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El cómic del Museo del Prado
La historia de la pinacoteca a través de anécdotas y muchas conversaciones.
20 de diciembre de 2019. Estandarte.com
Qué: Historietas del Museo del Prado Autor: Sento. Vicent Llobell Bisbal Edita: Museo del Prado Año: 2019 Páginas: 100 Precio: 15 €
El Museo del Prado está de celebración. Este 2019 se cumplen 200 años de su inauguración y la pinacoteca está aprovechando la excusa para dar mayor visibilidad a sus colecciones y a las actividades que desarrolla alrededor del arte. Entre ellas, se encuentra la edición de un cómic (el cuarto de su particular biblioteca) que puede leerse como un homenaje a quienes hacen posible que sea una de las pinacotecas más importantes del mundo: desde los vigilantes, directores y conservadores, a los visitantes o la prensa. Se trata de Historietas del Museo del Prado y su autor es Sento, Vicent Llobell Bisbal, un dibujante de toda la vida, como se describe él mismo en un vídeo en su web, que disfruta contando historias.
En esta, con el Museo del Prado como protagonista, su fuente de inspiración han sido las personas que trabajan allí. Ha estado en constante colaboración con José Manuel Matilla (jefe de Conservación de Dibujos y Estampas y responsable de la línea editorial de cómics del Prado), que fue quien le llamó para encargarle el trabajo y con quien vio claro que no se trataba de hacer historia del arte, sino hablar de lo que es el Museo del Prado de una manera divulgativa, distendida e, incluso, emotiva. Tras estas páginas hay muchas visitas al museo, muchos encuentros y muchas conversaciones con todos los que lo “mantienen vivo”, como recuerda el dibujante.
Entre los personajes de Sento hay un conserje que, como hilo conductor, aparece en todas las historias (Etelvino Gayangós), obviando los saltos de tiempo, que son muchos, a lo largo del libro: comienza con una ficción de una visita de Goya el día de la apertura (en noviembre de 1819); y a partir de ahí todas están basadas en historias reales ocurridas entre 1891 y 2012.
La más antigua es Una noticia incendiaria, que recuerda el incendio que se inventó Mariano de Cavia en un artículo en El Liberal. Con él quería llamar la atención sobre las condiciones en que se encontraba el museo por aquel entonces. Y la llamó (¡de qué manera!): muchos interrumpieron la lectura de su texto antes de alcanzar el final –que es donde aclaraba la ficción– y acudieron a comprobar qué quedaba en pie.
Sento también ha recuperado un robo, el de piezas del Tesoro del Delfín, perpetrado por un empleado del museo y descubierto en 1918; la fugaz visita de Margaret Thatcher en 1988, o la curiosa –y estrambótica– anécdota de la bomba que cayó en el museo durante la Guerra Civil. Esta no llegó a explotar; una persona que trabajaba para la junta de defensa se la llevó a su casa de recuerdo y ochenta años después su hijo decidió sacarla del armario donde la guardó su padre y ofrecerla para la exposición Arte protegido, sobre el museo y la Guerra Civil. Entonces se descubrió que no estaba desactivada. El público tiene un especial protagonismo en La larga espera y La postal de Casimiro. El nuevo Brueghel el Viejo es la historia más directamente conectada al arte: cuenta la restauración de un cuadro muy deteriorado y cómo los trabajos de limpieza y recuperación fueron descubriendo una autoría inesperada. Pero, de una manera u otra, todas tienen que ver con el arte y con la complicidad que en el museo se crea entre las obras y quienes se acercan a ellas. Dejamos que sea Etelvino Gayangós quien se despida: “Y recuerden: las miradas preservan los cuadros, acrecientan el espíritu de sus creadores y cultivan la inteligencia del que lo hace. Pasen y vean o, en este caso, lean y miren.”
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