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'Fiesta', de Ernest Hemingway

La influencia de los sanfermines en el escritor.

16 de abril de 2024. Estandarte.com

Qué: Fiesta, sobre los sanfermines de Pamplona. Autor: Ernest Hemingway. Editorial: Charles Scribner's Sons. Año: 1926.

Ernest Hemingway llegó por primera vez a Pamplona el 6 de julio de 1923. Ese día se había lanzado el chupinazo que marcaba el inicio de las Fiestas de San Fermín, y Hemingway llegaba procedente de París, ciudad en la que residía y que por entonces no se acababa nunca.

El escritor quedó tan impresionado por el espectáculo taurino que situó en Pamplona parte de su primera novela, The Sun Also Rises —traducida al español como Fiesta, veintidós años más tarde de su primera edición en inglés—, escrita en 1926 y publicada ese año en Nueva York por Charles Scribner's Sons. En 1957 se rodó una versión cinematográfica, dirigida por Henry King y con guion de Peter Viertel, y en la que aparecen —entre otros— Ava Gardner, Tyrone Power, Mel Ferrer, Errol Flynn o Juliette Greco.

Fiesta está protagonizada por una serie de personajes que sufren las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, con especial atención al periodista Jake Barnes —trasunto de Ernest Hemingway, en cierto modo— y la enfermera Brett Ashley, que mantuvieron una relación durante la contienda. Después de reencontrarse en el círculo de los exiliados estadounidenses en París —lugar en el que se desarrolla el tramo inicial de la novela—, ambos viajan a España junto a sus amigos Mike —prometido de Brett—, Cohn —que mantuvo con ella un breve romance semanas antes— y Bill.

En los sanfermines conocen al torero Pedro Romero, entre otros personajes de la ciudad de Pamplona a los que no cuesta identificar, pese a advertir en la dedicatoria que «ninguno de los personajes de este libro está tomado de la realidad». En el primer tramo se especifica que «este libro está dedicado a Hadley [Elizabeth Hadley Richardson, primera esposa de Hemingway, con quien estuvo casada entre 1921 y 1927] y a John Hadley Nicanor [primer hijo de Hemingway, nacido en 1923 y fruto de su matrimonio con Elizabeth]».

La relación entre Ernest Hemingway y Pamplona no se limita a esa visita inicial y a la escritura de Fiesta. Hemingway asistió a los sanfermines en 1923, 1924, 1925, 1926, 1927, 1929, 1931, 1953 y 1959, con el largo paréntesis de la Guerra Civil Española —en la que se implicó a favor de la República— y los primeros años de la posguerra.

El escritor disfrutó del ambiente pamplonica en establecimientos que todavía siguen abiertos, como el Hotel Yoldi o algunos de los locales de la Plaza del Castillo (café Iruña, hotel La Perla o bar Txoko), que también le servirían de inspiración para una novela posterior, Muerte en la tarde (1932).

Recordamos un fragmento de Fiesta:

«Afición significa pasión. Un aficionado es alguien que se apasiona por las corridas de toros. Todos los buenos toreros se alojaban en el hotel de Montoya; es decir, todos los que tenían afición se alojaban allí. Los toreros comerciales se alojaban allí una vez, quizá, y luego no volvían más. Los buenos volvían cada año. En la habitación de Montoya estaban sus fotografías, dedicadas a Juanito Montoya o a su hermana. Las fotografías de los toreros en quienes Montoya había creído realmente estaban enmarcadas. Las de los toreros que no habían poseído el don de la afición Montoya las guardaba en un cajón de su escritorio. Con frecuencia llevaban dedicatorias de lo más halagador, pero no significaban nada. Un día Montoya las sacó todas y las echó a la papelera. No las quería tener cerca de él.

»Hablábamos con frecuencia de toros y de corridas. Me había hospedado en el Montoya durante varios años. En ninguna ocasión hablamos durante mucho rato; teníamos bastante con el placer de descubrir nuestras emociones recíprocas. Había hombres que venían de ciudades lejanas y, antes de marcharse de Pamplona, se paraban a hablar unos minutos de toros con Montoya. Estos hombres eran aficionados. Los aficionados encontraban siempre habitaciones, incluso cuando el hotel estaba lleno. Montoya me presentó a unos cuantos. Al principio eran siempre muy educados y les hacía mucha gracia que fuera americano. Sea por lo que sea, daban por supuesto que un americano no podía sentir afición. Podía fingirla, o confundirla con la excitación, pero no sentirla realmente. Cuando veían que yo sentía afición —y para descubrirlo no había santo y seña ni preguntas preparadas de antemano, sino más bien una especie de examen oral espiritual, con preguntas que nunca parecían tales, y siempre un poco a la defensiva—, se repetía siempre este gesto de ponerme la mano en el hombro con aire de incomodidad, o un bueno,hombre. Pero casi siempre había el contacto físico; parecía que tuvieran que tocarle a uno para estar seguros.

»Montoya podía perdonárselo todo a un torero con afición. Podía perdonarle crisis nerviosas, pánico, malas acciones inexplicables,toda clase de errores. Por uno que sintiera afición podía perdonar cualquier cosa. Me perdonó al instante a todos mis amigos, y no dijo nunca nada. Eran simplemente algo un poco vergonzoso que había entre los dos, como el que a los caballos les salieran las entrañas en una corrida de toros.»

 

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