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Julio Cortázar, pasión por la palabra

Un recorrido por la obra y vida de un escritor único.

11 de marzo de 2024. Estandarte.com

Qué: Biografía de Julio Cortázar

Se podría decir que Julio Cortázar empezó a narrar cuando de niño, junto a su madre, contemplaba el paso de las nubes y describía las mil formas y figuras que dibujaban sobre el cielo. También fue muy temprana su pasión por los libros y por el misterio: con nueve años, y a escondidas, entró en el mundo de Edgar Allan Poe y cayó en sus redes.

Fue aquel un espacio en la sombra, un estremecido temblor, lejos del terror fantasmal, cercano a la incertidumbre, al escalofrío que supo plasmar en un genial juego de realidad y fantasía en la mayoría de sus cuentos.

Cortázar dilata la realidad, la alarga más allá de sus límites llevándola a lo extraordinario; historias de inicio cotidiano que caminan hacia la inquietud y hacia una realidad nueva que lo abarca todo.

Lo vemos en Casa tomada, un cuento que nació de una pesadilla, un relato que va reduciendo el espacio de esa casa hasta que sus dueños, dos hermanos, terminan abandonándola ante la presencia, solo oída, de unos ocupantes desconocidos. El relato se publicó en la revista Anales de Buenos Aires, dirigida por Jorge Luis Borges.

Fue su manera de percibir lo fantástico en la escritura, de apropiarse de la realidad política de su tiempo, lo que encauza la vida de este argentino, este porteño como el mismo se definía, que nació en Bruselas el 26 de agosto de 1914, recién comenzada la Primera Guerra Mundial, y murió en París el 12 de febrero de 1984.

Hijo de argentinos, de padre diplomático, la contienda obligó a la familia a refugiarse en Suiza hasta que en 1918 regresó a su país y se estableció en Banfield, en la provincia de Buenos Aires. Allí permaneció hasta los 17 años y allí sintió sus primeras inquietudes literarias y se dejó llevar por la fascinación del misterio, una fascinación que leeríamos en relatos posteriores como El perseguidor, incluido en Las armas secretas (1958) y escrito en memoria de Charlie Parker (el jazz, siempre el jazz).

Tras estudiar Filosofía y Letras en Buenos Aires, impartió clases, publicó estudios de crítica literaria y escribió bajo el seudónimo de Julio Denis una colección de sonetos titulada Presencia. En los años cuarenta y por cuestiones políticas, se vio obligado a abandonar su puesto de profesor en la universidad, pero no dejó de escribir ni de publicar artículos y relatos en revistas literarias como Realidad, Cabalgata o Sur, creada y dirigida esta última por la escritora, editora y mecenas Victoria Ocampo.

Con el título de traductor oficial de inglés y francés recién obtenido, viaja a París en 1951 y comienza a trabajar en la UNESCO. Allí, en esa ciudad que le enamora y que no abandonará, vive su exilio, viaja, se sumerge en la política, apoya causas y líderes de izquierdas.

Fue el suyo un compromiso político firme, constante, que mantuvo toda su vida, y que le llevó a apoyar distintas luchas en América, como la revolución sandinista de Nicaragua. Escribió artículos políticos y se ocupó en sus relatos de temas que le preocupaban como la explotación o la opresión. Pero, como leemos en la entrevista con Simon Weiss de 1984 que incluye la edición de Acantilado de The Paris Review. Entrevistas (1953-2012), siempre buscando un equilibrio: “El problema del escritor comprometido, como lo llaman ahora, es seguir siendo escritor. Si lo que escribe se convierte en simple literatura de contenido político, puede ser muy mediocre. Eso les ha pasado a bastantes escritores. De manera que es un problema de equilibrio. Para mí, lo que hago tiene que ser literatura lo más elevada que se pueda… ir más allá de lo posible. Pero al mismo tiempo intento introducir una mezcla de realidad contemporánea. Y es un equilibrio muy difícil”.

Cortázar –este hombre alto, desgarbado, flaco, fumador, imaginativo, irónico, ingenioso, divertido, comprometido, enamorado de la cultura francesa– fue un genio del relato breve, un amante de la fantasía, lo revela, entre otros títulos, en Las babas del diablo, trasladada al cine bajo el título de Blow-Up. Fue también un inventor de palabras (recomendamos el capítulo 68 de Rayuela), un novelista rompedor, un escritor que disfrutó y trasmitió su enorme afición por la fotografía, el cine, la poesía, el boxeo, el jazz y –cómo no– el tango, al que adaptó algunos de sus textos.

