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Felipe IV, El Grande, de Alfredo Alvar
Una extensa biografía de Alfredo Alvar alejada del mito de “rey pasmado”.
24 de julio de 2021. Estandarte.com
Qué: Felipe IV, El Grande Autor: Alfredo Alvar Editorial: La esfera de los libros Año: 2018 Páginas: 696 + 48 ilustraciones Precio: 34,90 €
Que Felipe VI no fue un "Austria menor", sino un monarca que luchó por sobrevivir en una época plagada de guerras y escollos políticos y que promovió como nadie lo había hecho las artes y las letras, es el objetivo del historiador Alfredo Alvar en su libro Felipe IV, el Grande, que acaba de publicar La Esfera de los Libros. Una extensa biografía de más de 700 páginas en la que el especialista ofrece un retrato humano y político del “Rey Planeta”.
Divida en cuatro partes y tres colofones, la obra de Alvar (Granada, 1960), académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, pone de relieve los más de veinte años que el soberano gobernó sin su valido Olivares y perfila la figura de un hombre, Felipe IV, marcado por la lealtad a la dinastía, su profunda religiosidad y su conciencia pecaminosa, a la que el propio rey atribuyó gran parte de los desastres que asolaron su gobierno en las últimas décadas, como los motines de la sal de Vizcaya (1631-1634), la declaración de guerra de Francia en 1635, la sublevación de Cataluña (1640) y Portugal (1640-1648), diversos enfrentamientos con la nobleza en Aragón y Andalucía.
El volumen recuerda cómo la muerte siempre estuvo muy presente en la vida de Felipe IV –de los trece hijos legítimos que concibió dentro de sus matrimonios con Isabel de Borbón y su sobrina Mariana de Austria, solo le sobrevivieron tres– y la gran pérdida que supuso para él el fallecimiento de "su amado" Baltasar Carlos, "al que adoraba", muerto repentinamente en Zaragoza en 1646 y al que había escrito unas instrucciones para explicarle el oficio de rey. El libro, asimismo, explica y analiza cómo el monarca dedicó gran parte de sus esfuerzos a perseguir y conseguir la ansiada paz (tratados de Westfalia y Pirineos), su hundimiento depresivo, su afición a leer y escribir y, finalmente, su pasión coleccionista y no fragmentadora del patrimonio artístico de la corona, al que tanto contribuyó con algunas de las mejores obras que hoy se conservan, entre otras pinacotecas, en el Museo del Prado.
Felipe IV (Valladolid, 8-4-1605-Madrid, 17-9-1665) subió al trono a los 15 años, tras la prematura muerte de su padre, Felipe III, en marzo de 1621, a los 42. En 1615, cuando apenas contaba diez, había sido casado con Isabel de Borbón, hija de Enrique IV de Francia, de doce. Toda su infancia y primera juventud estuvo tutelada por el duque de Lerma, valido de su progenitor –el fue quien le llevó en brazos a la iglesia el día de su bautizo y quien seleccionó a los maestros e integrantes del séquito del príncipe–, hasta que en 1618 Lerma fue relevado del cargo. Su espacio lo ocupó la familia de Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, quien durante los primeros años de reinado se alzaría como mano derecha del nuevo soberano.
En el trono, Felipe IV, amante del teatro, mejoró su educación, atesoró una espléndida biblioteca y se aficionó a la lectura, la música y la pintura. Olivares condujo los principales asuntos del reino durante 22 ejercicios, mientras el rey consagraba gran parte de su tiempo al mecenazgo de las artes (Velázquez trabajaría casi cuatro décadas a su servicio). En el Palacio del Buen Retiro, inaugurado en 1633, el rey reuniría una colosal colección de pinturas –entre ellas, La rendición de Breda, del artista sevillano, una de las doce que decoraban el hoy perdido Salón de Reinos– y se rodeó de poetas y dramaturgos como Lope de Vega, Calderón de la Barca y Francisco de Quevedo.
Y aunque desde 1643, tras la salida de Olivares, el soberano se implicó directamente en la gestión de los asuntos del reino, con diferente suerte y golpeado continuamente por numerosas desapariciones familiares, Felipe IV sigue siendo considerado todavía hoy por gran parte de la historiografía y la tradición popular como el “rey pasmado”.
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