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Sylvia Plath en clave poética

Su poesía descubre un universo complejo de sentimientos universales.

25 de abril de 2024. Estandarte.com

Qué: La poesía de Sylvia Plath Autora: Sylvia Plath

Escribía Ana María Moix en el prólogo de Cartas a mi madre de Sylvia Plath (Ediciones Grijalbo, 1989) que en esta autora estadounidense vida y escritura aparecen tan íntimamente ligadas “que resulta prácticamente imposible adentrarse en su obra sin hacer referencia a su biografía”.

Plath es citada, junto a Anne Sexton, como una de las voces más importantes en la poesía confesional, si bien Sylvia Plath también escribió prosa. Desde Estandarte recordamos a esta gran escritora, por eso ahora esbozamos solo unas pinceladas de su vida para contextualizar su obra poética, faceta por la que es más conocida, aunque no fue la única que desarrolló.

Plath nació en Boston el 27 de octubre de 1932. Su padre, Otto Plath, era entomólogo y profesor universitario de biología. Numerosos estudios sobre la obra de Sylvia Plath identifican que sobre ella planea la sombra de su padre y de su muerte cuando la escritora aún era una niña, en 1940; según detalla Moix en el citado prólogo hubo otra figura también determinante y con una gran influencia sobre la escritora: su madre, Aurelia Schober.

A los ocho años, Plath ya mandaba poemas a revistas y tenía clara su vocación de poeta, además quería impartir clases y ser madre. Logró las tres cosas, y en el caso de la escritura con reconocimiento, aunque no comparable con el que alcanzó una vez muerta. En vida tuvo que aceptar muchas devoluciones de material sin publicar y pasó etapas de penurias económicas. Era extremadamente exigente consigo misma, ambiciosa y con una frágil sensibilidad. Brillante académicamente y con una pasión desbordada por las palabras y sus sentidos (“Mi vida será una constante búsqueda de nuevas maneras y palabras para expresarlo”, escribió a su madre en una ocasión), vivió en Estados Unidos e Inglaterra, se casó con el también poeta Ted Hughes, padre de sus dos hijos, y también una figura clave en su vida y, por lo tanto, en su obra.

Sylvia Plath se suicidó el 11 de febrero de 1963, no era su primer intento. Su poema Señora Lázaro (escrito el 29 de octubre de 1962, el mes en que se separó de Ted Hughes) habla de la complicidad con la muerte con un tono casi irónico que estremece:

Morir
es un arte como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de devoción.

 

Tenía 31 años, y dejaba tras de sí –aparte de esos dos hijos a los que dejó el desayuno preparado antes de meter la cabeza en el horno– una obra muy sólida, entre sus poesías, una novela autobiográfica (La campana de cristal, 1963), cuentos, un diario y correspondencia. El coloso es el único de sus libros de poemas que Plath vio publicado, el resto aparecieron después de su muerte y fue Ted Hughes el que se encargó de su edición: el primero de ellos fue Ariel, en 1965, en el que Hughes no respetó el orden que la poeta había establecido y modificó la selección de poemas. Volvió a editarse en 1967, recuperando algunos de los poemas escogidos por Plath y la organización se acercó más a la que ella imaginó. Después vendrían Cruzando el agua, Tres mujeres, Árboles de invierno y, en 1981, los Poemas completos, con el que se concedió a Sylvia Plath de forma póstuma, el premio Pulitzer. El escritor Xoán Abeleira, traductor del volumen de esos poemas completos publicados por Bartleby Editores –que se presenta en edición bilingüe–, aplaude “la manera concatenada, casi irracional, como una suerte de escritura automática, en la que crea sus imágenes”. Plath descubrió y siguió la liberación de la poesía que reconoció en Robert Lowell, dejando que esta conjugara fantasía y realismo biográfico con un lenguaje preciso, en el que su amigo y crítico Al Álvarez –que tras su muerte escribió El dios salvaje. Un estudio del suicidio– reconoció “la nada ostentosa amplitud de su vocabulario, su oído para los ritmos sutiles y la seguridad con la que empleaba rimas y semirrimas”.    

Sus poemas provocan, piden otra lectura, conmueven, a veces pesan, como estos versos de Lesbos:

Ahora estoy callada, con el odio
hasta la barbilla,
espeso, espeso.
No hablo.
Estoy empaquetando las duras patatas como si fueran ropa de vestir
estoy empaquetando a los niños,
estoy empaquetando a los gatos enfermos.

 

En una de las cartas que escribió a su madre (y que luego esta recuperaría para su publicación), Plath habló de sus poemas y, aprovechando las palabras de Hughes, los calificó como, “fuertes, intensos y llenos de contenido […] llenos de esfuerzo, sudor y jadeos, nacidos de la forma en que deberían decirse las palabras”. Al releer Tres mujeres se siente, hasta casi tocarla, esa intensidad. Se trata de un poema a tres voces con la maternidad como tema central, abordado desde tres miradas, tres experiencias completamente diferentes que comparten, en la escritura de Plath, la capacidad de contagiar lo que expresa. Universalizar lo que la poeta siente. Lo concibió para ser leído en voz alta y así lo hizo en la BBC en 1962. Contiene versos desgarradores. Con algunos de ellos –tomados de la maravillosa edición de Nórdica con traducción de María Ramos y e ilustraciones de Anuska Apelluz– acabamos:  

Soy acusada. Sueño masacres.
Soy un jardín de agonías rojas y negras. Las bebo,
odiándome a mí misma, odiándome y temiéndome. Y ahora
el mundo concibe su final y corre hacia él, con los brazos
abiertos y llenos de amor.
De un amor mortal que lo enferma todo.
Un solo muerto tiñe los periódicos. Es rojo.
Pierdo una vida tras otra. La negra tierra se las bebe.

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