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El inicio de 'Grandes esperanzas'

Recordamos una de las grandes obras de Charles Dickens.

19 de febrero de 2024. Estandarte

Qué: El inicio de Grandes esperanzas, de Charles Dickens.

El inicio de Grandes esperanzas, de Charles DickensCharles Dickens nació el 7 de febrero de 1812 en Portsmouth (Inglaterra). En Estandarte queremos recordar las primeras líneas de una de sus mejores novelas, Grandes esperanzas. Sin embargo, antes nos gustaría hablarte sobre su trayectoria.

Si pensamos en la literatura de la Inglaterra victoriana, aquella marcada por el extenso reinado de Victoria I —entre 1837 y 1901—, pensamos en la literatura de Charles Dickens. Dickens fue el primer hijo varón de un funcionario de la Armada Real: el encarcelamiento de su padre por deudas, cuando el futuro escritor tenía doce años, hizo que dejara de estudiar para ponerse a trabajar en una fábrica de betún. De esta forma tuvo que renunciar a la educación reglada, pero decidió seguir instruyéndose por su cuenta: aprendió taquigrafía, lo que le permitió acceder al puesto de ayudante en el bufete de un abogado. Dickens, autodidacta, acabaría ejerciendo como corresponsal parlamentario del Morning Chronicle.

Charles Dickens firmaba estos artículos —que luego se recogerían en Escenas de la vida de Londres por «Boz» (1836-1837)— con seudónimo. Los textos tuvieron gran éxito por la mezcla entre la crítica social y la ironía más ácida; no en vano, el joven Dickens había sido un lector apasionado de novelas picarescas. Con estos artículos, y con la publicación de Los papeles póstumos del Club Pickwick (1837), Dickens se convirtió en un auténtico fenómeno editorial. Recurriendo a la publicación por capítulos —la llamada «novela de folletín»—, Charles Dickens dio a conocer novelas como Oliver Twist (1837-1839), Nicholas Nickleby (1838-1839) o Barnaby Rudge (1841), así como algunas crónicas de viajes, como Estampas de Italia (1846).

Con Dombey e hijo (1846-1848) inauguró su época de madurez, que consolidó con textos como David Copperfield (1849-1850), su primera novela en primera persona y su favorita, en la que desarrolló algunos episodios autobiográficos relativos a su experiencia adolescente en la fábrica; La casa lúgubre (1852-1853); La pequeña Dorrit (1855-1857), Historia de dos ciudades (1859), Grandes esperanzas (1860-1861) y Nuestro amigo común (1864-1865). Murió el 9 de junio de 1870 en Gad's Hill, su casa de campo en Higham, en el condado de Kent.

Grandes esperanzas es la historia de Pip, un joven huérfano y miedoso cuyo humilde destino se ve agraciado por un benefactor inesperado que cambiará el sino de su vida y hará de él un caballero. Se trata de una maravillosa novela de aprendizaje, con una inolvidable galería de protagonistas que trazan un acabado retrato de época, y, al mismo tiempo, una honda reflexión sobre las constantes de la condición humana. Hemos escogido la traducción de Jonio González para Penguin Clásicos. Comienza así:

«Como mi apellido paterno es Pirrip, y mi nombre de pila Philip, cuando niño, en mi léxico infantil, no encontré manera más explícita de expresar conjuntamente estos dos nombres que con la sílaba Pip. De ese modo, pues, me llamé a mí mismo Pip, y por Pip me conoció todo el mundo.

