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La misma sangre y otros cuentos

22 de agosto de 2011. María Cereijo

Se ha dicho de él que es uno de los mejores cuentistas norteamericanos de todos los tiempos y se le ha comparado con maestros como William Faulkner, Flannery O'Connor, Carson McCullers o Tennessee Williams. Sin embargo, William Goyen es casi desconocido en España. Nacido en pequeño pueblito de Texas en 1915, fue oficial de aviación en la II Guerra Mundial, período en el que comenzó a trabajar en su primera novela, La casa del aliento, que fue publicada en 1950 y en sus primeros relatos que más tarde integrarían el volumen Los fantasmas y la carne, que vio la luz dos años después. Con ambos libros logró grandes alabanzas de la crítica pero no un respaldo popular en Estados Unidos, aunque sí en Europa, lo que le hizo convertirse en un autor de culto, o lo que es algo parecido: no pudo vivir de sus libros y tuvo que buscar otros trabajos que le permitieran pagar las facturas. En su caso, fue profesor en Princeton y Columbia. Respecto a su vida personal, como curiosidad, en 1963, se casó con una actriz, Doris Roberts, a la que todos recordarán por su papel en la sitcom Todo el mundo quiere a Raymond y por ser una de esas eternas y fabulosas secundarias. Acompañó al escritor hasta su muerte a causa de una leucemia en 1983.

Autor de novelas, teatro y numerosos cuentos, a Goyen se le considera exponente del llamado gótico sureño pero, clasificaciones aparte, es un escritor fabuloso de frases limpias y palabras medidas. Y eso es lo que encontramos en La misma sangre y otros cuentos que, al fin, aparece en nuestro país gracias a Páginas de Espuma. Son tan solo diez relatos ambientados en su lugar de nacimiento y protagonizados por aquellos seres que poblaron su infancia. Y es que el lugar de origen, las raíces, no solo son un tributo en la voz de este autor, son además reflejo de autenticidad y de lo mejor que puede ofrecer un escritor. Estas, la memoria, la soledad, la familia, son los temas recurrentes en su literatura y en estos cuentos no podía ser menos. Preciada puerta o La misma sangre, por citar dos títulos, son dos historias que por su construcción, por la creación de personajes, por el ambiente que rezuman, por el modo en el que están narrados merecen ser reconocidos y elogiados. Empiecen por ellos y ya no podrán dejar este librito por el que se pasean hombres con un gusano alojado en un muslo durante años o peculiares gemelas o supervivientes de tormentas. Solo se le puede poner una pega: diez relatos saben a poco.

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