Joan. Sobrevivir en la Guerra Civil Española; el cómic de Robin Wood

12 de abril de 2024. Iván de la Torre

Robin Wood repite en este trabajo su colaboración con Carlos Pedrazzini (con quien había creado la extraordinaria Morten en 1990) para registrar la vida de un joven obligado por la guerra civil a dejar su pueblo natal y cambiar completamente de vida, reflejando la realidad de una época compleja con un personaje con la edad suficiente para darse cuenta de cómo funcionan las cosas, aunque (todavía) no pueda cambiarlas.

Mónica: “Yo tengo el alma jorobada y deforme. Por fuera soy una dulce niñita y por dentro un monstruo, pero en un mundo de ciegos veo todo con claridad. Y tú eres como yo, Joan: otro monstruo con el alma retorcida. Al menos no te mientes a ti mismo, aunque mientas al resto de la humanidad”.

Joan: “Ahí va, Mónica, muy romántica con su capitán o lo que sea... Sabe dónde enterramos el botín con Rafael. ¿Puedo fiarme de que no diga nada? Es una bruja enferma e impredecible. Creo que ha llegado el momento de largarme del pueblo. Ni en broma pienso en alistarme. Ya he visto campos de batalla y no quiero ser uno de sus muertos. Esta noche iré al cementerio y desenterraré el botín. Mi parte y, ¿por qué no?, la de Rafael, después de todo nunca fuimos realmente amigos. Sí... un hombre inteligente siempre sabe arreglárselas... Debo ser el único tipo feliz en esta guerra”.

Joan: “¡Claro que tengo miedo a morir! ¿Soy un idiota acaso? ¡Mi pellejo es mi único tesoro y quiero cuidarlo!”.

Joan: “Debo estar mal del oído o de la cabeza. ¿Quieres ir al frente? ¿A qué hombre con dos dedos de frente se le ocurriría ir allí excepto a los salvadores del mundo?”.

Joan: “Mi primer muerto... la verdad es que no fue tan difícil. ¡Y ahora a cenar!”.

Robin también muestra la desesperación callada de hombres acostumbrados a ser maltratados por sus patrones gracias a una relación de semi-esclavitud normalizada por la costumbre, donde el dueño de la tierra imponía su voluntad y controlaba todo a través de la política, la policía y la Iglesia:

«Paco: La lluvia es buena para los cultivos, Joan. En mi aldea, yo, mis hermanos y mi padre éramos todos labradores y la lluvia era buena.

Joan: Ya... es buena para los campos de tu amo, que ni los huele mientras tú te partes los riñones con tus hermanos, padres, hijos y nietos por un pedazo de pan y una choza”.

Joan: ¿Que te ha pasado?

Maruja: Estoy ayudando en la casa del amo... Un dinero extra, ya sabes... pero parece que hice algo que molestó a la señorita... me arañó...

Joan: ¿Arañó? ¡Casi te saca la mejilla! ¿Se lo dijiste al amo?

Maruja: ¿Estás loco? Estas cosas se callan...».

Lo que diferencia a Joan de los clásicos antihéroes woodianos es su total carencia de escrúpulos, su obsesión por sobrevivir sin importar el precio que deba pagar, como le dice una de sus amantes: «Eres un rufián que sabe lo que quiere y al que no le importa cómo conseguirlo. A ti no te matan ni con una bala bendecida».

A través de las rocambolescas aventuras del protagonista intentando atravesar una España en plena guerra civil, Robin reconstruye una época brutal, burlándose tanto de los autoritarios como de los intelectuales extranjeros que buscan una excusa para hacerse famosos mientras son otros los que mueren en los campos de batalla:

«Joan: Yo no tengo interés en ir al maldito frente.

Ernest Hemingway: En cambio yo vuelvo a él.

Joan: Tú irás porque te gusta ser admirado y estás loco. Apuesto a que estarás en todas las guerras tratando de no envejecer».

A diferencia del viejo Ernest, decidido a inmortalizarse contando historias sobre la esquiva “gracia en combate”, Joan es un hombre común cuya moral se construye en base a la realidad que le imponen sus necesidades cotidianas:

«Rata: ¿Y qué haremos en Barcelona?

Joan: Lo mismo que hemos hecho en Madrid, sobrevivir, que ya es bastante complicado... evitaremos los caminos. Por allí andarán franquistas y republicanos, y ambos son malas noticias para nosotros. Lo más probable es que nos fusilen. Solucionan con facilidad las cuestiones dudosas».

El tono de la narración, heredero de la mejor picaresca española, le permite a Robin mostrar sin discursos moralizantes la irracionalidad de la guerra y todos los abusos que se cometen en nombre de ideales como libertad, fraternidad e igualdad:

«Joan: Tu eres soldado desde hace más de veinte años. Has peleado en Marruecos contra los rifeños, en Asturias contra los mineros y ahora contra los rojos. ¿Y qué has ganado con tanta valentía y lealtad? ¿Una paga de cicatrices y estar trotando otra vez en el barro para hacer algo suicida enviado por un oficialete que estará en estos momentos en su tienda, tomando vino y fumando un cigarro después de cenar?».

Sin embargo, fiel a los principios que le permitieron construir antihéroes como Nippur de Lagash, Mojado, Savarese y Morten, Robin no puede evitar rendirle homenaje a todos los hombres que murieron luchando por lo que consideraban un futuro mejor para sus hijos, en una España donde, hasta ese momento, los pobres apenas tenían para comer y debían soportar la tiranía de los terratenientes que se apoyaban en la policía y la iglesia para reprimir cualquier intento de cuestionar sus derechos o cambiar las cosas.

El rata, uno de los mejores amigos de Joan, sintetiza muy bien la situación: «Soy un delincuente y no tengo honor ni sueños... pero esos locos poseen ambas cosas y luchan por ellas. Se merecen respeto. Son leones y nosotros gusanos. Si fuera otra clase de hombre iría con ellos... pero no lo soy. A veces los envidio. Tuve dos hermanos menores que fueron con ellos. Uno murió en Toledo, el otro en Badajoz».