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La novela picaresca: crudeza y aventura
Crudeza social, aventura y cinismo. El antihéroe toma la palabra.
12 de julio de 2024. Estandarte.com
Qué: La novela picaresca
A mediados del siglo XVI se publicó la primera novela picaresca, Vida de Lazarillo de Tormes. Era 1554 y aparecieron de forma simultánea tres ediciones, una en Burgos, otra en Alcalá de Henares y la tercera en Amberes. No se conoce su autor, quizás ocultó su nombre por temor a represalias por la crítica social que volcaba esa historia realista (ha habido muchas especulaciones y estudios sobre el tema. ¿Lope de Rueda, Diego Hurtado de Mendoza o quizás los hermanos Valdés?).
De cualquier forma, su repercusión fue enorme. El académico Alonso Zamora Vicente afirmó con rotundidad en ¿Qué es la novela picaresca? (Editorial Columba) que ese breve libro «estaba destinado a revolucionar todo el arte de la novelística europea y con el que podemos afirmar que nace para el hombre occidental la novela moderna». Y, en el mismo interesante estudio concluyó: «Lazarillo abre un camino que lleva directamente al Quijote por muchos sentidos, y el principal, quizás el de hacer perspectiva de la propia vida, para, sin desconectarse de ella, narrándola, hacer una dimensión universal de lo que aparentemente no tiene más trascendencia que su propia fugacidad.»
El Lazarillo rompió con la novela idealista; desechó los mundos y personajes idílicos para mirar hacia la realidad. Inició un género que se entiende muy bien observando a quien lo protagoniza: el pícaro. «En la novela española del Siglo de Oro designa esta palabra [pícaro] a un tipo de persona no exenta de simpatía, que vive irregularmente, vagabundeando, engañando, estafando o robando y evitando con astucia caer en manos de la justicia», según cuenta parte de la entrada del Diccionario de uso del español de María Moliner.
Tras las desventuras de esos protagonistas, las novelas picarescas renacentistas retratan a una sociedad con conflictos entre cristianos viejos y nuevos o conversos, una sociedad que, influida por las tesis erasmistas, ya no calla ante los vicios y abusos de poder de las órdenes religiosas y que se enfrenta a una crisis económica que lleva a gente sin recursos ni oficio a buscarse la vida en la calle.
Estas novelas otorgan el protagonismo al humilde y, no solo eso, sino que suelen darle la palabra y hacer del antihéroe el narrador que cuenta en primera persona su vida y hace de la novela una autobiografía. Lo hace –por lo menos en las primeras obras–, con un lenguaje sencillo, coloquial, directo y cotidiano; que, con el tiempo, se irá complicando. Las tramas, en las que a veces su cuelan cuentecillos o elementos tradicionales, están urdidas de anécdotas y de los vagabundeos a los que incita el ocio forzoso. La variedad de los personajes con los que se encuentra y relaciona permite un acercamiento satírico a distintos estamentos sociales. Son novelas itinerantes, con un ir y venir constantes, que despiertan sonrisas amargas, porque –teñido con humor y cinismo– prevale un agrio retrato social.
Mateo Alemán con Guzmán de Alfarache consolidó magistralmente pocos años después de que apareciera el Lazarillo el camino iniciado por este. Camino que, personalizándolo y haciéndolo suyo, han transitado desde entonces muchos otros autores, desde el genial Quevedo en El Buscón –que también recordamos a continuación–, a Pío Baroja o Camilo José Cela, ya acercándonos a nuestra época, en miradas más crudas y violentas con la trilogía La lucha por la vida del escritor vasco o La familia de Pascual Duarte, del gallego.
Lazarillo de Tormes
De orígenes infames, Lázaro se dirige por carta a «Vuestra Merced», se presenta y relata su vida desde que tenía 8 años y ajusticiaron a su padre. En su peregrinaje por distintos enclaves de las provincias de Salamanca y Toledo, al servicio de distintos amos (un ciego, un clérigo que casi le mató de hambre, un escudero pobre, un fraile…), Lázaro va perdiendo ingenuidad y ganando cinismo. Las penurias de todo tipo le agudizaron el ingenio y a golpes adquirió habilidades que le permitieron alcanzar la posición en la que se encuentra cuando escribe: está casado –aunque parece que se ve obligado a compartir a su mujer con su bienhechor– y tiene un trabajo estable como pregonero.
Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán
A los 15 años Guzmán deja su casa y en su búsqueda de sustento se enfrenta a palizas, improvisa oficios, se dedica al juego, miente, mendiga, trampea… De España salta a Italia, vivirá en Génova, Bolonia, Florencia y allí conocerá miserias, la cárcel, la riqueza. De nuevo en España, la tónica es la misma: luces y sombras y caídas en picado de este personaje vengativo, cruel e ingrato, protagonista de una obra maestra de grandísima expresividad literaria y firme estructura que inserta, adornando el retrato biográfico, dos novelitas, una morisca y otra italianizante. Con una fuerte intención pedagógica, en esta obra pesan mucho las digresiones morales. Alemán publicó su obra en dos partes en 1599 y 1604; entre una y otra apareció en 1602 como segunda parte una obra apócrifa que firmó Mateo Luján de Sayavedra. Con el carácter vengativo y rencoroso de su personaje, Alemán incluyó a Luján en su segundo libro y reservó para él un triste final.
El Buscón, de Quevedo
En su primera publicación, en 1626, El Buscón apareció con un título que luego se simplificaría: Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños. En ese don Pablos, hijo de un barbero de Segovia, la necesidad de sobrevivir abre la puerta a la malicia. En su encuentro allá por donde vaya (Segovia, Alcalá, Madrid, Toledo, Sevilla) con personajes disparatados y variopintos, crueles y tramposos, don Pablos se mete en líos, sobornos, estafas, sufre accidentes y conoce la cárcel, mientras busca la promoción social y económica. En El Buscón se encuentra la prodigiosa desmesura barroca quevediana, sus malabarismos verbales y sus ricas caricaturizaciones. Se trata de una obra cumbre de la literatura, que registra con genialidad y comicidad la degradación humana y lo hace desde la técnica autobiográfica con un personaje que utiliza el ingenio para sortear hostilidades. No hay en sus páginas digresiones morales, pero sí se permite una lección: «nunca mejora el estado de quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres».
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