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La Argentina en pedazos: una historia de la violencia nacional

Escrita por Ricardo Piglia e ilustrada por los mejores dibujantes del momento.

21 de abril de 2024. Iván de la Torre

Qué: La Argentina en Pedazos Autores: Ricardo Piglia y varios artistas Editorial: Ediciones de la Urraca Año: 1993 Páginas: 132 Precio: 2.500 pesos argentinos

Eligiendo textos fundamentales de Eduardo Echeverría, David Viñas, Armando Discépolo, Julio Cortázar, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Germán Rozenmacher, Adolfo Bioy Casares, Manuel Puig y Roberto Arlt, Ricardo Piglia armó “Una historia de la violencia argentina a través de la ficción. ¿Qué historia es ésa? La reconstrucción de una trama donde se pueden descifrar o imaginar los rastros que dejan en la literatura las relaciones del poder, las formas de la violencia. Marcas en el cuerpo y en el lenguaje, antes que nada, que permiten reconstruir la figura del país que alucinan los escritores. Esa historia debe leerse a contraluz de la historia 'verdadera' y como su pesadilla”, en palabras del autor.

El escritor agregó: “Se puede decir que la historia de la narrativa argentina empieza dos veces: en El Matadero y en la primera página del Facundo. Doble origen, digamos, doble comienzo para una misma historia. De hecho, los dos textos narran lo mismo y nuestra literatura se abre con una escena básica, una escena de violencia contada dos veces. La anécdota con la que Sarmiento empieza el Facundo y el relato de Echeverría son dos versiones (una triunfal, otra paranoica) de una confrontación que ha sido narrada de distinto modo a lo largo de nuestra literatura. Porque en ese enfrentamiento se anudan significaciones diferentes que se centran, por supuesto, en la fórmula central acuñada por Sarmiento de la lucha entre la civilización y la barbarie”.

En apenas una página y media, Piglia (el mejor y más inteligente crítico argentino desde Jorge Luis Borges), analizó cada obra y la puso en contexto explicando, por ejemplo, la manera en que David Viñas muestra la violencia oligárquica; o cómo las obras teatrales de Armando Discépolo reflejan los cambios traídos por la inmigración, incluyendo las diferencias sociales entre los que pueden hablar correctamente el idioma y quienes no («Lindo niocio virdura. Si yo habla jintino tan bien como usted, tira tudu a vente y garraba canasta»; «¿Acaso la razza forte no saleno de la mezcolanza? Este e o no paese opitalario que te agarra la migracione, te la encaja a lo conventillo de la Madonna e dopo saleno a la calle todo esto lindo mochacho pateadore, boxeadore, cachiporrero e asaltante de la madonna. Bonnasarie e una maraviya...» (sic)).

Los tebeos que acompañan cada ensayo de Piglia sintetizan los diferentes estilos de adaptación de los dibujantes argentinos, desde el enfoque clásico, respetuoso del texto, de históricos como Carlos Roume y Francisco Solano López, a la frescura de Carlos Nine y El Tomi, pasando por autores torpemente experimentales como Crist que intenta, sin éxito, sorprender al lector con innecesarias y continuas acotaciones que interrumpen la lectura sin agregarle nada al dibujo (“caminando por Buenos Aires”, “casa de buen nivel”, “toca el timbre”).

Como contraparte a esos ejercicios sin sentido, pensados para que los amigos críticos aplaudan, José Muñoz logró capturar el tono fuertemente alucinatorio de Roberto Arlt en La agonía del Rufián Melancólico, posiblemente uno de los episodios más violentos y complejos de la literatura argentina, donde el dibujante logra retratar una situación llevada al límite, algo que remarca el propio Piglia en su presentación de la adaptación: “La muerte del Rufián Melancólico está narrada con una precisión magistral. El narrador se convierte en el doble del que va a morir y lo sigue por las calles en una especie de travelling onírico: Buenos Aires parece una de las ciudades psicóticas de William Burroughs; parece una máquina de daños, abstracta, malvada, ‘peligrosa como una mujer’. Su agonía está escondida por la violencia policial: lo torturan para que delate, pero Haffner muere con dignidad, desesperado y solo, sin hablar. El Rufián Melancólico es uno de los grandes personajes de la literatura argentina: presenta ese ‘doble carácter de cálculo y ensueño que constituyen al ser perfecto’, como decía Baudelaire. El Larsen de Onetti es un homenaje explícito a esa figura inolvidable del macró como filósofo utópico y economista vulgar”.

Enrique Breccia resume todos los estilos y tendencias en sus tres adaptaciones para La Argentina en Pedazos: El matadero muestra de forma realista la brutalidad propia del rosismo, con su mezcla de sexo y violencia; Mustafá recupera el estilo barroco-humorístico del gran Héctor Torino para capturar el ambiente y la personalidad de los inmigrantes italianos que vivieron a comienzos del siglo XX en Buenos Aires; y Los dueños de la Tierra usa un enfoque contenido, obligando al lector a imaginar cómo un grupo de matones persigue y asesina indios a fines del siglo XIX en el sur argentino por orden de los terratenientes.

Piglia marca un detalle muy importante en todos los textos presentados y adaptados en el libro: “La ficción como tal en la Argentina nace, habría que decir, en el intento de representar el mundo del enemigo, del distinto, del otro (se llame bárbaro, gaucho, indio o inmigrante). Esa representación supone y exige la ficción. Para narrar a su grupo y a su clase desde adentro, para narrar el mundo de la civilización, el gran género narrativo en la literatura argentina es la autobiografía. La clase se cuenta a sí misma bajo la forma de la autobiografía y cuenta al otro con la ficción. Podría decirse que la literatura argentina tiene siempre una marca utópica, cifra el porvenir y actualiza constantemente los puntos clave de la política y de la cultura argentina”.

Y luego añade: “En este contexto, la literatura pasa a tener una función social determinante. La literatura no solo debe asegurar la supervivencia de los valores nacionales, sino también restituir y preservar la lengua. 'En una sociedad tan extremadamente cosmopolita como la nuestra en la que no hay rasgos típicos ni carácter nacional, sino un confuso conglomerado de hombres y nacionalidades, la literatura tiene una sagrada misión que cumplir: mostrar que en medio del revuelto torbellino del momento subsiste el lenguaje argentino y que se sabe honrar como se debe a la patria', escribía Vicente Quesada. La literatura entonces debía preservar y defender la pureza de la lengua frente a la mezcla, la disgregación y el entrevero producido por los inmigrantes”.

 

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