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El último recreo: el trágico fin de la infancia

¿Y si todos los adultos murieran, qué pasaría, qué sería del mundo entonces?

03 de marzo de 2024. Iván de la Torre

Qué: El último recreo Autores: Carlos Trillo (guion), Horacio Altuna (dibujos). Editorial: Astiberri Año: 2017 Páginas: 128 Precio: 16 euros

El último recreo puede leerse como El señor de las moscas, el gran clásico de William Goldwin, reescrito en clave de ciencia ficción: ¿cómo actuarían los niños si no hubiera personas mayores para controlarlos, alimentarlos, enseñarles valores y defenderlos ante las agresiones externas? ¿Qué harían si una misteriosa bomba sexual matara a todos los adultos una noche y ellos quedarán completamente solos, a la deriva, en un mundo repentinamente liberado de cualquier persona mayor de 12 o 13 años?

Lo que comienza como una utopía -la posibilidad de acceder a todos los placeres que hasta entonces les estaban vedados (juguetes, libros, películas, golosinas, acostarse tarde, decir malas palabras) rápidamente se convierte en una jungla de cemento dominada por el más fuerte.

«Niño 1: Tengo frío.

Niño 2: Los mayores tienen las mantas de abrigo.

Niño 3: Antes, cuando los adultos vivían, todo era malo, pero ahora que han muerto es peor. Ahora manda El Mosca, porque tiene la llave de almacén de víveres y una pistola... Han armado a los que les obedecen y ahora son sus guardianes. Me hacen acordar de esas películas de cárceles que pasaban en la tele».

La necesidad de sobrevivir hace que cada niño invente sus propios recursos de acuerdo a su pasado personal: la estrella infantil Andrea del Cuore (transparente parodia de la actriz de telenovelas argentina Andrea del Boca) repite los argumentos de sus lacrimosas películas y series para manipular a los demás; el hijo de un policía usa el arma de su padre para conseguir comida, casa y respeto ante la banda que lo acosa; el nieto de un granjero echa a cualquiera que venga de afuera porque no le gustan los extraños ni sus ideas.

Trillo recrea un escenario dominado por la crueldad y el pragmatismo, pero no olvida que los protagonistas de su historia siguen siendo, pese a todo, inocentes:

«CARTEL: No sigan avanzando. ¡Esta casa está custodiada por un monstruo! ¡¡Atrás!!

Niño mirando la casa: A lo mejor es un monstruo montado con pedazos de carne como Frankenstein. Si el tipo que vivía aquí era tan rico, muy bien pudo contratar a algunos científicos para que le hicieran un bicho que le cuidara la casa, ¿no?

Niño oculto dentro de la casa: Eres listo, gordo. Tienes una casa hermosa llena de comida y para ti solo. ¡Y pensar que ellos siempre se burlaban de ti! nunca te dejaban jugar... y ahora, jejeje... eres el más vivo».

Andy, un niño de la calle, encarna la contracara de la mezquindad general, alguien que, en medio de la tragedia colectiva, se niega a volver a la barbarie tribal que precedió a la civilización: «No podemos rechazar a todos, porque dejaríamos fuera a chicos buenos que podrían unirse a nosotros y hacernos más fuerte y completos».

Esta recreación de un futuro cercano donde se mezclan ternura y crudeza, amor y crueldad, traición y lealtad, es uno de los mejores trabajos de la novela gráfica argentina, una severa advertencia en una época -comienzo de los años ochenta- donde el futuro parecía marcado por una inminente guerra atómica que acabaría con toda la vida sobre la tierra (clima reflejado en Watchmen, el gran clásico de Alan Moore y Dave Gibbons); ante ese panorama desolador, Trillo lanzó una pregunta que nadie, hasta ese momento, había hecho: ¿y si solo sobrevivieran los niños? ¿Y si todos los adultos murieran, que pasaría, que sería del mundo entonces? ¿Repetirían los hijos los errores de sus padres o serían mejores?

El último recreo es la respuesta, múltiple y, a menudo, incómoda, a esa pregunta, con niños obligados a tomar decisiones drásticas y actuar como adultos en un mundo devastado, sabiendo que apenas aparezca su primer deseo sexual todo terminará para ellos.

Horacio Altuna habló, en una entrevista de este trabajo y reveló aspectos desconocidos de su creación: “Carlos (Trillo), que tenía mucha más imaginación que yo, tuvo la idea y le dio un giro lindo al añadirle el detalle de que la gente se muriera al dejar de ser impúber. Así que acabamos haciendo una historia de ciencia-ficción, desde ese punto de partida y ambientada en la actualidad. No hay cohetes ni nada por el estilo, sino que es una realidad exasperada. Desarrollamos esa primera idea y empezamos a pensar en las únicas referencias que tiene un niño, que son los padres. Por tanto, los protagonistas serían niños que tendrían que sobrellevar la herencia afectiva e intelectual que les dejaron sus progenitores. Esa sería la única referencia que ellos tendrían para enfrentarse a otros chicos con otros tipos de referencias, como los que son violentos o proceden de familias desestructuradas. Todo esto está presente en el cómic y son lecturas diferentes que se pueden hacer de la misma historia: La idea que teníamos en parte era cómo los hijos son los resultados de los padres. No hay ningún tipo de eufemismo tampoco en eso; es decir, un hijo siempre es un resultado. Por comisión o por omisión de los padres, y esa era la idea. El hijo de un policía era de una manera, la hija de la actriz de cine era de otra manera, es decir, los chicos se movían en esa ambigüedad, que heredaban una formación y se enfrentaban con esas armas a un mundo que no existía. Era una linda historia. De lo de las diferentes lecturas, yo, personalmente, no era consciente. Trillo a lo mejor. Bueno, consciente… yo siempre soy consciente de lo que hago, lo que pasa es que cuando uno hace una obra, las lecturas son distintas dependiendo del lector. Yo siempre digo que uno tira una botella al mar y hay veces que la lectura que tú has hecho al hacer la obra, el lector la entiende de un modo absolutamente diferente, o la completa, o la modifica. Entonces, en realidad, la obra, cuando se publica, ya no es de uno. Ahí ya es el lector el que la completa”.

 

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