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Julio Verne: su vida y su obra
Verne miró, descubrió el futuro y regaló emocionantes aventuras para soñar.
22 de septiembre de 2024. Estandarte.com
Qué: Julio Verne: su vida y su obra
No vivió grandes aventuras, pero fue capaz de imaginarlas; nunca llegó al centro de la tierra, ni al polo, ni dio la vuelta al mundo –¡qué más hubiera querido!–; ni supo que el hombre sí llegó a la luna ciento cuatro años después de escribir De la tierra a la luna; ni se sumergió en ningún submarino (el de Isaac Peral, el primero de la historia, se botó en 1888), pero describió todo aquello como si lo estuviera viviendo, como si estuviera sintiendo las mismas emociones que sus protagonistas.
Ese aventurero de despacho era Julio Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905), un ser inquieto, que nació, creció y se desarrolló en una familia y un ambiente burgués y conservador, y que parecía tener la biografía marcada al ritmo de los pasos de su padre.
Así, pasó del colegio en Nantes a la universidad de París donde estudió leyes, y donde, para regocijo de tantas generaciones de lectores, conoció con los Dumas el ambiente literario y se negó a ejercer la carrera, lo que se tradujo en el distanciamiento padre e hijo y en la pérdida de la asignación con la que se mantenía.
Sin recursos, se prodigó en diversos trabajos que alternó con la escritura de relatos, libretos de operetas, novelas cortas y teatro. Y fue Alejandro Dumas hijo quien le ayudó a mantenerse a flote recomendándole como secretario del Teatro Nacional y animándole a estrenar en 1850 la obra Las pajas rotas. No tuvo éxito alguno.
Su boda en 1857 con Honorine Deviane Morel, una viuda con dos hijas, tuvo todos los visos de ser de conveniencia y apenas cambió su vida; no olvidemos su reconocida misoginia. Tuvieron un hijo, Charles, con el que no mantuvo buenas relaciones, hicieron algún viaje juntos, pero pronto empezó a moverse en solitario.
Su gran amistad con el periodista y fotógrafo Nadar –curioso y entusiasta como él, apasionado por el vuelo y los medios necesarios para lograrlo– tuvo gran incidencia en su visión del mundo futuro, en las innovaciones de su presente y en la creación de su primera narración aventurera. Hablaban, buscaban, investigaban cómo perfeccionar los aparatos voladores y, de todo ello, nació una gran novela, Cinco semanas en globo (1863), un viaje protagonizado por tres ingleses que tratan de recorrer África de este a oeste, en un mundo desconocido, lleno de peligros, en el que, como vamos a encontrar en la mayoría de sus obras, juegan la aventura, el humor y el afán por dar a conocer y describir territorios y medios nuevos.
Por medio de Nadar conoce a Pierre-Jules Hetzel, dueño de una revista de ilustración y recreo. Publicó la novela por entregas en su revista, con un éxito tan rotundo, que se saldó con un contrato a veinte años y un pago de 20 000 francos anuales.
El proceso creativo se tornó imparable. Verne es un escritor imaginativo, no hay duda, pero sobre todo es un hombre de un siglo, el diecinueve, destacado por la curiosidad, los avances en ciencia y tecnología. Cada nueva novela lleva detrás lecturas de libros y revistas, búsquedas, documentación, mapas…, que nos sumergen en geografías distantes y nos atrapan con aventuras inimaginables.
Después de ese viaje en globo llegó Viaje al centro de la tierra (1864), una expedición protagonizada por personajes intrépidos como el profesor Otto Lidenbrock, su sobrino Axel y el cazador y guía islandés Hans, que se introducen en el interior de la tierra bajando por el cráter de un volcán, descuben animales milenarios, túneles, mares, pasan mil apuros… Una aventura emocionante que también describe minerales, terrenos y animales con extraordinaria exactitud.
Mas tarde, con De la tierra a la Luna (1865), escapó al espacio exterior, en una odisea que se pone en marcha con el lanzamiento de un proyectil desde un enorme cañón. Dos curiosidades a destacar en esta novela de carácter científico con tintes satíricos: retrata a su amigo fotógrafo con el nombre de Michel Ardan (anagrama de Nadar) y cuenta que el proyectil de ficción tardó en llegar a la luna cuatro días y una hora (en 1969 el viaje de la NASA duró exactamente cuatro días).
