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Charles Dickens: vida y obras

Retrató la Inglaterra victoriana, con sensibilidad y brillantez narrativa.

07 de febrero de 2024. Estandarte.com

Qué: Biografía de Charles Dickens

“El niño no tenía amigos de los que ocuparse, ni que se ocupasen de él. No tenía fresco en el pensamiento el lamento de ninguna separación reciente. […] Sin embargo, su corazón estaba afligido, y Oliver deseó, mientras se arrastraba para acostarse en el angosto lecho, que este fuese su ataúd, para poder así descansar en un sueño largo y profundo bajo la tierra del camposanto, con la alta hierba ondeando dulcemente sobre su cabeza y el sonido de la vieja y grave campana tranquilizándole mientras dormía”. Ese Oliver es Oliver Twist, el protagonista de uno de los libros en los que Dickens noveló algunos de los momentos de su vida.

Al contrario que Twist, Charles Dickens no era huérfano, pero con 12 años empezó a trabajar y conoció las horribles condiciones de vida de las clases más humildes en la Inglaterra del XIX. Aquello marcó de forma determinante su infancia, su vida y su obra; una obra importantísima en la historia de la literatura. “Cualquier meditación sobre el genio en relación con los novelistas que escriben en inglés tiene que empezar y terminar con Dickens”, sentenció Harold Bloom en su Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares (Anagrama)

Charles Dickens nació en Portsmouth el 7 de febrero de 1812. Muy pronto su familia se mudó a Chatham, en Kent, donde pasó los años más felices de su infancia entre lecturas, obras de teatro inventadas por él y duetos cantados con una de sus hermanas (en total fueron ocho hermanos). En 1822 se trasladaron a Londres y dos años después su padre, John Dickens –un funcionario que despilfarraba el dinero y arruinó a su familia–, fue encarcelado por deudas.

En aquella época en Inglaterra la familia de un preso podía vivir en prisión. Eso ocurrió con los Dickens, salvo con nuestro protagonista. A Charles, que apenas había pasado por la escuela dos años –su formación fue prácticamente autodidacta–, le tocó cubrir las necesidades de la familia con trabajos precarios, de jornadas maratonianas y mal remuneradas. Esa infancia robada y maltratada queda retratada en su obra. Novelas como Oliver Twist David Copperfield son a un tiempo reflejo y denuncia. Una herencia y la salida de su padre de prisión podrían haber aliviado su situación, pero su madre no le permitió dejar de trabajar.

En 1827 consiguió empleo como pasante en un despacho de abogados, un chico para todo, cada vez más apreciado y demandado porque destacaba en la técnica de la taquigrafía. Como expone el crítico, filósofo y ensayista Jordi Llovet en la estupenda introducción de Los papeles póstumos del club Pickwick (Penguin Random House, 2016) “[..] gracias a un empleo que le obligaba a una escritura rápida, pero también, en segunda instancia, gracias a una imprescindible organización escrupulosa de las notas, a una labor de síntesis, y, en definitiva, a una composición que tenía que ser, en el fondo, de cuño «literario», Dickens adquirió los rudimentos del oficio al que terminaría dedicándose el resto de su vida”.

Empezó con crónicas de tribunales y parlamentarias; a partir de 1836 se decidió también por asuntos de corte urbano y social inventados, pero que retrataban la realidad londinense. Esas Escenas de la vida de Londres por Boz se publicaban en el Monthly Magazine, tuvieron muy buena acogida y fueron el germen de las publicaciones por entregas en prensa de sus obras. De esta forma presentó en el Evening Chronicle Los papeles póstumos del club Pickwick, Oliver Twist y Nicholas Nickleby.

El mismo año que publicó las aventuras del club Pickwick, 1836, se casó con Catherine Hogarth, hija del editor del Evening Chronicle. Tuvieron diez hijos, pero nunca fue un matrimonio bien avenido ni feliz. Se separaron en 1858; el detonante definitivo de la ruptura fue el idilio del escritor con la joven actriz Ellen Ternan, Nelly. Esa relación, que intentó –sin conseguirlo– mantener en secreto a causa del puritanismo reinante, se prolongó hasta la muerte de Dickens.

