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El Romanticismo: cultura, arte y filosofía
La ruptura con la razón y el triunfo de la subjetividad creadora.
28 de septiembre de 2024. Estandarte.com
Qué: El Romanticismo
Hay un cuadro en la Alte Nationalgalerie de Berlín desconcertante, de una belleza inquietante y misteriosa. Es un paisaje inmenso, tenebroso, al que se enfrenta, de espaldas, un monje. Una figura humana mínima ante la inmensidad y el abismo de esa naturaleza representada sin tener en cuenta las leyes de la perspectiva clásica, rozando la abstracción. Su autor, Caspar David Friedrich, es uno de los nombres claves del Romanticismo y esta obra, pintada entre 1808-1810, es considerada el manifiesto romántico por excelencia.
El Romanticismo es un movimiento cultural, artístico y filosófico que se inició en el siglo XVIII y alcanzó su máxima vigencia en Europa entre 1815 y 1848, pero que tuvo un desarrollo muy dispar (en tiempos y características) dependiendo del país, del momento y de la disciplina. A su alrededor sobrevuelan muchos conceptos e intereses dispares; la nota común sería la negación. ¿A qué? A la Ilustración y los preceptos clásicos, al imperio de la razón y el orden.
Su origen se encuentra en Alemania. El catedrático de filosofía Javier Hernández Pacheco concreta en su libro La conciencia romántica (Tecnos, 1995) por qué los primeros pasos se dieron allí: señala la madurez literaria de la lengua alemana, representada por Goethe y su recién publicado Wilhelm Meisters Lehrjahre (Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, 1795-96); la esperanza política encarnada por la Revolución Francesa; y la filosofía idealista, representada por la Doctrina de la Ciencia, en la que el filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte radicaliza al extremo la filosofía kantiana.
No había terminado el siglo XVIII cuando en la ciudad de Jena, en el llamado Círculo de Jena alrededor de los hermanos Friedrich y August Wilhelm Schlegel, se fragua esa ruptura, transgresora y radical que persigue la unión de todas las artes al mando de la poesía. “Si quieres penetrar en las profundidades de la física, iníciate en los misterios de la poesía”, propugnaba Friedrich Schlegel. Frente al dominio de la razón y el orden, se imponen la libertad, la subjetividad, el sentimiento; frente a lo perfecto, lo inacabado, los fragmentario; frente a lo universal, lo individual.
Según Hernández Pacheco, que abordó el tema “El Círculo de Jena o la filosofía romántica” en un ciclo de conferencias sobre Romanticismo que celebró la Fundación Juan March en 2009 (y accesible en la página web de la fundación): “El Romanticismo supuso, por un lado, la sustitución de la filosofía de la naturaleza, contemplativa del curso de los astros; también la de la filosofía como pretensión de un sistema cerrado del universo, por una filosofía de la historia que era más bien praxis transformadora, con intención revolucionaria. Y así, el arte, entendido en las cercanías de la política, fue el que a lo largo del siglo XIX y hasta nuestros días, vino a ocupar la verdadera cátedra del magisterio humanista”.
Europa vive, tras la derrota de Napoleón, una época convulsa. En el Congreso de Viena las grandes potencias devuelven el trono a las monarquías absolutas. Se establece la paz entre los países, pero en el interior de los mismos estallan revoluciones, levantamientos, revueltas, al tiempo que se impulsa la primera tecnificación del continente gracias a un gigantesco salto industrial y económico. Las revoluciones burguesas –desarrolladas en paralelo al sentimiento romántico– auspician un nacionalismo que anima no solo en Alemania, también en Inglaterra, Francia, Italia o España, a volver la vista atrás y buscar en el pasado, especialmente en un Medievo idealizado, acontecimientos y personajes con los que defender y difundir una identidad nacional frente a un orden común y universal. Al pasado viajaron con sus libros Friedrich Leopold von Hardenberg, conocido como Novalis, Friedrich Hölderlin, José de Espronceda, Victor Hugo o Walter Scott, o los pinceles de Federico Madrazo y Kuntz cuando representa un episodio de la segunda guerra italiana de 1503, entre otros muchos.
También hay un sentimiento nacionalista en la recuperación de tradiciones, que tiene expresivos ejemplos en la recopilación de cuentos populares que realizaron los hermanos Grimm o en el gusto por las escenas costumbristas en pintura, literatura y prensa (ahí están Mariano José de Larra y su Vuelva usted mañana como claros exponentes).
La exaltación de lo propio no impidió que el Romanticismo se sintiera atraído también por lo exótico, especialmente por Oriente, como se refleja en obras como el poema de lord Byron El Giaour o en el óleo de Delacroix La muerte de Sardanápalo. Personajes de ensueño, escenarios fastuosos y aventuras excitantes rompían con el orden, la claridad y lo conocido y repetitivo. El movimiento abría la puerta así a nuevos valores culturales y estéticos. Como también lo hacía al sueño y lo fantástico (Hoffmann, Bécquer…), lo sobrenatural y misterioso, el drama, la muerte, lo trágico y lo cruel. Hay muchos temas, conceptos e intereses diversos alrededor de este movimiento, la nota común es esa ruptura con la Ilustración y la razón. Irrumpe, para quedarse, la subjetividad creadora.
Y esa subjetividad encuentra en el paisaje su máxima expresividad. Claros de luna, ruinas, nocturnos. Paisajes convulsos cargados de emoción, de sentimientos, de alma. La que tiene ese paisaje con monje de Friedrich, los de Turner, los de Jenaro Pérez de Villaamil con sus ruinas y tantas y tantas páginas de novelas y poemas románticos como este fragmento de Elvira, de José Zorrilla:
Con furia en el bosque luchaban los vientos:
del pino tronchado sonoro estallido
se oía crujir,
y el ave agorera sus tristes lamentos
callaba, y del trueno lejano el bramido
se hacía sentir.
Y lluvia copiosa los cielos enviaban,
que en surcos deformes la tierra partía
de angustia colmada:
y al ver que en el monte mil rayos brillaban
el hombre dijera que el mundo se ardía
tornando a su nada.
Encina nudosa nacida entre peñas
por donde derrumba su espuma un torrente
se mira a lo lejos:
y apenas alumbra el rayo en las breñas
el arco ruinoso de gótico puente
con tibios reflejos.
Suspenso en la cima del árbol añoso,
de ramas tejido desciende un asiento:
en él aparece fantástica bruja de aspecto asqueroso
sentada y serena. Con ímpetu el viento
silbando la mece.
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