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Sudor Sudaca, de Carlos Sampayo y José Muñoz

Una serie afectuosa, furiosa, trabajosa y dudosa, según uno de sus autores.

30 de junio de 2023. Iván de la Torre

Qué: Sudor Sudaca Autores: Carlos Sampayo (guion) y José Muñoz (dibujos) Editorial: Hotel de las ideas Año: 2015 Páginas: 72 Precio: 1.100 pesos argentinos

El miedo y la paranoia frente al recién llegado, la mentira como defensa para proteger la intimidad, la dificultad para integrarse a una cultura diferente, los recuerdos -no siempre felices y muchas veces contradictorios- del pasado: con ese material, el guionista Carlos Sampayo y el dibujante José Muñoz construyeron un implacable relato sobre los exiliados en Sudor Sudaca, basado en la confrontación de opuestos claramente definidos: pasado y presente, Europa y Latinoamérica, infancia y adolescencia, los que se fueron y los que se quedaron en Argentina tras la llegada de la dictadura militar.

«Esta serie afectuosa, furiosa, trabajosa y dudosa –escribió el propio Muñoz, en un estilo vacilante y poco feliz pero revelador de sus sentimientos e ideas- nació en Milán y Barcelona, en un periodo de extrema despersonalización y desconcierto. A través de ella pasamos revista a la sintomología que afectaba a los prehumanos de origen argentino, sus reacciones ante las derrotas de sus ideales, su capacidad de soportación, asimilación, interpretación y comprensión ante la irrealidad de la catástrofe psíquica desintegrativa que la emigración forzada implica».

El dibujante confesó: «Varados con Carlos en las arenas de Sitges mirando la Argentina desde lejos, con huellas de la catástrofe en la mirada, en el cuerpo y en la psique; entonces ahí Sudor Sudaca surgió como una forma de contención, de organización de todo un material histórico, de ilusión y derrota. Fuimos parte de toda esa gran depresión post-conflicto, post debacle, que se posó en las playas de Sitges, (cerca de Barcelona), gran rejunte de exiliados sudamericanos. Estaba toda esta situación, con momentos terminales de dolor y extravío, dificultades de supervivencia psíquicas y económicas. ¿Cómo razonar todo esto? Arreglos de diferendos supuestamente políticos por doquiera que vayas, despiadados diagnósticos entrecruzados, amores cortos y largos que desafiaban la agresividad, el recato y la desesperanza. Todo esto en salsa de paranoia. Hay que decir que en ese momento además nos faltaba permiso de estadía, así que nos podían echar en cualquier momento».

En ese marco abrumador y terrible, los autores concibieron Sudor Sudaca, al que el dibujante define como «una serie de elaboraciones del dolor, artesanías gráficas, en las que uno va controlando, versando, sublimando, gobernando un poco todos los ríos de la psique que van para cualquier lado cuando el espectáculo de la historia es tan feroz, de tanto orgullo matarife y carnicero, tan primario como lo que aquí pasó. Teníamos este trabajo que nos calmaba, nos sublimaba, y nos permitía afrontar los desvaríos, inclusive, porque hubo gente que desvarió fatalmente, varados en las arenas de Sitges mirando la Argentina desde lejos, con huellas de la catástrofe en la mirada, en el cuerpo y en la psique; entonces ahí Sudor Sudaca surgió como una forma de contención, de organización de todo un material histórico, de ilusión y derrota».

Exceptuando Historias (una previsible burla contra la clase media que recuerda al políticamente correcto, aburrido y sentencioso Alack Sinner, posiblemente el personaje más popular y exitoso de la dupla desde hace cincuenta años, especialmente en Europa, donde recibió innumerables premios y reconocimientos), Sudor Sudaca captura en cinco breves y brillantes capítulos la mirada del exiliado, alguien que, desde lejos, con una mezcla de nostalgia, frustración, deseo y rabia, contempla y recuerda su país de una manera muy diferente al que todavía vive allí, situación que el propio Sampayo experimentó en carne propia al regresar, tras catorce años de exilio europeo, a la Argentina: «Para mí el genocidio fueron noticias y comentarios de los medios de información, conversaciones con José y Oscar, alguna carta que llegaba. Un genocidio de diálogo y de papel impreso. Por eso también pude aceptar y comprender que algunas personas -durante mi visita de 45 días en 1984- me excluyeran de una solidaridad en el sufrimiento a la cual no podía ya participar».

Las historias de Sudor Sudaca manejan diferentes registros y enfoques: desde la paranoia de un exiliado que recibe la visita sorpresa de dos desconocidos que parecen conocerlo todo sobre él (“Dos o tres mil cosas que los demás saben de mí”), pasando por la evocación del servicio militar obligatorio, donde la humillación y el maltrato al diferente (el homosexual, el provinciano, el petiso, el gordo) es fomentada por las mismas autoridades, hasta Sudor Sudaca que conecta pasado y presente (Argentina en los cincuenta, Europa en los ochenta) a través de una vieja radio y la imagen, fantasmal, de Julio Cortázar.

El relato más duro y brillante de la serie es Solos para siempre, donde un pícaro intenta seducir a una chica diciendo que fue capturado por los militares, pero logró escapar; esa falsa confesión activa la paranoia del resto de los exiliados y condena al falsario a perder todos sus vínculos con el resto de los exiliados: “Juana no duda de Roby, pero Luis le dice a su amigo que en esa época nadie podía fugarse. A menos que le abrieran la puerta, concluye el amigo de Luis... Juana le dice que ellos le han dicho que es un espía, un infiltrado, un criminal. Roby, que no es del todo idiota, detecta que el rumor ha tenido origen en su estupidez... y se queda solo para siempre”.

En una época donde el exiliado político era un referente incuestionable, un héroe popular, Solos para siempre (como Historias Tristes y Ana, las inolvidables novelas gráficas de Gabriel y Francisco Solano López) mostró el otro lado del mito, relatando todo lo que las historias oficiales negaban: como muchos latinoamericanos lucraron con la tragedia que ocurría en sus países, dominados por dictaduras militares, para obtener beneficios personales en muchos casos mínimos; en palabras del propio Sampayo: «Toda moral ha sido destruida. Toda lealtad ha sido olvidada. Sólo queda la sobrevivencia como meta y para sobrevivir no hay frenos morales que se interpongan».

Muñoz y Sampayo lograron capturar toda la complejidad de una época desde la visión del exiliado, aquel que evoca su país desde lejos, sin saber cuándo –si es que alguna vez- podrá volver, lo que hace más fuerte el dolor, pero también potencia su capacidad de captar detalles que antes no veía (o simplemente negaba).

 

 

 

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