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Walt Whitman en siete poemas eternos

Una poesía renovadora que voló más allá del tiempo y las fronteras.

16 de febrero de 2024. Estandarte.com

Qué: Poemas eternos de Walt Whitman

Con Walt Whitman (West Hills, Nueva York, 1819-Camden, Nueva Jersey, 1892) la poesía cambió de ritmo y sonido. Con él, el verso –el que fuera verso libre– se acercó a la prosa; el lenguaje adquirió proximidad y libertad de forma.

Whitman cantó al amor, al erotismo, a la homosexualidad, a la naturaleza, a la individualidad, a su país.

Perseguía una nueva épica que –como indica su traductor, Eduardo Moga, en la introducción de Hojas de hierba publicada en versión bilingüe por Galaxia Gutenberg. Círculo de lectores– solo tenía sentido si utilizaba un nuevo lenguaje, un lenguaje que puede considerarse como su mayor aportación a la poética. “Whitman –leemos en ese interesante y completísimo estudio introductorio de Moga– reivindica con frecuencia en sus poemas la necesidad de incorporarlo todo al lenguaje y a la vida, porque todo, incluyendo lo sucio y lo feo, forma parte del milagro incomprensible de existir”.

En la obra de Whitman está la humanidad en su totalidad, y está también su individualidad, visible por el uso de la primera persona y las frecuentes preguntas que nos animan a identificarnos con lo que leemos.

Seleccionamos aquí siete de sus poemas (de uno de ellos –Canto de mí mismo–, los primeros versos), tomados de la citada edición bilingüe de Eduardo Moga de Hojas de hierba. Edición completa. Selección de prosas de Galaxia Gutenberg. Círculo de lectores.  

Aprovechamos para recomendar este libro en esa edición, así como la biografía en forma de cómic del poeta americano elaborada por Tyto Alba (Astiberri).

 

Ven, dijo mi Alma,
escribamos estos versos a mi Cuerpo (porque somos uno),
para que, si volviera, invisible, de la muerte,
o mucho, mucho después en otras esferas,
reemprendiese mis cantos ante un grupo de compañeros
(y correspondieran a la corteza terrestre, a los árboles y vientos, al
  tumulto de las olas),
siguiesen siendo míos, y pudiera contemplarlos todavía
con un sonido de satisfacción; por eso, primero, aquí y ahora,
firmo por el Cuerpo y el Alma, y los antepongo a mi nombre.

Walt Whitman

 

Canto de mí mismo          

Yo me celebro y me canto,
y cuanto hago mío será tuyo también,
porque no hay átomo en mí que no te pertenezca.

Holgazaneo, e invito a mi alma.
Holgazaneo, a mi antojo, y me paro a observar una briza de
  hierba estival

Mi lengua, y hasta el último átomo de mi sangre, están formados
  por esta tierra, por este aire;
nacido aquí, de padres nacidos aquí, lo mismo que sus padres, y
  lo mismo que los padres de éstos,
yo, de treinta y siete años de edad, en perfecto estado de salud,
  empiezo ahora,
y espero no acabar hasta la muerte.

Dejo en suspenso credos y doctrinas;
me aparto un trecho: los conozco bien, y no los olvidaré,
Acojo el bien y el mal, y me permito hablar, sin preocuparme
por los riesgos,
naturaleza sin freno, con su energía primigenia.

 

¿Para qué creéis que empuño la pluma? 

¿Para qué creéis que empuño la pluma? ¿Para dar cuenta
del barco de guerra, perfectamente diseñado, majestuoso, que
  he visto pasar hoy, junto a la costa, con todas las velas desplegadas?,
¿de los esplendores del pasado?, ¿o del esplendor de la noche
  que me envuelve?,
¿o de la cacareada gloria y del crecimiento de la gran ciudad
  que me rodea? No,
lo hago, meramente, para dar cuenta de dos hombres sencillos
  que he visto hoy en el muelle, entre el gentío, diciéndose adiós
  como hacen los amigos que se quieren:
uno colgado del cuello del otro, besándose con pasión,
y el que se iba, estrechando al que se quedaba entre sus brazos.

 

Juventud, día, vejez y noche 

Juventud, vasta, lozana, amorosa; juventud llena de gracia,
  fuerza y fascinación.
¿Sabes que la Vejez puede venir en pos de ti con la misma gracia,
  fuerza y fascinación?

Día florido y espléndido, día en que brilla un sol inmenso, día
  de acción, ambición y risa.

La Noche te sigue de cerca con un millón de soles, y sueño, y
  una oscuridad reparadora.

 

¡Oh, yo! ¡Oh, vida!     

¡Oh yo! ¡Oh, vida! De las preguntas recurrentes,
de las filas interminables de desleales, de las ciudades llenas de
  idiotas,
de mí, que siempre me reprocho algo (porque ¿quién hay mas
  idiota que yo?, ¿y quién más desleal?),
de ojos que ansían la luz en vano, de los objetos despreciables,
  de la lucha siempre renovada,
de los magros resultados de todo, de las sórdidas multitudes que
  veo ajetrearse a mi alrededor,
de los años vacíos e inútiles de los demás, con los que me mezclo
  y confundo,
la pregunta, ¡oh, yo!, tan triste y recurrente, es: ¿qué hay de
  bueno en todo esto, oh, yo, oh, vida?

Respuesta

Que estás aquí, que la vida existe, y la identidad;
que prosigue la obra, sobrecogedora, y que tú puedes contribuir
  con un verso.

 

Recuerdos 

¡Qué dulces, las miradas, en silencio, al pasado!
Vagabundear como como en sueños, pensar en los viejos tiempos, y
  revivirlos: los amores, las alegrías, las personas, los viajes.

 

Sube orgullosa la marea   

Sube orgullosa la marea: grita, espuma, avanza;
se mantiene henchida mucho tiempo, ancho el pecho, desbordante;
todo palpita, se dilata: las granjas, los bosques, las calles de las
  ciudades, los trabajadores;
velas mayores, gavias y foques se divisan en el mar, y los gallardetes
  de humo de los vapores, que, bajo el sol matinal,
con su cargamento de vidas humanas, zarpan, alegres, o
  arriban, alegres,
luciendo en los mástiles la bandera bienamada.

 

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