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Alfred Bester: con solo dos novelas y un puñado de relatos, se convirtió en un clásico

El escritor de ciencia ficción que franqueó inconscientemente el abismo entre la vieja y la nueva ola.

24 de mayo de 2024. Iván de la Torre

Qué: Biografía de Alfred Bester

En 1953, Alfred Bester (1913-1987) publicó El hombre demolido y, apenas tres años después, Tigre, Tigre (1956), también conocida como Las estrellas, mi destino: estas dos novelas y una docena de cuentos alcanzaron para que se convirtiera en uno de los maestros indiscutidos de la ciencia ficción norteamericana.

Incluso para los extraños estándares de la ciencia ficción, un género conocido por la excentricidad de sus autores (del histrionismo de Isaac Asimov a la violencia de Harlan Ellison, capaz de amenazar a su colega Christopher Priest con “arrancarle la cabeza y clavarla en un palo” por criticar su obra), Bester era un hombre que llamó la atención desde el principio por su fuerte personalidad y su capacidad para reinventarse constantemente.

Tigre, tigre; de Alfred BesterEl escritor comenzó su carrera en 1939, con el relato El axioma roto, que apareció en la revista Thrilling Wonder Stories, y durante los siguientes cuatro años publicó una gran cantidad de cuentos, entre los que destacan sus dos primeros clásicos: Adán sin Eva (1941), que explica como se reinicia la vida en la Tierra luego de una inmensa catástrofe que deja a un solo hombre con vida; y El infierno es eterno (1942), una sofisticada historia de terror y excesos situada en Londres.

Como su colega Fritz Leiber, Bester se dio cuenta rápidamente que no podía vivir de la ciencia ficción y aceptó trabajar para la industria del tebeo y los seriales de radio: “Cuando llegó el estallido del comic, escribí guiones durante tres o cuatro años, con incrementada habilidad y éxito. Aquellos eran maravillosos días para un novato. Había una demanda constante de historias. Uno podía escribir tres o cuatro guiones por semana y experimentaba mientras aprendía el oficio. Los cómics me dieron la oportunidad de eliminar de mi sistema un montón de escritura despreciable. En ese entonces, mi esposa era actriz. Un día me contó que el programa de radio Nick Carter buscaba guionistas. Cogí uno de mis mejores relatos para cómic, lo transformé en guion para radio y fue aceptado. Hice lo mismo con idéntico resultado para Charlie Chan, que tenía problemas con los guionistas. Para fin de año era escritor regular de aquellos dos programas y me ramificaba con La sombra y otros”.

El escritor reconoció que su trabajo como guionista fue fundamental para lo que luego haría en sus novelas y cuentos, obras caracterizadas por un estilo pirotécnico, eléctrico, que buscaba transmitirle imágenes fuertes al lector en pocas palabras, jugando con los sonidos y la disposición del texto en la página: “Los días de los cómics habían terminado, pero el espléndido entrenamiento que había recibido en visualización, enfoque, diálogo y economía de recursos quedaron conmigo para siempre”.

Aunque su trabajo estaba muy bien pagado, Bester terminó cansándose de las limitaciones que le imponían los productores y regresó a la ciencia ficción: “Muy lentamente un veneno insidioso comenzó a corroer mi placer: estaba constreñido a la censura del medio y al control del cliente. Había demasiadas ideas que no se me permitía explorar. Los directivos decían que eran demasiado diferentes: que el público no las comprendería. Así, impulsado por la frustración, volví a la ciencia ficción. Las ideas que no podía desarrollar en los programas podían ser escritos como relatos de ciencia ficción”.

De esa forma, en menos de una década, Bester publicó lo mejor de su obra corta, cuentos que le permitieron probar sus personales ideas sobre estilo y enfoque, jugando con la tipografía, el punto de vista y las expectativas del lector en una serie de títulos que desafiaron los límites del género y deslumbraron a jóvenes escritores como Robert Silverberg, Harlan Ellison, Philip K. Dick y Brian W. Aldiss.

