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El Renacimiento y las letras

Desde los clásicos a la belleza y al hombre con un renovado espíritu.

06 de abril de 2024. Estandarte.com

Qué: Grandes figuras de la literatura del Renacimiento

No es fácil poner fechas que acoten el principio y final de cada movimiento, pero sí es posible recorrer el camino de una época, la del Renacimiento que, al compás del humanismo en sus inicios, cambió conceptos como el de la belleza, el amor, la naturaleza, y colocó al hombre en el centro de un nuevo espacio.

Los movimientos geográficos, la expansión de la imprenta entre 1460 y 1480, la aparición del protestantismo, la escritura culta, el impulso de las lenguas vernáculas (la Gramática de la lengua castellana –1492– del humanista Elías Antonio de Nebrija (1441-1522) pautó las reglas de nuestro idioma) pusieron los pilares al periodo de enriquecimiento y renovación que protagonizaron los siglos XV y XVI.

La conquista de Constantinopla, en 1453 con el éxodo hacia occidente de numerosos intelectuales de cultura y educación basada en Grecia y Roma, ponen fecha al comienzo de este extraordinario movimiento (datado por España en 1492 con el descubrimiento de América) que se inició en las cortes más refinadas de Italia (Florencia con los Medici, Milán con los Sforza o Roma con el papa León X) y que pronto se movió por Europa con una fuerza imparable.

Lo clásico empezaba a imperar, y la mirada de aquellos poetas y escritores hacia figuras que reinaron en el siglo XIV como Dante, Petrarca o Boccaccio despertó un nuevo interés que afectó tanto a los temas: el hombre, la mitología, la naturaleza, las ideas platónicas, los sentidos…, como a las formas: se compone al estilo clásico hundiéndose en las raíces de La poética de Aristóteles (385 a. C.-323 a. C.); nace el ensayo como género, y se estrenan formas métricas como el soneto en cuanto a estrofas y el endecasílabo en lo que se refiere al verso.

Y si de prosa se habla, la primera fase del XVI, está protagonizada por los libros de caballerías, con Amadís de Gaula, compuesta a partir de una versión medieval, como novela fundamental; en la segunda mitad del siglo se abre paso la novela pastoril, creada en Italia por Jacopo Sannazaro (1458-1539) que en Arcadia descubre un mundo bucólico de refinados pastores, pronto imitado por toda Europa y donde destacan dos autores de excepción como Cervantes (1547-1616) y, ya en el XVII, Lope de Vega (1562-1635), que también cultivaron la novela bizantina plasmada en libros como Persiles y El peregrino en su patria, respectivamente y donde las aventuras por lugares imaginarios son el hilo narrativo del relato; aventuras de otro tipo son las que se narran en lo que fue el género más importante del Renacimiento, la novela picaresca, que olvida los hechos fantásticos para poner los pies en la realidad, una realidad que tiene en el Lazarillo de Tormes y en la Vida del pícaro don Juan de Alfarache de Mateo Alemán (1547-1614) sus dos máximos exponentes.

Volviendo a los orígenes del movimiento, nos encontramos también ante un nuevo hombre que, según lo define Baltasar Castiglione (1478-1529) en El Cortesano –traducido al castellano por Juan Boscán en 1534– es un intelectual, un ser que aúna espíritu artístico, acción y aventura. Garcilaso de la Vega (1503- 1536) es un claro ejemplo de este espíritu renacentista, cuyas pautas marcó el cardenal, humanista y hombre de letras Pietro Bembo (1470-1547) tanto en Italia como fuera de ella: sus canciones petrarquinas prueban el carácter directriz de sus escritos; junto a él aparecen Ludovico Ariosto (1474 -1533) autor de Orlando furioso, un extenso poema épico numerosas veces imitado y traducido; Torcuato Tasso (1544- 1595) que en Jerusalén liberada describe la toma de esta ciudad por Godofredo de Bouillon en la primera cruzada; y Nicolás Maquiavelo (1469-1527) con un libro, El príncipe, escrito en prosa lo mismo que El Cortesano de Castiglione, que se presenta como todo un tratado político.

