Pasión por leer. Pasión por escribir.

Portada > Noticias > Libros > Comic > Un día, un siglo; de Robin Wood

Un día, un siglo; de Robin Wood

Robin Wood y sus trabajos con los mejores dibujantes argentinos, de Breccia a Alcatena y Solano López.

23 de febrero de 2024. Iván de la Torre

Qué: Un día, un siglo Autor: Robin Wood (guion); Varios dibujantes Editorial: Eura Año: 2000 Páginas: 97 Precio: 7 €

En Un día, un siglo, Robin Wood escribe una historia por cada década del siglo XX acompañado por los mejores dibujantes argentinos, primerísimas figuras como Enrique Breccia, Juan Zanotto, Cacho Mandrafina, Francisco Solano López, Ernesto García Seijas y Quique Alcatena.

Esta imprescindible novela gráfica está formada por unitarios que van de lo grande a lo pequeño, desde momentos que conmovieron al mundo a personajes desconocidos que sirven para entender –y sintetizar– toda una época en menos de diez páginas magistrales, incluyendo el asesinato de Rasputín en Rusia, la muerte de Pancho Villa en México, el remordimiento del piloto que arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima, las reflexiones del soldado que capturó al Che Guevara en Bolivia o el amor imposible de una pareja separada por el muro de Berlín.

En cada historia, los protagonistas reflexionan sobre el complejo y contradictorio siglo que les tocó vivir:

Gandhi, de la mano de Robin, expresa: «Lo que he visto en esta guerra me ha convencido de una sola cosa... La violencia solo genera más violencia... como una avalancha que no para de crecer... No, la violencia no es la solución. He estado mucho tiempo lejos de la India, quiero regresar para trabajar por nuestra independencia... pero sin violencia».

Brad, uno de los militares que capturó al Che Guevara en Bolivia, recuerda ese hecho mientras ve al hombre pisar la Luna por primera vez y comenta: «Es irónico, ¿verdad? Miro hacia las estrellas... veo al hombre sobre la Luna... y pienso en aquel muerto, allá... ¿Cómo puede el hombre hacer cosas tan bellas... y tan terribles? ¿Esto es el hombre?».

El pintor Heinz Bloch escribe: «Este es el muro de Berlín. Ya estaba aquí cuando yo era joven. Ciento cuarenta kilómetros de cemento, alambre de púas, torres de guardia, minas, soldados armados... El muro siempre estuvo aquí... Inmutable, gris... Un monstruo impasible, edificado para la eternidad. Al otro lado está la otra Alemania, invisible y, sin embargo, tan presente. En ocasiones, algunos pasaban hacia este lado... otros morían en el intento... y muchos más se resignaban... eran dos planetas separados por una constelación de cementos y ametralladoras».

El diablo, un misterioso antihéroe que lucha contra los ricos, confiesa: «Solo hago lo que todos deberíamos hacer... Estamos asesinando el planeta... ¿Qué tiene que pasar para que nos detengamos?... Países enteros se mueren de hambre... Los animales se extinguen... Las aguas se envenenan... La única especie que nunca se acaba es la de políticos y burócratas... Ellos son inmortales».

Todos esos personajes, profundamente humanos y falibles, vuelven a poner en primer plano las grandes obsesiones que sostienen la obra de Wood desde sus lejanos comienzos con Nippur de Lagash, pero es Los caballos de la Camarga, la historia más conmovedora de este libro imprescindible, la que mejor sintetiza el credo personal de Robin, contando como el coronel Faber y sus soldados (emblemas del antihéroe woodiano, “hombres que han perdido la ilusión, pero no la fuerza ni la ingenuidad y siguen buscando respuestas a preguntas que no las tienen”) sobreviven en un campo de concentración vietnamita, apelando a la imaginación y la libertad que da tener un sueño compartido:

«Coronel Faber: Es una prisión infranqueable. No sabemos dónde estamos, en esta selva infinita. No tenemos contacto con nadie, excepto con la muerte.

Doctor: Hay una nueva enfermedad que nos está matando a todos, Señor.

Coronel: ¿Cuál?

Doctor: La falta de esperanza. El tiempo pasa, ni siquiera sabemos cuánto, y no tenemos ningún tipo de noticias. No sabemos nada de nuestras familias: nuestros hijos, nuestras mujeres... Vivimos en un infierno de calor y silencio. Si no encontramos algo a qué aferrarnos, moriremos todos.

Soldado: Yo vengo de la Camarga...  en el sur de Francia... ¿alguna vez ha visto los caballos de la Camarga, Coronel? Son caballos blancos, salvajes, que galopan por campos y lagunas... Nunca nadie ha visto algo de tanta belleza... y tan libre. Cada uno de nosotros necesita un caballo de la Camarga para irse de aquí algún día... Para protegerlo... y para que nos proteja... cierren los ojos... Miren pasar los caballos... dan coces en el suelo y resoplan... están llenos de vida.

Siempre el calor que no se aplaca... y las lluvias torrenciales... y la fiebre y el hambre y las tumbas cavadas en el Fango... son días desesperados... pero de noche, los caballos de la Camarga cabalgan en nuestros espíritus».

