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Savarese: contra los criminales, los matones, los violentos

Un hombre que ve cómo un grupo de delincuentes explota a los demás sin que nadie haga nada para detenerlos.

07 de febrero de 2024. Estandarte.com

Qué: Savarese Autores: Robin Wood (guion); Cacho Mandrafina (dibujo) Editorial: 001 Ediciones Año: 2013 Páginas: 176 Precio: 15,68 €

En Savarese, Robin recupera la indignación de Big Norman, pero con un tono mucho más oscuro porque el protagonista ya no es un detective que resuelve casos que no lo involucran personalmente, sino un hombre que ve, desde su infancia, cómo un grupo de delincuentes explota a los demás sin que nadie haga nada para detenerlos, resignados a ser víctimas de los violentos de turno.

«¡Estoy harto de oír eso! ¡Nunca se trata de tu gente! ¡Y un día ocurre! ¡Un día será tu familia y tu casa y tu pueblo y los tendrás que defender solo porque los demás pensarán igual! ¡Y los ladrones y asesinos se revolcarán de risa mientras nosotros nos dejamos solos los unos a los otros! ¡Mis padres fueron asesinados en Sicilia sin que nadie alzara un dedo porque todos pensaban como tú! ¡Mi mejor amigo fue acribillado en Nueva York y la gente no quiso ni acercarse a él mientras se desangraba! ¿Por qué? ¡Porque no querían meterse en líos! Pues bien, ¡yo voy a meterme en líos! ¡Yo no voy a cerrar los ojos mientras veo a escoria como ésa atropellando a los que no se pueden defender! Por todas partes encuentro lo mismo. En Sicilia. En América. Los criminales, los matones, los violentos están en todas partes».

En esta novela gráfica, Robin invierte el argumento de El padrino haciendo que, tras el asesinato de sus padres en Italia y su exilio obligado en Norteamérica, Giovanni Savarese no se convierta en mafioso sino en agente del FBI, cansado de ver y sufrir en carne propia el maltrato de los matones.

«Ellos están en todas partes. Aquí, igual que en Sicilia, cuando mataron a mi familia. Corrompen todo, usan las leyes para su beneficio. Asesinan y se enriquecen con la miseria de otros, como sanguijuelas. Ellos son un poder aparte, independiente del de los Estados Unidos. Salvatore Maranzano, Al Capone, Joe Adonis, Frank Castello, Vince Mangana y Lucky Luciano son reyes en sus ciudades. tiene ejércitos, verdugos y fortalezas. Las cinco familias dominan todo. El juego, las drogas, los sindicatos. En la costa oeste han metido mano en el cine. El contrabando de whisky es todo de ellos. Tienen millones de dólares, abogados, hombres fuertes, todo lo necesario. Pueden sobornar y pueden matar. Ni siquiera dentro de las cárceles pierden su poder. Ahora las muertes se deciden por votación. Generalmente se trata de evitarlas porque traen mala publicidad, pero de todas maneras las familias controlan muchos periódicos, así que pueden detener hasta eso».

A diferencia de tantos intelectuales empeñados en construir mitos románticos sobre ladrones y asesinos (lo que, en parte, hace comprensible la admiración de tantos escritores fascinados por dictadores como Fidel Castro, Stalin o Mao, acostumbrados a imponer su voluntad mediante la intimidación y el miedo), Wood siempre se negó a ser seducido por la retórica de los autoritarios y mostró descarnadamente a las víctimas sobre las cuales los violentos construyen su poder.

«Los pequeños barrios atestados con sus dialectos mezclados, eternamente enraizados en esos habitantes estólidos, estupefactos, perdidos en su nueva vida y en este mundo que poco de nuevo les había traído. Allí estaba el trabajo abrumador y los cuartos atestados y las callejuelas fangosas de la 'Piccola Italia'. Allí morían los sueños de los inmigrantes perdidos en ese mundo hostil. Y, como un enfermo que trae su mal consigo, también había traído a sus rufianes, a sus entrenados hombres de violencia, a aquellos que sabían moverse en todos los medios con un único sistema: el miedo. Siempre están allí donde hay gente débil. Siempre saben cómo golpear, cómo amenazar... Igual que en Sicilia. Igual que en todo el mundo, seguramente... Nada es fácil en este mundo gris donde todos parecen haber sido olvidados por la vida, donde la luz se ha ajado como un papel viejo».

Robin se niega a mitificar a los matones y desnuda, a través del lento, agotador y frustrante derrotero de su antihéroe, desde Sicilia a Nueva York, las diversas encarnaciones del autoritarismo, desde los primitivos mafiosos italianos en sus pequeñas aldeas imponiendo la omertà hasta los sofisticados gánsteres norteamericanos, hombres duros e inteligentes, conscientes de su impunidad, decididos a destruir a cualquiera que se atreva a cuestionar su poder o denunciarlos, en una sociedad que, paradójicamente, los convirtió en héroes a través de periodistas, guionistas y cineastas que, para vender más, olvidaron el lado desagradable del mito romántico (posiblemente Norman Mailer fue quien más lejos llegó en esa mitificación, ayudando en 1981 a liberar a Jack Abbott, un convicto que, en su primer mes libre, terminó asesinando a un mozo de una puñalada en el pecho por no permitirle usar el baño).

A diferencia de ellos, Robin mantuvo su indignación original (recordemos la contundente declaración de Big Norman: «He aprendido a odiar salvajemente a los bastardos que despedazan a los indefensos, a los que no tienen con qué y cómo defenderse. Oh, sí. Odio a esos bastardos...”) contra todos los que disfrutan sometiendo y humillando a los demás, hombres que se hicieron ricos explotando el trabajo ajeno: “Odio el abuso y la brutalidad. Odio el crimen. Odio la impunidad del asesino. Odio ver los cadáveres de las víctimas y saber que en algún rincón oscuro hay un bastardo riendo en voz baja».

Cacho Mandrafina, el dibujante de la serie, contó su experiencia trabajando durante una década en esta inolvidable novela gráfica: “La continuidad del personaje a través de tantos años (se publicó interrumpidamente desde 1978 hasta 1989) fue lo que desarrolló eso que el lector puede identificar como ‘estilo Mandrafina. Iba resolviendo los problemas a medida que se presentaban. Esa acumulación de trabajo es lo que creo que consolida una forma de dibujar que se puede identificar. Por eso creo que en Savarese es donde se consolida mi forma de contar. En eso influye mucho Robin (Wood), que posee una gran fluidez en el relato, lo cual permite trabajar muy rápido. Personalmente no soy de darle mucha importancia a los pedidos específicos de los guionistas. Me gusta dar una visión diferente. Armo como un contrapunto entre la sugerencia del guionista y lo que yo quiero ver de la historia. Pero las historias de Robin se cuentan solas. Era extraordinario como –aunque yo no hacia el enfoque que pedía el guion– la historia, los diálogos, la manera de pasar de una escena a otra y los personajes, todo hacía que fuera muy sencillo contarlas”.

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