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Ronar, un cómic que lo tiene todo

Doncellas virginales, crueles piratas, vampiros, ángeles vengadores, dinosaurios y malvados inmortales.

13 de febrero de 2024. Iván de la Torre

Qué: Ronar Autores: Alfredo Grassi (guion) y Lucho Olivera (dibujos) Editorial: Ediciones Récord Año: 1980 Páginas: 144 Precio: 1.500 pesos argentinos

Ronar es una atractiva historia sobre paradojas temporales con imágenes dignas -gracias al increíble arte de un Lucho Olivera inspiradísimo- del mejor cómic lisérgico; Alfredo Grassi usa muy inteligentemente una tercera persona que interpela constantemente a Ron Arlton, el astronauta transportado veinticinco mil años al pasado luego de sufrir un accidente durante su viaje como comandante del primer cohete tripulado a Marte:

«¿Qué le puede ocurrir a un objeto material que entra en colisión con un corpúsculo de antimateria, a más de provocar la explosión más formidable de la historia? ¿Quién puede saberlo? No tú, Ron, no tú».

La serie recuerda los trabajos más brillantes de Philip José Farmer y Jack Vance, referentes de la mejor ciencia ficción aventurera norteamericana, con un protagonista obligado a iniciar un largo peregrinaje por un planeta desconocido para obtener respuestas a sus cada vez más apremiantes y desesperadas preguntas.

Ronar puede leerse como una versión alternativa de Henga, el gran clásico de Ray Collins y Juan Zanotto, pero donde Collins profundiza la introversión del héroe a través de monólogos existencialistas sobre Dios, el bien, el mal y la justicia, Grassi prefiere cuestionar, a la manera de Philip K. Dick, el sentido último de la realidad: ¿lo que está viviendo el protagonista es verdad o solo un montaje armado por una entidad todopoderosa para divertirse con él como si fuera un juguete y luego desecharlo?

Con este enfoque, el guionista se adelantó tres décadas a Lost, la popular serie de J. J. Abrams donde un grupo de personajes arrojados por una tragedia imprevista a un mundo desconocido debe sobrevivir a peligros cada vez más fantásticos mientras intentan resolver el siempre elusivo misterio central: ¿dónde estamos?, ¿que nos pasó?, ¿quién nos trajo aquí?, ¿por qué nos trajeron?, ¿todo lo que vivimos/sufrimos tiene algún sentido que nos trasciende? ¿Estamos muertos y no lo sabemos?

Pocas veces el lector pudo disfrutar de una serie tan compleja y, al mismo tiempo, entretenida, donde se mezclan doncellas virginales, crueles piratas, vampiros, brujos aterradores, ángeles vengadores, dinosaurios, seres inmortales, androides e inmensas naves espaciales.

El primer capítulo ya marca el tono de esa sucesión de maravillas que, para satisfacción del lector y desgracia del sufrido personaje, nunca se detienen:

«No alcanzas a escuchar el grito en la Base Tierra, ni sientes la explosión inverosímil al tocar tu astronave y liberar una energía desconocida, monumental.

Miras la inmensa ciudad dedicada al dios del mar, a las mujeres bellísimas, a los apuestos guerreros y comprendes que todo lo imposible, absurdo que te envuelve es cierto, que el roce con la partícula de antimateria no solo te trajo instantáneamente a la Tierra, sino que alteró tu ubicación temporal para siempre, que ya no eres Ronald Arlton, astronauta, sino Ronar.

Adviertes que la rubia intenta protegerte y comprendes que la bellísima morena se domina con un poderoso esfuerzo de voluntad.

-¡Ven! ¡No te resistas, te lo ruego! ¡Mi padre es justo y bondadoso, aunque haya cometido el error de casarse en segundas nupcias con esta bruja que lo tiene hechizado! ¡Yo soy Azora, princesa de Pseidonis! ¡Tú me salvaste! ¡Yo te ayudaré! Serás mi huésped y te enseñaré nuestro idioma».

Desde ese prometedor inicio, Grassi le impone un ritmo frenético a su historia con la aparición de personajes cada vez más extraordinarios («Fui un hombre, fui un ángel caído, soy El-que-destruye, el ángel del abismo cuyo nombre es Abadón, el exterminador») que obligan al protagonista a realizar cambios drásticos en su personalidad para sobrevivir («La lucha es feroz. Y tú gozas matando y defendiendo tu vida, Ronar, todo resto de sofisticada civilización borrada de tu epidermis. Matas, hieres, lastimas con tu habilidad de hombre del futuro y la fuerza descomunal que has desarrollado en este mundo prehistórico»).

El ex astronauta va de desgracia en desgracia, en busca de respuestas que nadie parece capaz de darle: «Atrás quedan las aldeas de pacíficos campesinos donde dejaste a las doncellas que salvaste del sacrificio, atrás queda la muerta Nitra, que te amaba, la muerta Azora, que también te amaba, el muerto Aruf, tu único amigo en este cruel mundo remoto. ¡Cuánta sangre, Ronar! ¡Todo cuánto tocas parece diluirse en un mar de sangre!».

Más allá de las mujeres voluptuosas y las peleas con dinosaurios, vampiros, robots y ángeles, lo que hace diferente a esta increíble novela gráfica es el talento de Grassi para permitir que, más allá de la acción permanente, siempre aparezca en primer plano la angustia y la desesperación del protagonista, observado por tres inmortales que observan todo lo que ocurre, sin saber si conviene intervenir o no: «El salto de veinticinco mil años atrás de Ronar ha alterado todo. ¿Qué ocurrirá si la Atlántida no desaparece en las entrañas del Océano como está programado?».

El protagonista lucha, a cada paso, con la certeza de que, cualquier cosa que haga, puede poner fin al futuro de la humanidad, un peso con el que cada vez le resulta más difícil cargar: «Doscientos cincuenta siglos nos separan, Azora, no abuses de mi increíble soledad. ¿Cómo podría unirme a una mujer de esta época y engendrar hijos veinticinco mil años antes de haber nacido? La paradoja podría destruir la trama misma del tiempo. ¡Sería explosivo! Destruyo todo cuanto toco. Es mi maldición. Para mi tiempo he muerto y aquí no he nacido».

Finalmente, agotado de esa lucha sin cuartel, Ronar suplica: «Oídme, vosotros, los que habitáis el tiempo y el espacio, ¡ay del hombre sin raíces! ¡Ay de aquel cuyo tiempo se esfuma como humo de una hoguera azotada por los vientos del mundo! ¡Ay de aquél cuya espalda se apoya en la nada, rodeado por un muro imposible de salvar! ¡Ay de aquél, porque es el más solitario de los hombres! ¡Ay de mí, porque yo soy el más solitario de los hombres!»

Por supuesto, la historia no termina en ese ruego desesperado, sino que continúa hasta un sorpresivo final que nadie podría haber adivinado, para satisfacción de los lectores que convirtieron esta novela gráfica en uno de los grandes hitos dentro del cómic argentino, completamente desconocido para otros públicos porque no se editó nunca ni en España ni en el resto de Latinoamérica.

 

Comentarios en estandarte- 1

1 | Luz María Mikanos 29-09-2023 - 04:11:43 h
Absolutamente maravilloso traer estas historietas a la actualidad! Gracias por incluir estos aportes!