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El comienzo de 'El viejo y el mar'

El principio de la célebre novela de Ernest Hemingway.

25 de septiembre de 2024. Estandarte.com

Qué: El principio de El viejo y el mar. Autor: Ernest Hemingway.

El 2 de julio de 1961 fallecía Ernest Hemingway. Pionero al enfrentar la realidad con la ficción, le recordamos por sus novelas, por sus cuentos y por sus trabajos como periodista, avanzando muchas de las claves de la posterior literatura estadounidense: el estilo seco y minimalista, la influencia de la realidad... Uno de los ejemplos es su novela El viejo y el mar.

Ernest Hemingway nació en Oak Park (Illinois) el 21 de julio de 1899, y se suicidó en Ketchum (Idaho) el 2 de julio de 1961. Se alistó para luchar en la Primera Guerra Mundial, pero en 1918 fue herido y tuvo que volver a casa, zanjando unas experiencias que plasmaría en su novela Adiós a las armas (1929). La Guerra Civil Española y algunos acontecimientos fundamentales de la Segunda Guerra Mundial, como el desembarco de Normandía o la liberación de París, los vivió en primera persona.

En París trabajó años antes como corresponsal de prensa, y allí escribió su primera novela, Fiesta (1926), provocado por la admiración que despertó en él la lectura de El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. La presencia de su país de residencia, Francia, y España, también se reflejó en Por quién doblan las campanas (1940).

Antes Ernest Hemingway había publicado el libro de relatos Hombres sin mujeres (1927), Muerte en la tarde (1929), Las verdes colinas de África (1935) o Tener y no tener (1937), y había escrito su única obra de teatro, La quinta columna (1937).

Ernest Hemingway escribió El viejo y el mar en 1952. La inspiración no surgió de forma espontánea, sino que se debió a un encargo de la revista Life. En mayo de ese año recibió el Premio Pulitzer, y dos años más tarde, en 1954, logró el Premio Nobel de Literatura. A partir de entonces escribió París era una fiesta, su libro de memorias, entre otras obras. Hemingway vivió en Canadá, Francia, Reino Unido y Cuba, además de en Estados Unidos, y viajó a África en varias ocasiones.

Quisiéramos recordar a Ernest Hemingway con el inicio de El viejo y el mar, escrita en 1951 durante su estancia en Cuba, y publicada un año más tarde. Hemos recurrido a la traducción de Miguel Temprano García que Lumen publicó en 2010:

«—Si sigue usted tan fuerte como dice, no habrá pez que pueda con usted. —Quizá no lo sea tanto como creo —repuso el viejo—. Pero conozco muchos trucos y soy un hombre decidido.

—Debería irse a dormir para estar despejado por la mañana. Llevaré las cosas de vuelta a la Terraza.

—Buenas noches. Te despertaré por la mañana.

—Es usted mi reloj despertador —dijo el muchacho.

—El mío es la edad —respondió el otro—. ¿Por qué madrugaremos tanto los viejos? ¿Será para alargar el día?

—No sé —dijo el chico—. Lo único que es seguro es que los jóvenes duermen mucho y tienen el sueño profundo.

—Lo recuerdo —dijo el viejo—. Te despertaré a tiempo.

—No me gusta que me despierte él. Me hace sentir inferior.

—Lo sé.

—Que duerma bien.

El chico se fue. Habían cenado sin luz en la mesa, el viejo se quitó los pantalones y se metió en la cama en la oscuridad. Enrolló los pantalones para hacerse una almohada y metió dentro el periódico. Se arrebujó en la manta y durmió sobre los otros periódicos viejos que cubrían los muelles del colchón.

Se quedó dormido enseguida y soñó con África cuando era un muchacho, con las playas largas, doradas y tan blancas que herían la vista, y con los cabos y las gigantescas montañas marrones. Últimamente habitaba esa costa todas las noches y en sus sueños oía el rugido de las olas y veía los botes de los nativos entre la espuma. Olía el alquitrán y la estopa de la cubierta mientras dormía y también el olor de África que traía el viento terral por las mañanas.

Por lo general se despertaba al oler aquella brisa, se vestía e iba a despertar al chico. Pero esa noche el olor de tierra llegó muy temprano y supo que era demasiado pronto, por lo que siguió durmiendo para contemplar los picos nevados de las islas alzarse en el mar y luego soñó con los puertos y las radas de las islas Canarias.

Ya no soñaba con tormentas, ni con mujeres, ni con grandes acontecimientos, ni con grandes peces, ni con peleas, ni con demostraciones de fuerza, ni siquiera con su mujer. Solo soñaba con lugares donde había estado y con los leones en la playa. Jugaban como gatitos al atardecer y los quería como quería al chico. Nunca soñaba con él. Solo se despertaba, veía la luna por la puerta abierta, desenrollaba los pantalones y se los ponía. Orinaba fuera de la cabaña y subía por el camino para ir a despertar al chico. Temblaba con el fresco de la mañana. Pero sabía que temblando entraría en calor y que pronto estaría remando.»

 

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