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El culteranismo y su historia

Un repaso por su tiempo, sus formas y sus representantes.

01 de marzo de 2024. Estandarte.com

Qué: El culteranismo y su historia

Inserto en el Barroco, el culteranismo tiene en su calificación inicial un deje burlesco, despectivo, con el que se trataba de desprestigiar un arte creativo de gran valor literario.

No se puede olvidar el contexto, la rivalidad existente entre Góngora y Quevedo, la pugna entre dos formas de versificar muy diferentes en la forma, pero afines en la intención. 

La historia de los movimientos literarios, como ocurre en las artes plásticas, sigue un movimiento de vaivén que, al tiempo que da paso a nuevos estilos y formulaciones, trata de romper con lo inmediatamente anterior, recurriendo muchas veces a modelos ligados a la antigüedad.

Esto es lo que sucede con el Barroco, un estilo que deja atrás el Renacimiento y su espíritu investigador y racional, su vitalismo y gusto por la sencillez para buscar la ruptura del equilibrio entre forma y contenido, asociar lo sobrenatural con lo natural, recuperar el espíritu medieval y los romances olvidados y abordar temas como el sueño, el desengaño, la brevedad de la vida…

Llega en un momento histórico decadente. La España del siglo XVII que brilla en todas las artes es un país asolado por la pobreza y por la caída del comercio con América; que exporta materias primas, pero que importa manufacturas; donde el poder central pierde fuerza a favor de la periferias y en el que la Inquisición, la vigilancia estricta de la norma y la falta de libertad se traducen en persecuciones y también –lado positivo– en ingeniosas formas de expresión, que tratan de eludir las trabas mediante un lenguaje tremendamente sofisticado, que premia la exhibición de la forma.

Un culto a la idea y su envoltura ya se veía en obras de Fernando de Herrera (1531-1597), escritor y fundador de la escuela sevillana, enamorado del lenguaje, por cuyo amor creó formas poéticas, nuevos giros de expresión, plenos de sonoridad, belleza, pero también con exceso de pompa, oscurantismo y afectación que dieron entrada al estilo que ahora estamos contemplando, el culteranismo.

Definido por la RAE como estilo literario del Barroco español, caracterizado por la abundancia de cultismos y neologismos y por un lenguaje metafórico y una sintaxis compleja, el culteranismo también se conoce como gongorismo, por la importancia que en este movimiento tuvo Luis de Góngora, su máximo representante.

Como afirmaba Dámaso Alonso, ya desde sus poemas juveniles Góngora recurría a artificios culteranos que fue intensificando con los años hasta llegar a obras tan complejas como Soledades y Fábula de Polifemo y Galatea. Obras largo tiempo en la sombra, recuperadas, alabadas, reivindicadas por los poetas de la generación del 27, que reconocieron en ellas la intensa calidad lírica y esplendor formal de un poeta considerado por algunos maldito.

En sus obras y en forma creciente brillan las metáforas (incluso su abuso), los cultismos, los conceptos, el lenguaje suntuoso, hipérboles, latinismos, saberes mitológicos, formas que tienden al oscurantismo, a la extravagancia.

Estas formas complicadas, con detractores y seguidores, en las que la belleza y la expresión crecen a expensas del contenido, poco tienen que ver con los versos que inician el romance por él escrito en 1582 (Amarrado al duro banco/ de una galera turquesa/ ambas manos en el remo / y ambos ojos en la tierra, …) donde relata ese tiempo, el suyo, en el que los turcos apresaban los barcos españoles y ataban a los prisioneros a sus galeras. Un estilo y un lenguaje muy diferente al que fue sometiendo su escritura.

Las Soledades escritas en 1613, ejemplarizan esta grandiosa y exuberante forma de relatar. Estos son los primeros versos en los que de forma tan florida cuenta la llegada de un joven náufrago a una isla.

 

Soledad primera

“Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa
(media luna las armas de su frente,
y el Sol todos los rayos de su pelo),
luciente honor del cielo,
en campos de zafiros pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que al garzón de Ida,
náufrago y desdeñado, sobre ausente,
lacrimosas de amor dulces querellas
da al mar, que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido,
segundo de Arïón dulce instrumento”.

 

Este formalismo, este grandilocuente exceso, esa obsesión por la belleza exterior tuvo su máximo detractor en Francisco de Quevedo, maestro del conceptismo: estilo de contenido denso y complicado, con asociaciones de las ideas, de gran ingenio, con una indudable predilección por lo que se expresa frente a cómo se expresa.

También fueron muy críticos Juan de Jáuregui, de la escuela sevillana, Lope de Vega y Calderón de la Barca, aunque todos, en algunos momentos, hicieron uso de los mismos recursos que denunciaban. Hay que tener en cuenta que conceptismo y culteranismo estuvieron estrechamente relacionados y que, a pesar de las grandes diferencias personales entre sus máximos representantes, se influyeron mutuamente.

Si volvemos la vista a sus seguidores o a la influencia que Góngora ejerció en otros poetas, encontramos discípulos que en su mayoría llevaron el culteranismo a altos grados de artificiosidad como Juan de Tassis Conde de Villamediana, Francisco de Trillo y Figueroa o Fray Hortensio Félix Paravicino de Arteaga.

Es de destacar y de forma muy positiva la figura de la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), una gran poeta barroca, creadora de un estilo propio, capaz de asimilar y dar su voz personal a los estilos de la época entro los que no faltaba –dada su admiración hacia Góngora– el culteranismo, como puede preciarse en las loas o en el soneto Primero sueño.

El recorrido del culteranismo no es largo, como tampoco lo fue en un tiempo el de Góngora, un genio de las letras, un creador, un provocador del lenguaje, un poeta que llevó tan lejos sus audacias que eclipsó a sus discípulos y cortó su camino creador. Un hombre que permaneció en el olvido y que mucho más tarde, finales del siglo XIX y principios del XX, fue admirado por los simbolistas y rescatado por la creativa y renovadora generación del 27.

 

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