La situación política de Italia, dominada en gran parte de su territorio por Francia y España, propicia la expansión de sus ideas a estos dos países. Las principales figuras aportadas por Francia son Pierre de Ronsard (1524-1585), centrado especialmente en lírica clásica, amorosa y épica; François Rabelais (1494-1553) que en Gargantúa y Pantagruel plantea, con tono satírico, un mundo pleno de humor que le sirve para criticar las costumbres de su país; Michel de Montaigne (1533-1592), cuyos Ensayos están, como explicó el escritor español Javier Cercas (1972), escritos con humor fino y regalan una lectura interesante y placentera que ayuda a superar malos momentos y abre los ojos al conocimiento, y el grupo la Pléyade encabezado por Ronsard y puesto en marcha por Joachim du Bellay (1522-1560), autor de Defensa e ilustración de la lengua francesa.

En España el Renacimiento marcó el inicio del Siglo de Oro, con una explosión cultural y literaria fulgurante. Fueron Juan Boscán (1490-1542) y Garcilaso de la Vega, quienes, incitados por el diplomático veneciano Andrea Navagero, estrenaron los temas y metros usados en Italia; a ellos les siguió en la segunda parte del dieciséis Fernando de Herrera (1534-1597), sevillano de la escuela petrarquista española, con una escritura preciosista propia del Manierismo y que da fin al estilo sencillo y refinado de los comienzos de Renacimiento.

A su vez, la escuela castellana, representada por Fray Luis de León (1527-1591) rechaza la temática amorosa propia de Petrarca y sus seguidores, pero asume sus formas para proporcionar la armonía a unos versos de hondo sentido moral y religioso. Con él entramos en el mundo de la poesía mística y ascética, en el que reinan Fray Luis de Granada (1505- 1588) un escritor de prosa recia y autor, entre otros libros, de Guía de Pecadores y la Introducción al símbolo de la fe; Santa Teresa de Jesús (1515-1582), que con un estilo sencillo da cuenta de sus experiencias en el Libro de su vida, El Castilla interior o Las moradas, y San Juan de la Cruz (1542-1591) con una obra ascética-mística que plasma en Noche oscura del alma, Cántico espiritual y Llama de amor vivo.

Y ya en el paso entre dos siglos, XVI y XVII y entre dos movimientos, el renacentista y el barroco, aparece un genio, Miguel de Cervantes, que con El Quijote y las Novelas ejemplares pone los cimientos de la novela moderna sin renegar de las reglas de sencillez que adjetivaron los ideales primeros del Renacimiento.

Y si de teatro se habla, fue La celestina, de Fernando de Rojas (¿-1541) la encargada de dar comienzo esta corriente a la que siguieron La Lozana andaluza publicada en 1528 y probablemente escrita por Francisco Delicado; Los Pasos de Lope de Rueda (1510-1565), precursores del entremés; y, de nuevo, Cervantes con sus comedias de cautivos, para terminar el siglo con las aportaciones escénicas de Lope de Vega.

Siguiendo el camino europeo, aparece Alemania con un hecho fundamental para el desarrollo del Renacimiento, se trata de la imprenta, invento de Johannes Gutenberg (¿-1468) que se tradujo en una masiva difusión de los libros y en un aumento generalizado de la cultura, del pensamiento y también de la crítica. Johannes Reuchlin (1455-1522) y Ulrich von Hutten (1488-1523) resultan piezas claves del humanismo alemán al que se debe añadir el éxito que supuso la Reforma Protestante iniciada por Martín Lutero (1483-1546) quien con su traducción de la Biblia a un lenguaje fácil de entender y el uso de alemán para reflejar sus ideas, ayudó a la unificación y el desarrollo moderno de esta lengua.

En Holanda destaca Erasmo de Rotterdam (1466-1536) y un libro, el Elogio de la locura, una dura crítica a los abusos sociales y eclesiásticos. Y en Portugal resuena sobre todo la voz de Luis Vaz de Camões (1524-1580), un gran poeta influenciado como tantos otros de su generación, por Horacio, Petrarca, Dante o Ariosto, y autor de Os Lusíadas (Los lusitanos) una epopeya que cuenta las aventuras y expediciones de los marineros lusos, especialmente la comandada por Vasco de Gama a la India y en la que también aparecen leyendas como la historia de Inés de Castro o el paso por el Cabo de las Tormentas. El Renacimiento llegó tarde a Inglaterra en la segunda mitad del siglo y fue con el teatro, un género muy popular que William Shakespeare (1564-1616) elevó a las metas más altas.

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