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Biografía de Carlos Ruiz Zafón

Una vida en torno a la pasión por la literatura.

19 de septiembre de 2024. Estandarte.com

Qué: Biografía de Carlos Ruiz Zafón

Lector voraz desde que era niño, el escritor Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964-Los Ángeles, 2020) consiguió que muchos otros se convirtiesen en lectores voraces, por lo menos que lo fueran de sus obras.

Sus libros se han traducido a cerca de cincuenta lenguas y han encabezado las listas de los más vendidos una y otra vez desde que La sombra del viento (novela con la que comienza la tetralogía El cementerio de los libros olvidados) cautivó a los lectores.

Finalista del Premio Fernando Lara en la edición de 2000, la novela se publicó un año después y fue el boca a boca de los lectores lo que impulsó un éxito imparable que se traduce en cifras millonarias de ventas.

Ruiz Zafón siempre quiso ser escritor. Desde niño inventaba historias. Pero antes de dedicarse por completo a la novela trabajó durante un tiempo en publicidad: consiguió un empleo en el sector poco después de matricularse en la facultad de Ciencias de la Información, colaboró en importantes agencias y llegó a ser director creativo. Pero lo dejó para insistir en su vocación.

Empezó publicando obras para el público juvenil. Con la primera novela, El Príncipe de la Niebla, obtuvo el Premio Edebé en 1993. Fue un gran éxito. A ella le siguieron El Palacio de la Medianoche y Las luces de septiembre –conforman la Trilogía de la Niebla–, y Marina. Publicada por primera vez en 1998 por Edebé (ahora puede encontrarse en el catálogo de Planeta, como toda la obra de Ruiz Zafón), Marina cierra el ciclo de las novelas juveniles y adelanta rasgos de lo que vendría después en su gran tetralogía, como son hacer de Barcelona –la ciudad que le vio nacer y crecer– un personaje, más que un escenario, o bucear en la memoria y la identidad.

Cuando ganó el Premio Edebé, Ruiz Zafón decidió trasladarse a Los Ángeles para abrirse camino como guionista. Como de la publicidad, de aquella experiencia también sacó enseñanzas sobre el arte de contar historias, que aplicaría –como tantos otros recursos– a sus novelas.

El cine fue otra de sus pasiones: era un gusto oírle hablar sobre películas (como sobre Barcelona, sobre literatura, sobre las novelas del XIX…), pero nunca quiso que su trilogía se adaptara a ese medio.

«El cementerio de los libros olvidados nació como un homenaje a la literatura, a la palabra escrita, a la novela, a la narrativa, a la tradición literaria, y esa era su ambición. Son libros que aspiran a ser libros, que están orgullosos de ser libros y que no sienten la necesidad de transformarse en otra cosa por motivos comerciales, para ser más populares […]».

No quiso que se transformaran en videojuego, en serie de televisión o en película «no porque haya nada malo en ello, sino porque para mí la versión definitiva de estas historias, la versión que yo quiero proyectar en el teatro de la mente del lector ya está ahí», apuntó en una entrevista con Óscar López en Página 2 en 2016.

El cementerio de los libros olvidados es un universo complejo, con muchos personajes, enigmas, tramas, aventuras, con muchas perspectivas…, que él mismo describió como un canto al arte de narrar historias. Ese ciclo de cuatro libros conjuga distintos géneros literarios: novela de intriga, de misterio, de amor, social, histórica, comedia de costumbres, gótica, con dosis de humor, de drama, de elementos policíacos…

Cuando empezó a trabajar en el proyecto, Ruiz Zafón lo hizo pensando en qué escritor quería ser. Buscaba el placer en la literatura y encontró a muchísimos cómplices. Esta obra dice mucho sobre él. De entre todos esos personajes, Ruiz Zafón señalaba al novelista Julián Carax como una caricatura de sí mismo, a Fermín Romero de Torres como una parte de su cerebro y a Alicia Gris como su favorita y a la que sentía muy cercana a él.

Gran amante de la música, también componía e interpretaba. Aquello formaba parte de su proceso creativo como escritor: a veces se sentaba al piano para empujar o cerrar una idea que estaba pergeñando al escribir. Esas piezas fueron constituyendo las bandas sonoras de sus libros.

Terminada la tetralogía, en 2016 comentó en más de una entrevista que tenía otros proyectos en mente, pero lo que no tuvo fue mucho tiempo. Murió el 19 de junio de 2020. Tenía cáncer de colón. Estaba en Los Ángeles, ciudad en la que, a caballo con Barcelona, residía desde 1994 con su mujer, la traductora Mari Carmen Bellver –su primera lectora, como él decía–, en una mansión a la que bautizó como Dragonland.

Los dragones eran otra de sus debilidades y sobre ella gira la curiosa biografía que cuelga en su página web: «Mi afición a los dragones viene de largo. Barcelona es ciudad de dragones, que adornan o vigilan muchas de sus fachadas, y me temo que yo soy uno de ellos. Quizás por eso, por solidaridad con el pequeño monstruo, hace ya muchos años que los colecciono y les ofrezco refugio en mi casa, dragonera al uso. Al día de hoy ya son más de 400 criaturas dragonas las que hacen mi censo, que aumenta cada mes. Además de haber nacido en el año, por supuesto, del dragón, mis vínculos con estas bestias verdes que respiran fuego son numerosos. Somos criaturas nocturnas, aficionadas a las tinieblas, no particularmente sociables, poco amigas de hidalgos y caballeros andantes y difíciles de conocer».

La mejor manera para conocerle es a través de sus libros, en los que contagió su pasión por la literatura. A los ya citados, se suma el que la editorial Planeta presentó a finales de 2020 de forma póstuma: La ciudad de vapor, una colección de cuentos –algunos inéditos– en la que se descubren ecos de los personajes y motivos de El cementerio de los libros olvidados y que el escritor concibió como un reconocimiento a sus lectores.

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