Entre sus mejores trabajos se encuentran Elección forzosa (1952), una sofisticada burla a las personas que sueñan con viajar al pasado para convertirse en reyes o genios, aprovechando sus conocimientos del presente (“Están huyendo… de su propia época… Buscan la Edad Dorada. ¡Ilusos! Nunca están satisfechos. Siempre buscando. El sueño, no el tiempo, es el traidor, y todos somos cómplices de la traición hacia nosotros mismos”); Tiernamente Farenheit (1954), sobre un androide asesino y el particular vínculo que lo une a su propietario; Antes la vida era distinta (1955), que muestra a los dos excéntricos personajes que sobreviven al fin del mundo; y Los hombres que asesinaron a Mahoma (1958), una irónica reflexión sobre un hombre que inventa los viajes en el tiempo para vengarse de su esposa, pero nada sale como está planeado.

El hombre demolido, de Alfred BesterHoracio Gold, director de Galaxy, la revista que renovó la ciencia ficción en los años cincuenta, convenció a Bester que escribiera su primera novela para él, y así nació El hombre demolido, la historia de un poderoso empresario que comete un asesinato y es perseguido implacablemente por un policía que puede leerle la mente.

El escritor contó la génesis de la historia: “Un día, inesperadamente, Horace me llamó por teléfono para pedirme que escribiera para Galaxy, que acababa de lanzar con tremendo éxito. Me sentí halagado, pero rehusé, explicándole que no creía que fuera un autor importante comparado con los auténticos grandes: Sturgeon, Leiber, Asimov, Heinlein. Horace no abandonó. Llamaba de vez en cuando para charlar sobre las novedades de la ciencia ficción. Me sentí en deuda con él y sometí quizás una docena de ideas a su juicio. Horace sugirió combinar dos ideas diferentes en lo que luego se transformó en El hombre demolido. Y así comenzó la creación. Discutíamos por teléfono casi diariamente, cada uno haciendo sugerencias, desechando sugerencias, adaptando y revisando sugerencias. Horace era, al menos para mí, el editor ideal, siempre dispuesto, siempre animado, nunca perdía el entusiasmo”.

El éxito de la novela convirtió a Bester en un referente del género y le permitió encontrarse con autores a los que admiraba: “La novela fue bien recibida y me transformó en alguien dentro de la ciencia ficción. Conocí a gente sobre la que tenía curiosidad, como Ted Sturgeon. Pienso que Ted era el mejor de nosotros, pero tenía una cualidad que me divertía y me exasperaba: vivía en crisis y si no estaba en crisis se inventaba una. Su vida era completamente desorganizada, y eso hacía imposible que realizaba sus obras con mejor nivel. ¡Qué desperdicio!”.

Las estrellas, mi destino; de Alfred BesterLa segunda novela de Bester surgió de una casualidad: “Compramos una casa y encontré un montón de viejos National Geographic. Como es natural, los leí y encontré un artículo muy interesante sobre la supervivencia de marinos torpedeados en el mar. El récord lo tenía un ayudante de cocina filipino. Luego venía el detalle que me atrajo. Varias veces lo habían visto barcos que pasaban y rehusaban cambiar de curso para rescatarlo porque los submarinos nazis solían usar señuelos de ese tipo. Las estrellas, mi destino comenzó lentamente y estuvo completo tres meses más tarde. Hacía tiempo que jugaba con la idea de utilizar El conde de Montecristo como modelo de una historia. La razón es simple: siempre he preferido al antihéroe, y siempre encontré altamente dramáticos los tipos convulsivos”.

El libro, que se convirtió de inmediato en uno de los grandes clásicos de la ciencia ficción, cuenta la historia de Gully Foyle, un hombre cuya nave es atacada en el espacio y queda a la deriva, esperando que alguien lo rescate; un inmenso navío llamado Vorga pasa a su lado, pero se niega a salvarlo y, en ese momento, el personaje toma la decisión de vengarse, comenzando una serie de aventuras que lo convertirán en un hombre muy diferente al que era.