En el recorrido literario aparecen poemas: Pameos y meopas y Salvo el crepúsculo; cuentos: Bestiario; Final del juego; Las armas secretas; Todos los fuegos el fuego, que encierra La autopista del Sur; Octaedro; Queremos tanto a Glenda y otros relatos o Deshoras; misceláneas y prosa breve: Historias de cronopios y de famas, La vuelta al día en ochenta mundos o Último round; y obras de teatro, crítica y textos varios que se muestran como el mejor de los envoltorios para sus novelas. Publicó pocas, cuatro, y en ellas Cortázar dio rienda suelta a su impronta revolucionaria. Empezó en 1960 con Los premios, siguió con Rayuela (1963), 62/modelo para armar (1968) y Libro de Manuel (1973). Tras su muerte, se editaron tres que permanecían inéditas: Divertimento, El examen y Diario de Andrés Fava.

Con Rayuela llegó la fama y el reconocimiento. Las andanzas y amores de Horacio Oliveira (personaje con algunos puntos biográficos) y la Maga; París y su ambiente; las referencias culturales (que bueno sería contar con un glosario); el imaginativo lenguaje, la riqueza descriptiva, la inventiva y la permanente invitación con la que pide al lector participar y ordenar la historia nos sumergen en un mundo difícil de describir, en un libro de mil lecturas, en un inolvidable paraíso literario.

Cortázar conoció la fantasía y el misterio gracias a Poe (al que tradujo lo mismo que a Daniel Defoe y Marguerite Yourcenar); descubrió el surrealismo leyendo Opio: Diario de una desintoxicación, de Jean Cocteau y con esa lectura se introdujo en ese particular mundo creativo que camina entre dos planos; y sintió una gran admiración hacia Jorge Luis Borges, enemigo como él de la grandiosidad descriptiva y con quien aprendió que la economía del lenguaje dotaba de una enorme belleza a la escritura. Admiración mutua pero no amistad. Eran muy diferentes en estilo e ideas.

Admiró estas tres voces y muchísimas más. Voces que dan nombre a los libros que fue acumulando a lo largo de los años y que ahora están en Madrid y podemos conocer gracias a la Biblioteca digital de Julio Cortázar (Fundación Juan March, depositaria de la biblioteca física). “La visita virtual a la Biblioteca de Julio Cortázar –leemos en la presentación de la Fundación Juan March– es un recorrido visual por los títulos que tenía en su domicilio parisino en el momento de su muerte. [...] Entre sus ejemplares destaca un gran número de libros de poesía, revistas de literatura y arte, catálogos de exposiciones, novelas, cuentos, antologías y un largo etcétera. La colección consta de índices de autoridades, tipos de documentos, títulos uniformes, materias y materias geográficas”.  

Contemplaremos sus libros y también leeremos sus opiniones, sus anotaciones y dedicatorias, veremos sus subrayados… Total sabremos cuál fue su recorrido vital y literario a través de nombres como –imposible nombrar todos, pasan de los 3000– Pedro Salinas, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, José Lezama Lima, Julio Verne, Bram Stoker, Edgar Allan Poe, Alejandra Pizarnik, George Perec o Anaïs Nin.  

No pueden quedar en el olvido las tres mujeres que lo acompañaron en distintos momentos de su vida. Fueron Aurora Bernárdez, traductora y que fue su única heredera y albacea, con la que estuvo casado desde 1953 hasta 1967. El divorcio dio paso a su unión con la escritora lituana Ugné Karvelis con la que vivió hasta 1978, cuando se casó con Carol Dunlop, escritora y también traductora, activista y fotógrafa con la que escribió Los autonautas de la cosmopista. Su muerte, en 1982, produjo en Cortázar una profunda depresión.

Dos años después, el 12 de febrero, la leucemia terminó con la vida de Cortázar. Su cuerpo está enterrado junto a Carol Dunlop en el cementerio de Montparnasse. Allí, y tras el funeral estaban, entre otros muchos amigos, sus antiguas parejas, Ugné Karvelis y Aurora Bernárdez.

Terminamos recordando lo que sobre lo fantástico decía el autor: “Muchas veces he pensado que si hubiera podido explicar lo fantástico nunca hubiera escrito ningún cuento fantástico. Escribirlos es, pues, mi único comercio con lo fantástico, y tengo que declarar honestamente que el concepto que tengo de este territorio no entra en lo racional. Por eso no es casual que hable siempre de sentimiento de lo fantástico: no es una idea, ni un concepto, es un sentimiento de apertura, esa sensación de percepción de intersticios en lo real, de otras modulaciones de la realidad. Por eso he sido siempre incapaz de establecer con precisión el límite ente lo fantástico y lo real. Mis cuentos son reales, comienzan en su sitio determinado y les pasa a gente como nosotros. En un momento hay la invasión de lo fantástico. Yo la sufro, y el cuento funciona entonces como catarsis. Creo haberme librado de algunas neurosis escribiendo algunos cuentos fantásticos”.

 

 

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