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El comienzo de Tiempos difíciles, de Dickens

Un retrato vivo e irónico de una sociedad en transformación.

19 de febrero de 2024. Estandarte.com

Qué: El comienzo de Tiempos difíciles, de Charles Dickens

El comienzo de tiempos difícilesPublicada en 1854, Tiempos difíciles sigue el mismo camino de denuncia y crítica social que impregna toda la obra del británico Charles Dickens (1812-1870). Su infancia –a la se puede calificar de todo menos de fácil–, sus vivencias –recordemos que gran parte  de sus novelas tienen mucho de autobiografía–, la sociedad victoriana en la que se desenvolvió y la revolución industrial con su enorme incidencia en el mundo del trabajo hicieron de Dickens lo que es: un autor que supo con enorme maestría descubrir al lector su preocupación por la opresión de los niños, por su rígida educación, por esa infancia perdida en hospicios y convertida en mano de obra barata; que relató el cambio del mundo laboral cuando el campo dio paso a la industria, al crecimiento del mundo urbano obrero con viviendas menos que dignas y denunció el abismo social existente entre las clases sociales.

Magnífico escritor, cuenta lo que ve y lo que vive y lo hace sin grises ni matices: los indignos son indignos, los buenos son buenos. Es su manera, didáctica, de poner el dedo en la llaga, de llamar la atención de forma que nadie pueda quedar indiferente. La ironía, el humor, el dramatismo, la riqueza con la que describe a los personajes (en el comienzo de Tiempos difíciles vemos a uno de ellos), el lenguaje, rico y definidor, son las armas de las que se vale para dar fuerza a sus historias y crear novelas perdurables como David Copperfield (su preferida), La pequeña Dorrit, Oliver Twist, Nicholas Nickleby, Historia de dos ciudades, Grandes esperanzas, Los papeles póstumos del club Pickwick o Cuentos de navidad. Casi todas se publicaron por entregas (fórmula que le permitía variar situaciones a conveniencia) y con un enorme éxito que llegó incluso a Estados Unidos.

Todas las denuncias y críticas comentadas líneas arriba forman parte de esta gran novela: la aristocracia decadente, la rigidez de la educación, el patrono, el obrero, el banquero y la vida convencional en claro contraste con la vida desenfadada, sin trabas, del circo. Hoy siguen aquí, no han perdido frescura, aunque las formas sean diferentes, y piden volver a nuestras manos para acercarnos a aquellos años marcados por los cambios.

“Lo que yo quiero son hechos. Educad a esos niños y a esas niñas a base de hechos prácticos. Son lo único necesario en la vida. Sembrad solo hechos y arrancad todo lo demás. Únicamente apoyándose en los hechos positivos, matemáticos, pueden formarse las mentes de los animales racionales; cualquier otro procedimiento será completamente inútil. De acuerdo con este principio educo a mis propios hijos, y es la base también de la instrucción de todos estos niños. Aténgase usted a los hechos, caballero.

Esta escena tenía lugar en la desnuda sala de una escuela, y el aplanado índice del que acababa de hablar apoyaba sus observaciones trazando, a cada una de sus frases, una línea en la manga del maestro. Coadyuvaba al énfasis de tales palabras la cuadrada frente del orador, cuya base eran las cejas, en tanto que sus ojos hallaban cómodo refugio en las obscuras cuevas sobre las cuales proyectaba su sombra la pared frontal. A aquel énfasis contribuía también la boca del pedagogo, grande, de finos labios, que se cerraban con firmeza, y la voz inflexible, seca, dictatorial, así como su mismo cabello, que se erizaba en su calva cabeza como plantación de árboles que resguardara del viento su pulimentada superficie, cubierta de desigualdades como la corteza de un pastel, cual si aquella cabeza apenas tuviese la capacidad necesaria para almacenar los numerosos y estrictos hechos que guardaba en su interior. El aire obstinado del que acababa de hablar, su cuadrada levita, sus rectas piernas y agudos hombros, y hasta el mismo cuello de la camisa, que parecía apretarle la garganta con desagradable fuerza, como si se tratase de un hecho incontrovertible, todo ello ayudaba a aumentar el énfasis de sus palabras.

–En esta vida no necesitamos más que hechos positivos, nada más que hechos.

El que decía estas palabras, el maestro de escuela y otra persona que presenciaba la escena, hombre de alguna edad, retrocedieron un poco y dirigieron sus miradas hacia el plano inclinado en que estaban los niños humanos recipiente de sabiduría, cuidadosamente ordenados y dispuestos a recibir torrentes de ‘hechos’”

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