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La expresión '¡A mí, plin!' o '¡A mí, Prim!': origen, definición y usos

Una expresión popular que equivale a '¡A mí, qué!' o '¡A mí qué me importa!'.

29 de marzo de 2024. Estandarte.com

Qué: La expresión '¡A mí, plin!' o '¡A mí, Prim!': origen, definición y usos

Acerca del origen de las expresiones '¡A mí, plin!' o '¡A mí, Prim!' cuenta José María Iribarren en su El porqué de los dichos (Editorial Ariel, 2013), lo que escribe Enrique Chicote en su libro Cuando Fernando VII gastaba paletó. Recuerdos y anécdotas del tiempo de la Nanita (Madrid, 1952).

En la época en que Prim conspiraba contra el Gobierno, solían reunirse en el saloncillo del teatro del Príncipe unos cuantos prohombres —Bretón, Juan Nicasio Gallego, Patricio de la Escosura, Nocedal, Latorre, Romea, etc.— a hablar de arte y política y a «tirar de la oreja a Jorge.

Una noche, cuando los concurrentes de la tertulia estaban engolfados en su partida, se presentó un caballero (con carrick inglés, tapabocas escocés, chistera gris y gafas verdes), que, golpeando la mesa con su bastón, dijo con voz enérgica: «¡En nombre de la Ley, daos presos!».

Cuando los jugadores se pusieron en pie, alarmados, el caballero de la bufanda se descubrió el rostro. Todos corrieron a abrazarle. Era Prim, que venía huyendo de la policía. Había que salvarle como fuese. Juan Nicasio Gallego le ofreció su traje talar para que saliera disfrazado de sacerdote. Entonces, Nocedal le dio a Prim su gabán y su sombrero; se disfrazó de Prim con el carrick, la bufanda, las gafas y el sombrero, y abandonó el local. En la puerta de la calle del Lobo le detuvieron dos policías y lo llevaron a la inspección más próxima, donde se descubrió el error de los sabuesos, y donde Nocedal, que a la sazón era diputado, recibió toda clase de excusas por parte del inspector.

«Al minuto de salir Nocedal apareció una bella dama que, excitada y nerviosa, solicitaba ver a don Juan Prim, detenido, según noticias, aquella madrugada. Guapa era la damita.

»Según un policía allí presente, era una conocida actriz, protegida de Narváez.

»—Señora, lo sentimos mucho —dijo con retintín el jefe—, pero ese señor no está aquí detenido.

»La hermosa, sin despedirse, salió como una tromba de la Inspección. A las pocas horas estaba ensayando una comedia del duque de Rivas en el escenario del teatro de la Cruz. En un rincón charlaba durante un descanso con una compañera, relatando su visita a la Inspección. La amiga, que sabía su blandura de corazón, le preguntó:

»—Pero, en resumidas cuentas, ¿a ti quién te gusta?

»—¿A mí? ¡A mí, Prim!» Y añade Chicote:

«Tal vez este fue el origen de esa frase que ha llegado a nuestros días».

Iribarren dice transcribir esto a modo de curiosidad porque es dudoso si la frase en cuestión es ¡A mí, Prim! o ¡A mí, plin! En la versión de Chicote, la expresión ¡A mí, Prim! tiene un sentido de interés y de afección, que es el contrario al sentido de indiferencia de ¡a mí qué me importa!, característico de la frase que comentamos.

Sin embargo, en tierras de Castilla y León, cuando alguien dice: ¡A mí, Prim!, suelen contestar: Pues a mí, Topete, detalle este que abona el origen histórico de la frase y su alusión al general que juntamente con el almirante Topete proclamó la revolución del 68.

Dicho esto, en el libro de Mariano de Cavia titulado Limpia y fija (Madrid, 1922), y bajo el título ¡A mí, plin!, encuentra Iribarren la siguiente versión sobre el origen de la frase que comentamos (extractando el relato):

«En los días en que Prim estaba en el ápice de su popularidad, entraba por Recoletos, un domingo por la tarde, una real moza de servir, en la amartelada compañía de un ramplón, desmedrado y feísimo sorche.

»Tres o cuatro sargentos, al cruzarse con la desigual pareja, se liaron a piropear a la bella moza:

»—¡Vaya una jembra juncal! ¡Viva la gracia y viva el salero, y vivan sus papás de usté, y muera el mal gusto que usté tiene! Pero, gloria, ¿de dónde acá hacen los ángeles tan buenas migas con los demonios?

»La sandunguera moza, lanzando dos miradas: una de sumo desdén a los sargentos guapos y otra de hondo cariño al feísimo sorche, dijo con altivo donaire:

»—Pa mí..., ¡Prim!

»Oyó la frase alguna gente, y de boca en boca se ha ido transformando (degenerando, mejor dicho) hasta caer en la rastrera locución con que ahora “ilustramos” y “decoramos” el lenguaje familiar: el de manifestar nuestro amoroso interés por algo que incomprensiblemente zahieren los demás».

El ¡Pa mí, Prim! de la desenvuelta criada quería decir: «Este que para vosotros es una birria de hombre, para mí es tan guapo, tan apuesto y tan valiente como el mismísimo general Prim».

Sea o no verdadera esta versión de Cavia, lo que resulta muy posible es que la frase de ¡A mí, Prim! se hubiese transformado, hasta quedar en el sentido de desdén con que se usa actualmente.

El ¡A mí, Prim!, en el sentido de «A mí, qué!», «¡A mí qué se me da!», aparece en el libreto de la famosa zarzuela de López Silva y Fernández Shaw titulada La Revoltosa, estrenada en Madrid el año 1897.

Uno de los personajes dice: ¡A mí, Prim! (frase que quedó desde entonces como «timo» de chulería), y otro le responde: «Y a mí, Frascuelo».

Al año siguiente del estreno de La Revoltosa murió Frascuelo, y la noche en que llegó a Madrid la noticia de su muerte, el actor Carreras, creyendo irrespetuoso nombrar al célebre matador, al oír lo de: ¡A mí, Prim!, improvisó, ateniéndose al asonante: «¡Y a mí, su suegro!».

 

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