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El loco Chávez: el porteño mujeriego, pícaro y melancólico

El loco Chávez consagró a Carlos Trillo y Horacio Altuna.

01 de noviembre de 2024. Iván de la Torre

Qué: El loco Chávez Autores: Carlos Trillo (guion); Horacio Altuna (dibujos) Editorial: Norma Editorial Año: 1991 Páginas: 96 Precio: 10 €

El loco Chávez tiene un falso comienzo que las antologías suelen, piadosa e inteligentemente, olvidar, con el protagonista viviendo aventuras disparatadas por toda Europa, siempre rodeado de bellas mujeres e improbables superhéroes.

La serie encuentra su verdadero tono cuando el personaje vuelve a la Argentina y las historias comienzan a retratar situaciones de la vida cotidiana, desde las repercusiones del Mundial de fútbol 1978 y el retorno de la democracia en 1983 a las pequeñas tragedias personales (¿cómo lidiar con la soledad a partir de cierta edad? ¿Qué pasa si nos enamoramos de la hija de un amigo? ¿Conviene irse a trabajar afuera o quedarse a luchar para que el país salga adelante?).

Gracias a un guion impecable que logra recrear la particular dinámica propia de una charla de café, donde se pasa de discusiones sobre política a hablar de fútbol o sexo, las historias fluyen naturalmente, sin que el lector perciba el cambio entre un tema y el siguiente:

«Homero: ¿De qué hablaban?

Loco Chávez: Y, empezamos hablando de dos tipos que nos buscaban a Juan y a mí, seguimos con el tema de la ansiedad y terminamos con psicoanálisis.»

La identificación entre el personaje central (un periodista mujeriego de buen corazón) y sus lectores fue tan grande que las interpretaciones del público muchas veces superaron las intenciones de los propios creadores, como confesó un sorprendido Trillo: “Para la época de la Guerra de Malvinas, en 1982, Altuna se había radicado en Barcelona con su familia. Por eso dejamos tres meses la historia adelantada, es decir que no hablábamos del conflicto porque no sabíamos que iba a estallar. Los episodios transcurrían en un edificio del que algunas personas querían tomar un piso. La cantidad de gente que nos dijo que habíamos hecho una metáfora de la situación bélica fue descomunal. Ellos encontraron señales que no habían sido emitidas”.

El loco Chávez se convirtió en un icono de la época, el personaje que reflejaba lo que el público pensaba y no podía (o no sabía cómo) expresar, incluyendo el final de la dictadura militar, el cansancio frente a la hiperinflación, los problemas amorosos y la inseguridad laboral.

«Me siento solo, no he conseguido tener una pareja a mi lado y no sé si es porque a lo mejor soy un maniático insoportable. Además, no tengo guita, no he conseguido ni un techo estable, ni siquiera un auto viejo. Encima Racing no sale campeón hace 21 años», confiesa el personaje.

Trillo registra las contradicciones, esperanzas, miedos y dudas de toda una década (de mediados de los setenta a mediados de los ochenta) conectando lo particular con lo general a través de un periodista treintañero que le sirve como excusa para hablar de todo y nada: «Mis viejos, mis charlas con ellos, sus consejos, sus rezongos, el bulín, mis libros, mis discos, los olores, el barrio, los vecinos, la gente, Corrientes de noche, Corriente de día, las librerías de Corrientes, los cines, las pizzas, los choripán, la carne, el mate, las minas de Santa fe, las minas de Florida, las minas, las revistas que me gustan, los programas de radio que me gustan, los rincones de la ciudad que me gustan, los lugares de mi infancia, los de mi adolescencia, la política, las luchas, las manifestaciones, los artistas, el fútbol...»

El guionista luego recordó: “El Loco Chávez era como un seleccionado de fútbol que funcionaba a la perfección ganándole un partido a los lectores todas las mañanas desde la contratapa del diario Clarín, dónde salía. Agreguemos que la censura que siguió después agigantó los pequeños mensajes de nuestras historietas. En esos años, dije alguna vez, decir: ‘Ché, qué cara está la lechuga en el mercado’, era tomado casi como una proclama subversiva. En el Mundial de Fútbol del año 1978, uno de los personajes de la página, Clemente de Caloi, se convirtió en una bandera de oposición extrañísima: mientras el relator deportivo del régimen militar, José María Muñoz, gritaba que había que ser prolijos y no ensuciar las canchas porque eso era de malos argentinos, Clemente pedía que tiraran papelitos. Y la gente coreaba su nombre y arrojaba papel picado como acto en contra de las directivas del Poder. Contado así, parece una estupidez, pero puesto en el contexto y en el momento fue un verdadero acto de resistencia. El loco Chávez creció con sus amigos: con Malone que era igual a mi querido Guillermo Saccomanno; con Balderi que tenía un aire al verdadero jefe de redacción del diario Clarín; con Juan, un melancólico separado; con Pampita, una morocha de la que se enamoraron todos los hombres de Buenos Aires. Una amiga periodista me contó que ella leía El Loco Chávez para entender por qué le gustaba tanto a su marido. Era como un intento de las mujeres por captar qué misterios albergaba la cabeza de los hombres. En 1982, Altuna se fue a vivir a España y poco a poco fue descubriendo otras cosas más importantes para su carrera, hasta que decidió abandonar la tira. En el diario me pidieron que propusiera otra historia... El final fue muy comentado en la prensa, era un hecho inusual que una historia tan popular dejara de aparecer”.

Horacio Atuna, por su parte, reconoció: “Yo después de El Loco Chávez hice otro personaje que es el Nene Montanaro que a mí me gusta tanto como el Loco Chávez, pero que no tuvo ningún éxito. ¿Por qué? Porque salió en los noventa, en la época del menemismo, que era como ahora, aquí, en España: todos los días hay un escándalo nuevo que rompe. Es decir, hacer ficción en un diario, ahora, hacer chistes, como no sean políticos, es muy difícil. Pero, aparte de eso, tener éxito es muy difícil, porque la realidad te pasa por encima. Todos los días hay un escándalo, o un suceso terrible. El menemismo era así. Y hacer ficción en un diario pasó desapercibido. Y ese comic para mí fue muy importante, era muy bueno como producto, pero pasó desapercibido. Entonces por eso digo que hacer un personaje que tenga éxito, no hay una fórmula, no la sé. Con Trillo lo hablaba mucho; a través del costumbrismo mostrar cosas, decir cosas. Es lo que intentamos nosotros con ‘El loco Chávez’, que es una novela gráfica que en Argentina tuvo mucho éxito. Hicimos costumbrismo, y la segunda lectura era algo que ponía la gente. Cuando cayó la dictadura pudimos ser un poco más incisivos. Uno da en el clavo con las características y el personaje vive las cosas que vive la gente. Entonces es cuestión de estar en el momento justo con el personaje adecuado. Y eso pasó con el Loco Chávez”.

 

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