivir mi monumento.

 

A un hombre de gran nariz

Érase un hombre a una nariz pegado,
Érase una nariz superlativa,
Érase una alquitara medio viva,
Érase un peje espada mal barbado;

Era un reloj de sol mal encarado.
Érase un elefante boca arriba,
Érase una nariz sayón y escriba,
Un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,
Érase una pirámide de Egito,
Los doce tribus de narices era;

Érase un naricísimo infinito,
Frisón archinariz, caratulera,
Sabañón garrafal morado y frito.

 

A un avariento

En aqueste enterramiento
humilde, pobre y mezquino,
yace envuelto en oro fino
un hombre rico avariento.

Murió con cien mil dolores
sin poderlo remediar,
tan sólo por no gastar
ni aun gasta malos humores.

 

Soneto amoroso

A fugitivas sombras doy abrazos;
en los sueños se cansa el alma mía;
paso luchando a solas noche y día
con un trasgo que traigo entre mis brazos.

Cuando le quiero más ceñir con lazos,
y viendo mi sudor, se me desvía,
vuelvo con nueva fuerza a mi porfía,
y temas con amor me hacen pedazos.

Voyme a vengar en una imagen vana
que no se aparta de los ojos míos;
búrlame, y de burlarme corre ufana.

Empiézola a seguir, fáltanme bríos;
y como de alcanzarla tengo gana,
hago correr tras ella el llanto en ríos.





 

Comentarios en estandarte- 2

1 | Juanfran 15-09-2022 - 01:04:27 h
Me parece que hay un error; el poema "A una rosa" que aquí se muestra es obra de Luis de Góngora Creo que sí escribió uno Quevedo con ese nombre, pero no es éste

2 | Estandarte.com 15-09-2022 - 18:26:25 h
Tienes razón, Juanfran. La hemos sustituido. Gracias por avisarnos.