Las estrellas, mi destino incorpora todo lo que había aprendido Bester de sus trabajos anteriores, con personajes que parecen sacados directamente de un tebeo (la mujer telépata que puede transmitir pensamientos, pero no recibirlos; el zoo de freaks que posee un doctor…) y una historia contada en forma de folletín radial, llena de encuentros, desencuentros, amores, odios y traiciones, con una prosa eléctrica que permite transmitir la furia de un hombre obsesionado por cumplir su venganza, sin importar lo que deba hacer para lograrlo.

El comienzo ya abre el apetito del lector y permite disfrutar del estilo pirotécnico que caracterizará toda la obra de Bester: “Era una Edad de Oro, una época de grandes aventuras, de vidas frenéticas y muertes violentas... pero nadie pensaba en ello. Era un futuro de fortunas y robos, pillaje y rapiña, cultura y vicios... pero nadie lo admitía. Era una época de posturas extremas, un fascinante siglo de rarezas... pero a nadie le gustaba”.

Curiosamente, tras obtener ese inmenso éxito que confirmaba su popularidad en un campo muy competitivo, Bester decidió dedicarse al periodismo: “¿Por qué abandoné la ciencia ficción después de mis dos novelas? Mi agente me llamó para presentarme a un caballero, editor en jefe de la revista Holiday, que necesitaba un artículo para televisión. Era un desafío intrigante. A Holiday le gustó tanto mi artículo que querían que fuera colaborador mensual. Otro desafío. Escribí una veintena de artículos. Imaginen la felicidad de entrevistar a Sofía Loren, a Peter Ustinov, a Sir Laurence Oliver, a Elizabeth Taylor”.

Computer conectionTras pasarse más de una década trabajando como reportero y editor, Bester volvió a la ciencia ficción con dos novelas, la olvidable Computer conection (1975), que narra el enfrentamiento entre un grupo de inmortales; y Golem 100 (1980), su última gran obra, que cuenta como, en una megaciudad del futuro, un grupo de “señoras abejas” crea un brutal demonio al que tres personajes intentarán detener: Gretchen Nunn, una mujer con sentidos paranormales; Blaise Shima, un extraordinario químico; y el jefe de policía Subadar Ind'dni.

La novela incluye ilustraciones del gran Jack Gaughan y recupera la mejor prosa de Bester desde el inicio: “Eran ocho que se reunían en la colmena todas las semanas para calentarse y, a la vez, darse mutuo calor, eran encantadoras señoras abejas atractivas. Aunque vivían en nuestro lejano futuro, eran señoras de especie humana. La última diversión a que habían recurrido era el satanismo. Ninguna de ellas lo tomaba en serio. Lo malo es que, sin saberlo ni intentarlo, estas dulces y risueñas señoras estaban en realidad generando un muy condenable demonio. Era una polimorfa cuasi entidad nunca señalada antes en la entera historia de la hechicería y la ciencia popular, un Golem monstruoso, una multiplicación unitaria de la brutal crueldad que yace profundamente sepultada en el interior de todos nosotros. Freud la llamó Id o Ello, la fuente inconsciente de la energía instintiva que existe salvaje satisfacción animal”.

Alfred Bester falleció en 1987, poco después de haber obtenido el premio “Gran Maestro de la Ciencia Ficción”, otorgado por la SFWA, el gremio que nuclea a todos los escritores del género en Norteamérica.

El crítico Peter Nicholls lo despidió sintetizando el inmenso impacto que tuvo su obra: “Es uno de los pocos escritores de ciencia ficción que ha franqueado inconscientemente el abismo entre la vieja y la nueva ola al convertirse en un héroe para ambas; quizá porque en sus imágenes logra evocar, casi en un mismo aliento, tanto el espacio exterior como el interior”.

 

Comentarios en estandarte- 2

1 | Luz María Mikanos 25-05-2024 - 02:00:35 h
Un gran e inquieto escritor, sobre el que uno siempre tiene algo para descubrir! Gracias por esta buenísima reseña!

2 | Ivan 26-05-2024 - 15:23:05 h
Muchísimas gracias, querida Luz!