Los caballos de la Camarga es una síntesis perfecta del credo personal de Robin y una historia bellísima que habla de hombres que se niegan a rendirse, sostenidos por un sueño, una esperanza lejana pero no imposible que les permite sobrevivir día tras día, en un entorno brutal, acosados por el hambre, la fatiga, la enfermedad y la brutalidad de sus carceleros:

«Faber: En verano siempre voy a la Camarga a mirar a los maravillosos caballos, libres como nubes, sobre el verde de la llanura... A veces trato de reconocer los caballos de los que han quedado allá... Como si su alma estuviese aquí, dentro de estos espléndidos potros... y, cada verano, los hermosos caballos galopan por los campos... Blanco sobre verde... Únicos. Tan bellos que duele verlos. Y cada uno de ellos lleva abrazado un fantasma, que escapa así de la muerte y de la miseria... Espléndidos caballos... Espléndidos caballos de la Camarga».

Un día, un siglo; de Robin Wood.El propio Robin explicó su capacidad para ponerse en la piel de toda clase de personajes, desde el pacifista Gandhi, que rechaza la violencia y predica la castidad, hasta el coronel francés que se mantiene fiel a sus soldados hasta el final: Yo nunca fui político, pero se me acusó de miles de cosas. Me acusaron de fascista, porque había escrito historias del Vietnam, o sobre legionarios bajo una buena luz... Siempre he creído que los pobres soldados son los imbéciles que van a matarse, y después son los políticos los que crean los héroes. Horacio Altuna me calificó de nazi... Dios mío... y el gobierno argentino me calificaba de sionista... y como yo tengo la filosofía de no querer complacer a nadie, dejé que lo hicieran. Total, yo estaba lejos... Con mis ocho años de fábricas, me trataron de enemigo de la clase obrera. Después, unos señores de traje oscuro me visitaron y me preguntaron si era judío, porque había escrito cosas sobre Israel. Me dijeron que tuviera cuidado o volverían. Era un ambiente enfermo, excesivo, intolerante. Los bolcheviques me trataban de capitalista, la derecha de sionista. Madre mía... me dijeron que me uniera al sindicato obrero del tebeo. ¿Qué coño era eso? Les dije: ‘Todos sois universitarios, vivís con papá y mamá, os pagan la universidad... ¿Qué sabéis de la clase obrera? ¡Nada! Yo fui obrero, toda mi adolescencia y juventud’. Nunca fui muy diplomático”.

Un día, un siglo, muestra en sus diez impecables historias, la mirada profundamente humanista de Robin, su inquebrantable compromiso con los débiles y oprimidos y su eterna oposición a los matones de turno, esos hombres que explotan a los demás desde la izquierda, la derecha o el centro.

Un día, un siglo; de Robin WoodDe Wood puede decirse lo mismo que Orwell expresó sobre su amado Charles Dickens: “Cuando leemos cualquier escrito marcadamente individual tenemos la impresión de ver un rostro tras la página. No tiene por qué ser el rostro real del escritor. Yo lo siento vivísimamente con respecto a Swift, Defoe, Fielding, Stendhal, Thackeray, Flaubert, aunque en varios casos ignoro los semblantes que tenían y no me importa saberlo. Lo que uno ve es el rostro que el escritor debería tener. Pues bien, en el caso de Dickens veo un rostro que no es precisamente el rostro de los retratos que de él se conservan, aunque se parece. Es el rostro de un hombre que frisa en los cuarenta, de barbilla menuda y color subido. Se está riendo, y su risa tiene una leve sombra de cólera, pero nada de triunfo, nada de malevolencia. Es el rostro de un hombre que siempre está luchando contra algo, pero que pelea abiertamente y no siente temor, el rostro de un hombre generosamente enojado; en otras palabras, de un liberal del siglo XIX, de una inteligencia libre, tipo odiado con odio parejo por todas las pequeñas ortodoxias malolientes que ahora se disputan nuestras almas”.

Esa descripción es perfecta para Dickens, pero también para Wood, un hombre generosamente enojado, una inteligencia libre, un liberal odiado por todas las pequeñas ortodoxias malolientes porque toda su obra, desde el inicial Nippur de Lagash hasta esta magistral Un día, un siglo, habla de la libertad, de la independencia y de la importancia de luchar contra cualquier clase de tiranía.

 

Comentarios en estandarte- 4

1 | Miguel Figueroa 23-02-2024 - 14:26:08 h
Una de mis cuentas pendientes con el maestro Robin; se podrá conseguir ésto?

2 | Luz María Mikanos 24-02-2024 - 03:51:29 h
Qué maravilla de descripción e información Iván de la Torre, y la obra es magnífica con la ubicación en el tiempo y la mejor narración del momento histórico, en la piel de personajes de emblemáticos ! Gracias Estandarte por incluír esta joya

3 | Iván 27-02-2024 - 19:38:46 h
Miguel, puede encontrarse la versión digital, que ya está traducida. Creo que no hay versión en papel. Lamentable, pero cierto.

4 | Iván 27-02-2024 - 19:39:34 h
Muchas gracias por tu comentario, Luz. La obra es una maravilla, como todo el trabajo de Wood, y "Los caballos de Camarga" es lo mejor del libro.