»Afirmo que el apellido de mi padre era Pirrip basándome en el hecho de que así consta en la losa de su sepulcro así como en la de mi hermana, Mrs. Gargery, quien contrajo matrimonio con el herrero. La circunstancia de no haber conocido a mi padre ni a mi madre, ni haber visto nunca retrato alguno de ellos (pues vivieron en una época muy anterior a la invención de la fotografía), me indujo, desatinadamente, a forjar mis primeras suposiciones acerca de cómo debía de ser la figura de mis difuntos progenitores, buscando su posible apariencia, no sé por qué, en la lápida de su tumba. La forma de las letras de la inscripción mortuoria de mi difunto padre me inspiró la extraña idea de que este debió de ser un hombre robusto, cuadrado, moreno, con cabello negro y rizado. De los caracteres y estilo de la inscripción —“Y Georgiana, esposa del anteriormente mencionado”— deduje puerilmente que mi madre tenía lunares en el rostro y una naturaleza enfermiza.

»A las cinco pequeñas losas, de medio metro de longitud cada una, alineadas al lado del sepulcro de mis padres y consagradas a la memoria de mis cinco hermanitos (que muy prematuramente abandonaron la lucha por la vida) debo la creencia, que conservé religiosamente, de que nacieron tumbados de espaldas con las manos en los bolsillos, de los que nunca las sacaron mientras estuvieron en este mundo.

»La región donde vivíamos, cruzada por el río y a unos treinta kilómetros del mar, estaba llena de pantanos. Creo que mi primera impresión clara de las cosas la tuve en un atardecer tan desapacible como inolvidable. Fue en esa ocasión cuando me convencí de que aquel terreno yermo cubierto de ortigas era el cementerio; de que Philip Pirrip, de esta parroquia y también Georgiana, esposa del antedicho, estaban muertos y enterrados; de que Alexander Bartholomew, Abraham, Tobias y Roger, hijos menores de los mencionados cónyuges, habían igualmente fallecido y estaban también allí enterrados; de que la llanura árida y sombría que se extendía al otro lado del camposanto, cruzada aquí y allí por diques, zanjas y barreras, y donde se veía algún rebaño paciendo, eran los pantanos; de que el cubil salvaje y lejano de donde salía el furioso rugido del viento, era el mar; y de que el cuerpo menudo, estremecido por continuos escalofríos, que se asustaba ante todo aquello y se echaba a llorar, era Pip.

»—¡Silencio! ¿Por qué vienes aquí a meter ruido? —gritó una voz terrible al tiempo que un hombre salía de entre las sepulturas que había junto al pórtico de la iglesia—. ¡A ver si te callas, granuja, o te degüello!

»Era un individuo espantoso, con traje gris de paño basto, y que llevaba un gran hierro en la pierna; sin sombrero, con los zapatos rotos y un trapo viejo atado alrededor de la cabeza. Un sujeto repulsivo empapado de agua y cubierto de barro, con los pies heridos por los guijarros, lleno de rasguños producidos por las ortigas y los zarzales. Cojeaba, tiritaba, iba refunfuñando y sus ojos centelleaban. Oí rechinar sus dientes cuando me cogió por la barbilla.

»—¡Oh, no me degüelle, señor! —imploré, aterrorizado—. ¡Le suplico que no lo haga, señor!

»—¡Dime cómo te llamas! —me conminó aquel hombre—. ¡Pronto!

»—Pip, señor.

»—Otra vez —exigió aquel sujeto, mirándome fijamente—. ¡Repítelo!

»—Pip, Pip, señor.

»—¿Dónde vives? Indícame las señas de tu casa y señálame en qué dirección está.

»Señalé hacia la ribera baja, donde se encontraba nuestro pueblo, entre alisos y árboles descopados, a poco menos de dos kilómetros de la iglesia.

»El desconocido, después de contemplarme por un instante, me volvió boca abajo y me vació los bolsillos. No había en ellos más que un pedazo de pan. Cuando la iglesia estuvo otra vez derecha (pues el movimiento fue tan brusco y violento que el panorama dio una vuelta completa ante mis ojos y llegué a ver el campanario debajo de mis piernas) me encontré sentado sobre una losa sepulcral, temblando de miedo, mientras el energúmeno devoraba mi mendrugo de pan.»

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