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La Generación del 27, su historia y sus principales nombres
Un grupo de escritores excepcionales siempre en revisión.
12 de septiembre de 2024. Estandarte.com
Qué: La Generación del 27
Como no hay generación sin acto fundacional, el que corresponde a la Generación del 27 fue el homenaje al poeta y dramaturgo Luis de Góngora celebrado en Sevilla en el año 1927. En la ciudad hispalense se dieron cita Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados…
Escritores cuyas trayectorias quedarían unidas, pese a sus diferencias, por el lazo común de la mencionada Generación. El lazo se extendía hasta abarcar otro par de nombres importantes en la nómina del 27, aunque no anduvieron por ahí en ese acto inaugural: Vicente Aleixandre y Pedro Salinas.
Hasta hace bien poco, las mujeres no aparecían cuando se hablaba de la Generación del 27 y sin embargo ahí estaban Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín, Marga Gil Röesset, María Teresa León, Maruja Mallo, María Zambrano o Josefina de la Torre “quitándose el sombrero”, es decir, saliendo del eterno segundo plano –en materia creativa e intelectual– al que las relegaba un orden social establecido (establecido por hombres, si es necesaria la precisión). Hace un par de años las colocó en su sitio el libro de Tània Balló titulado Las sinsombrero y muy recientemente Elvira Lindo recupera el incidente –el que protagonizaron en los años 20 Maruja Mallo, Margarita Manso y Concha Méndez al quitarse el sombrero en plena Puerta del Sol, desafiando las normas de la época– en el título de su último libro: 30 maneras de quitarse el sombrero.
Como rasgos comunes se puede citar la edad (la mayoría nace a finales del siglo XIX); una formación académica potente, que incluye el paso por la universidad sin que fuera extraño que muchos de ellos llegaran a ser profesores. En este apartado merece singular atención el centro aglutinante de talento y creatividad que fue la Residencia de Estudiantes de Madrid, por donde pasaron un buen numero de integrantes de la Generación, poniendo de manifiesto sus comunes intereses e inquietudes antes de que el desarrollo de sus carreras les llevara por diversas disciplinas.
Otra de sus características fue el interés y respeto por la poesía tanto como materia de estudio, como de inspiración y práctica. Si Góngora es la figura lejana que funciona como aglutinante, Juan Ramón será el poeta más cercano que ejercerá como mentor o padre espiritual de la criatura nacida en el 27. A ella pertenecen buena parte de los mejores poetas españoles: Luis Cernuda, Vicente Aleixandre o Rafael Alberti no faltarían en cualquier recopilación de la mejor poesía española.
Un rasgo peculiar de este grupo de escritores es su respeto y admiración por la tradición literaria que revisan, sí, para reinventarla con sus voces y brío nuevos. No se levantan contra nadie ni contra ninguna corriente en particular: de la herencia literaria toman lo que más estiman y lo que no lo dejan, por si a otro pudiera aprovechar. Para quienes entienden que el término “generación” implica necesariamente una respuesta reactiva –y a menudo crítica– con quienes estaban anteriormente, la Generación del 27 no existe. En este sentido es curiosa la apuesta de Rafael Reig, que en la particular revisión histórica que es su Manual de literatura para caníbales habla, más que de enfrentamiento (que también en algunos casos), de relevos. Así, describe cómo a partir del Romanticismo: “la historia de la literatura se convertirá en la historia de los movimientos literarios: una carrera de relevos que se disputan los equipos ciclistas de la Vuelta a España”. Y prosigue: “En el equipo Generación del 27, por ejemplo, el líder indiscutido, García Lorca, contó con gregarios de lujo como Altolaguirre o Villalón, y con el mejor director técnico disponible en aquellos momentos: Ortega und Gasset, formado en Alemania con disciplina teutona”. Otros de sus integrantes tuvieron “la oportunidad de ganar una meta volante (Pedro Salinas, por ejemplo, o Dámaso Alonso), o de vestir el maillot a lunares de Rey de la Montaña (como hizo Rafael Alberti), o de protagonizar una espectacular escapada en solitario (la de Miguel Hernández o la de Luis Cernuda), o de ganar una contrarreloj (Vicente Aleixandre), o de llevarse ese premio a la Regularidad (mortecino, opaco galardón que le fue concedido a Jorge Guillén)”.
Quienes matizan o discuten la existencia de la Generación lo hacen sobre todo teniendo en cuenta las diferencias estilísticas de sus miembros; algunos más encerrados en sí mismos y la individualidad que otros, preocupados y abiertos a los conflictos de la época. El grado de aceptación y asunción de las vanguardias también suele ser distintivo, así como la querencia por dignificar un arte popular… Y todo ello evolucionando vertiginosamente según se sucedían unos años muy importantes en lo que se refiere a la creación no solo en el país, sino en el mundo. Como estos rasgos son comunes a algunos de los integrantes del 27 (y a otros no o no tanto) el resultado es que se les ha usado para argumentar a favor de la existencia de ese grupo como en contra. Quizá en detrimento de la idea de “generación” cuenten otros intentos de denominación menos genéricos como Generación de la Dictadura, de las Vanguardias, de la Amistad, Generación Guillén-Lorca. Es más; por no cumplir estrictamente todos los puntos que, según el crítico alemán Julius Peterson deben tener toda “generación”, algunos prefieren prescindir de la palabra y defienden denominaciones alternativas como "grupo generacional", "constelación" de autores o "promoción" poética.
En todo caso, en lo que si hay acuerdo unánime es que cualquiera de las denominaciones incluye una partida de autores excepcionales tanto en sus diferencias como en sus similitudes que resultan imprescindibles para entender (y disfrutar) de la historia de la literatura española.
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