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La gran patraña (Cosecha verde), de Carlos Trillo y Cacho Mandrafina

Acción y revelaciones para construir un alegato contra las dictaduras de toda clase.

16 de abril de 2024. Iván de la Torre

Qué: La gran patraña Autores: Carlos Trillo (guión) y Cacho Mandrafina (dibujos) Editorial: ECC Año: 2016 Páginas: 128 Precio: 16,95 euros

En La gran patraña, Carlos Trillo recupera el ritmo de las antiguas telenovelas, dosificando la acción y las revelaciones para construir un alegato impecable contra las dictaduras de toda clase, evitando los énfasis innecesarios y la moralina boba (tan común en sus amigos, los escritores Guillermo Saccomanno, Carlos Altuna y Juan Sasturain) mediante el uso inteligente del humor, la parodia y el grotesco en una trama folletinesca que se permite incluirlo todo (un gobernante eternizado en el poder, una falsa virgen, dos hermanos que se odian pero comparten amante y, lo mejor de todo, el “Iguana”, un asesino inmortal con cara de reptil que aterroriza a todos y se “divierte” azotando prostitutas hasta dejarlas sangrando) para contar la historia de amor entre el desencantado ex-policía Donaldo Reynoso y la huérfana veinteañera Malinche Centurión.

Trillo intercala narradores y combina diferentes géneros con la facilidad y felicidad de Manuel Puig, creando maravillas como la siguiente:

"Naciste de la inusual unión entre la rica heredera inglesa de una plantación de caucho y un cacique guacamayo que la secuestró para cabalgarla sin cesar durante 600 días con sus noches. De niña fuiste raptada por un pirata turco que te tuvo en maduración en su harén, educada por un teórico eunuco, que te enseño todo lo que una hembra debe saber para hacer felices a los hombres. A los 13 años, el pirata turco se encerró contigo para pasar de la teoría a la práctica. Era tal su afán por perfeccionarte que te derivó a sus lugartenientes, y cuando los dejaste vacíos como odres viejos, te vendió en el mercado donde te compró un rico aristócrata británico que se casó contigo, aunque jamás pudo poseerte y se suicidó por ello, sin saber que lo que se lo impedía era la sangre ya que él era el hermano menor de tu madre. Sola, por fin, y heredera de una gran fortuna, te dedicaste al teatro, conducida por un viejo profesor del Old Vic que te enseñó los secretos del gesto dramático y los mil quiebres de la voz que un intérprete de la mejor escuela inglesa no puede ignorar. Esa eres tú.

Eso dijo Meliton Bates y Malinche Centurion, creyéndolo, se convirtió en Margot Ardor, la comehombres de Guayana, personalidad con la que intentará engañar al Iguana”.

Con su mezcla de policial negro, denuncia política, realismo mágico y teleteatro cursi, La gran patraña juega abiertamente con la desmesura y todos los imposibles (“una noche que dura días, pasiones encontradísimas, intrigas prostibularias”) confirmando, como aclara el propio guionista, que en una dictadura nada es lo que parece: “Todo falso en La Colonia, el poder del Gran Títere, la virginidad de la heroína, la piedad del Obispo, sin embargo el cuento respira,- cuando lo dejan respirar- toda su verdad... una aventura de aliento espeso, de diálogos barrocos, de calores tediosos, de siestas prolongadas. Un largo bolero”.

Sasturain fue el que mejor supo leer esta impecable novela gráfica: “Aunque antes, desde los años setenta, habían trabajado mucho y bien juntos (Trillo y Mandrafina), es de suponer que en algún momento habrán sentido lo mismo que experimentamos todos sus lectores: que habían conseguido una obra maestra definitiva. Como siempre, ni Carlos Trillo ni Cacho Mandrafina se permitieron la tentación 'realista' ni la solemnidad de la moraleja o el mensaje. Desde el principio, imponen la soberanía del relato y hacen de La Colonia un espacio y un tiempo levemente desrealizados [...]. Así, durante la metafórica noche interminable de la dictadura conviven, son posibles y verosímiles, los autos del treinta y del cuarenta con un dictador tipo fin de siglo y guerrilleros sesentistas”.

En Fantasmas, un episodio de su serie Tragaperras, publicado a comienzos de los años ochenta por Toutain Editor, Trillo ya había esbozado la idea del dictador eternizado en el poder, pero en La gran patraña su intención fue ampliar ese enfoque e incorporar nuevos elementos para no caer en un tono moralizante, completamente ajeno a su estilo personal.

El guionista reconoció sus intenciones e influencias a la hora de armar esta magistral novela gráfica que deslumbra por los infinitos niveles de lectura que ofrece: “En Cosecha verde -o La gran patraña como se la conoció en España-, la culpa no existía. El dictador y su asesino personal no dejaban de dormir por andar torturando a la gente o por violar a sus indefensas sobrinas apenas adolescentes. Cosecha verde y su continuación, El Iguana, fueron realmente trabajos gratificantes. Con Cacho Mandrafina estábamos explorando el mundo de los boleros, los lugares comunes del realismo mágico. Ambos conocíamos muy bien el Tirano Banderas de Ramón Valle Inclán y la obra de Gabriel García Márquez. Y podíamos ironizar, ponernos serios, exagerar, ridiculizar a sus patéticos personajes. El episodio de la noche interminable, el escriba del dictador que convence a las masas que la sobrina violada es una virgen milagrosa, las cavilaciones de Donaldo Reynoso, la muerte del Iguana, el miedo caricaturesco de esas pobres gentes, toda la gestación de estas historias fue divertida, relajada, y con el fondo de esos boleros que se clavaban en el alma. Uno tiene sus ideas, sus deseos, su ideología. Y hace historietas. Seguramente, por algún mecanismo que ni siquiera tiene que ser consciente, todos los ingredientes que llevamos adentro aparecen de alguna manera y dan lugar a estos interrogantes que no sé contestar con claridad. Trato de contar historias que me gusten evitando, en lo posible, las moralejas”.

Si Gabriel García Márquez (siguiendo los pasos de su amigo y colega, el argentino Julio Cortázar, que se animó al género en 1975 con Fantomas contra los vampiros internacionales, una mezcla de novela y cómic cuyas regalías donó al Tribunal Rusell) hubiera escrito, alguna vez, una novela gráfica, el resultado habría sido La gran patraña. No conozco un elogio mayor sobre esta obra que merece estar al lado de clásicos indiscutibles sobre dictadores y dictaduras como Yo, el supremo, El Otoño del patriarca, Conversación en La Catedral o La fiesta del chivo.  

 

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