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Escribir impide vivir, André Gide

«En ocasiones me parece que escribir impide vivir...»

11 de abril de 2024. Miguel Ángel Marco

Qué: La soledad del escritor

«En ocasiones me parece que escribir impide vivir, y que podemos expresarnos mejor con actos que con palabras», manifestó Bernard, personaje de Los monederos falsos, obra sobresaliente del novelista, dramaturgo y crítico André Gide (1869-1951). No le falta razón a Bernard que, pese a juventud, entiende la soledad del arte.

La escritura implica renunciar a las reuniones mundanas con tal de evitar interrupciones. Más vale cancelar una salida nocturna que estropear toda una mañana de trabajo, pues no hay peor angustia que el haber perdido el tiempo.

¿Evidencia esto la abdicación del escritor frente a la vida? En cierta medida es el óbolo con el que pagar el viaje al aislamiento, la paz del exilio, la creación. Un peaje que desearían saltarse quienes solo ambicionan la fama, y un placer para los amantes de las letras. «La satisfacción que encuentro escribiendo es superior a la que podría encontrar viviendo. Además, una cosa no impide la otra», argumentaba Julius en Los sótanos del Vaticano. En la autorrealización del proceso radica el propósito literario, el célebre disfrutar del camino tan necesario en esta época de estrés e incertidumbre.

Sin embargo, esa belleza muchas veces queda dañada por los efectos colaterales de la soledad. El miedo al fracaso, los bloqueos, la ausencia de experiencias por estar atado a un escritorio, pesan y se acumulan en la valija del escritor, sobre todo en la de los noveles, quienes compaginan la escritura con un empleo, dedicando sus escasas horas libres a perseguir un sueño incierto. ¿Merece la pena tanto sacrificio? Eso depende del individuo.

«Lo que más admiro de Rimbaud es que haya preferido la vida», sentenciaba Bernard. El eterno prodigio Arthur Rimbaud abandonó la poesía al quebrarse sus deseos de adolescente, y modificó sus proyectos vitales con el fin de degustar la brevedad de la juventud.

Viajó. Normalmente, solo. Y extrajo valiosas lecciones: descubrió la melancolía de los paseos de vuelta a casa, la traición de la amistad, y la inutilidad del arte. Siempre se dejó guiar por su instinto. Le excitaba lo ignoto; realizar expediciones a tierras salvajes, vagar de un lado a otro sin dar explicaciones, y huir cuando se le echaba el mundo encima. Ganó dinero, se arruinó, traficó con armas, sospechan que también con esclavos, y murió a los treinta y siete, siendo fiel a sus convicciones; en resumen, exprimió su existencia. También, de una manera extraña, dejó huella entre los mortales y saboreó la esencia bohemia.

¿Desperdició un futuro prometedor? Quizá, aunque si hubiese escogido una carrera letrada, puede que nunca fuese el mito de nuestros días. En el misterio de su desaparición radica el interés de su obra. Con apenas veinte años había completado su trayectoria literaria, y no le hizo falta más para hacerse un hueco entre los parnasianos. El muchacho, gusten o no sus decisiones, eligió su destino.

En la elección se halla el dilema del escritor frustrado: continuar recluido, a la espera de un milagro, o reconocer la dificultad de la profesión, renunciar, y aventurarse a vivir.

Aquellos que desde muy jóvenes permanecen en su dormitorio componiendo historias sin saber si verán la luz, se arriesgan a caer en la amargura. Pero los que entienden que la escritura es la vocación de la desdicha, son capaces de encerrarse a tejer su eternidad.

Comentarios en estandarte- 1

1 | Violeta 19-10-2022 - 09:33:19 h
Qué bonito