Ellen Ternan fue el segundo gran amor de la vida de Dickens. El primero fue un amor de adolescencia, Maria Beadnell, en quien se ha reconocido a la Dora de David Copperfield, y que, según muestra la escritora y traductora Amelia Pérez de Villar en Dickens enamorado (Fórcola Ediciones), marcó profundamente al escritor. El padre de ella –banquero– se opuso a la relación: en ese momento, Dickens quería ser actor de teatro (una gripe impidió su debut en el escenario) y no tenía ni medios ni posibilidades.

Pero con el tiempo llegó a tenerlos. Dickens hizo mucho dinero: el público no solo respondió muy bien a sus libros, también acudía en masa a sus lecturas públicas, esas dramatizaciones que llevaba planteándose desde mediados de los años cuarenta y que se decidió a realizar cuando la separación de su mujer afectó a su economía. Él mismo escogía los fragmentos de los libros, se subía al escenario y los leía provocando todo tipo de reacciones: risas, llantos...

Su buena posición no le hizo olvidar el sufrimiento, el ajeno y el que conoció de niño. Utilizó su fama para impulsar la reforma de las prisiones, las escuelas y los asilos. Su voz siempre fue crítica, pero no política. En su primer viaje a Estados Unidos, en 1842, quedó desencantado al descubrir los mismos males que padecía Europa. Vertió sus críticas en conferencias en las que dejaba clara su oposición contra la esclavitud, en una serie de artículos y en Martin Chuzzlewit, novela que le procuró la antipatía de EE UU –sentimiento que duraría hasta 1867, fecha de su segunda visita en la que se ganó al público–. Ese libro tampoco gustó en Gran Bretaña, pero con la aparición de Canción de Navidad en 1843 recuperó el favor de su país.

A mediados de los años cuarenta recorrió Italia, Suiza y Francia. En ese periplo fue recogiendo apuntes e impresiones que darían forma a Estampas de Italia, un bello libro de viajes. En el semanario Household Words ­–fundado por él mismo en 1849– publicó desde 1860 y hasta su muerte las crónicas con sabor a relato de El viajero sin propósito. Gran paseante y excepcional observador, Dickens elaboraba esos retratos de ciudades con erudición e ironía, combinando datos biográficos con testimonios de época.

De entre todas las urbes hay una, Londres, con la que mantuvo una relación especial. “Londres influyó tanto a Dickens que se puede decir que su genio dependió del entorno londinense, fue un gran visionario que vio en las calles de Londres un universo entero, de alegría, de sufrimiento. Los dos estaban profundamente conectados y entre los dos crearon el más maravilloso retrato de la humanidad en el siglo XIX”, en palabras de Peter Ackroyd, autor de Dickens. El observador solitario (Edhasa, 2012).

En 1848 publicó Dombey e hijo, la novela que marcó el inicio de su etapa de madurez. La improvisación y la intuición de sus primeras obras dan paso a una meticulosa planificación; sus personajes encarnan la ambigüedad del ser humano, ya no son el bien o el mal, sino que en el mismo carácter conviven miseria y grandeza. Le seguirían grandes libros como David Copperfield –su primera novela en primera persona y su favorita–, Casa desolada, Tiempos difícilesHistoria de dos ciudades, Grandes esperanzas o Nuestro amigo común. Son obras de gran contundencia realista, sólidas estructuras narrativas, una exquisita humanidad, sensibilidad y destellos de humor, sátira y de esperanza. 

Murió a causa de una apoplejía el 9 de junio de 1870 en Gads Hill Place, la casa que había adquirido en 1856 en el condado de Kent, donde pasó los mejores años de su infancia. Llevaba un ritmo de trabajo extenuante entre los viajes, la literatura, el teatro y el periodismo, y, además, un accidente ferroviario en 1865 –del que tanto él como Ellen Ternan y la madre de esta salieron ilesos– había agravado su tendencia depresiva. Dickens está enterrado en la Esquina de los poetas de la abadía de Westminster. Todavía hoy su obra se edita, adapta y representa profusamente, y es considerado el más famoso novelista victoriano.

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