Al año siguiente publicó La isla misteriosa, todo un tratado de supervivencia liderado por el ingeniero Cyrus Smith que cae de un globo junto a sus cuatro compañeros en una isla de extraños acontecimientos.
Allí, en su mesa de trabajo, continuó ideando historias nacidas de sus intereses y aficiones. El mar, la navegación (tuvo tres barcos y con uno de ellos conoció Vigo, Lisboa, Cádiz, Gibraltar, Málaga) formaron parte de una pasión que traslada a Los hijos del capitán Grant y sobre todo a ese prodigio de aventura marina que es Veinte mil leguas de viaje submarino (1869 y 1870); el relato lleva al biólogo Michel Aronnax, a su criado Conseil y al arponero Ned Land, recogidos por el Nautilus a conocer al atormentado capitán Nemo, a recorrer Polinesia, el mar Rojo, Oriente, el Mediterráneo, a saber de los mecanismo de la navegación bajo el agua y a asombrarse con inventos como la escafandra, los fusiles de balas eléctricas o las máquinas para mejorar el aire.
Del mar pasa a tierra, a su geografía y a las expediciones, tan en boga en aquellos años, como vemos en Las aventuras del capitán Hatteras (1866) y su intento de llegar al polo norte; en esa joya literaria, La vuelta al mundo en ochenta días (1873,) que al tiempo que retrata el carácter inglés del protagonista, Phileas Fogg, nos traslada en tren, barco, elefante o trineo en un apasionante y divertido recorrido que va de Londres, pasando por ciudades como París, Brandisi, Calcula, Shanghái, San Francisco o Nueva York, para llegar de nuevo a Londres y ganar su apuesta; o en el peligroso recorrido de Moscú a Irkutsk en Siberia que relata en Miguel Strogoff (1876), un personaje heroico, al que el zar encarga llevar, en secreto y sin revelar su identidad un mensaje a su hermano para prevenirle del acecho de una seria traición. La aventura se salpica con detallados retratos de paisajes y ciudades que podemos ver como si estuviéramos allí.
Los años 1880 y 1881, después de trasladarse a vivir a Amiens, los dedicó a recorrer Irlanda, Escocia, Noruega, Inglaterra, el mar del Norte y el Báltico. En el 83 se publicó París en el siglo XX, una incursión al mundo del futuro con una novela, escrita en 1863, que retrata un mundo de rascacielos, coches de gas, trenes velocísimos o redes mundiales de comunicación que, sin embargo, no son capaces de proporcionar felicidad a su protagonista. Era tal el pesimismo que transmitía que el editor decidió posponer veinte años su salida.
La esfinge de los hielos, Los quinientos millones de la Begún, Dueño del mundo, El soberbio Orinoco, Una ciudad flotante o Ante la bandera ponen de relieve la capacidad de Verne para entretener y llevar a todos el conocimiento, sin rastro del cansancio que puede provocar un relato de ciencia puro y duro.
La vida, que ya le había causado serios problemas con su hijo y su sobrino, le golpeó con la muerte en 1887 de su editor, Hetzel, y de su madre, situación que se tradujo en libros más sombríos. Decidió entrar en política, se presentó en 1888 a las elecciones municipales y salió elegido concejal, trabajo al que se dedicó en cuerpo y alma.
Su salud, que nunca fue buena (los primeros años de privaciones dejaron huella), se agravó a causa de una diabetes. Murió el 24 de marzo de 1905 y está enterrado en el cementerio de La Madeleine de Amiens. Sus últimas novelas, La invasión del mar y El faro del fin del mundo, fueron supervisadas por su hijo Michel.
Con Julio Verne desapareció una de los escritores más importantes de Francia, un autor que hizo soñar a la juventud con sus maravillosos inventos y la llevó a gozar del mundo, escapando de las paredes, de la mano de sus héroes y aventureros.
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