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Dos miradas para aprender a escribir

Dos visiones literarias contrapuestas y sus discrepancias a la hora de afrontar el oficio de escribir.

10 de abril de 2024. Miguel Ángel Marco

Qué: Las dos visiones contrapuestas a la hora de afrontar el oficio de escribir de Vargas Llosa y Stephen King.

Han llegado casi simultáneamente a mis manos Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa, y Mientras escribo, de Stephen King. Ambos libros tienen el propósito de instruir sobre la escritura, además de acercarnos al inicio de sus trayectorias. Leerlos al mismo tiempo me ha permitido comparar sus visiones literarias y sus discrepancias a la hora de afrontar el oficio.

El punto de partida es, precisamente, la manera de abordar su pasión: Stephen King como un trabajo y Mario Vargas Llosa como una vocación: «es una dedicación exclusiva y excluyente, una prioridad a la que nada puede anteponerse, una servidumbre libremente elegida que hace de sus víctimas unos esclavos», dice el hispano. Una reflexión emparentada con Georges Simenon, cuando afirmó: «escribir se considera una profesión, y no creo que lo sea. Creo que cualquiera que no necesite hacerse escritor, debería hacer otra cosa. Escribir no es una profesión, sino una vocación de infelicidad».

El afán del autor norteamericano por simplificar la redacción evidencia su naturaleza de profesionalizar el arte literario: «los lectores quieren una historia entretenida para el avión». A las claras se ve su mirada pragmática, dirigida a facilitar la lectura. Prefiere descripciones escuetas, dando al lector la libertad de imaginar, a incluir detalles que retrasan el desarrollo de la trama. «¿A que a Hemingway le fueron bien las frases simples?», aludía retóricamente. Recomienda utilizar un lenguaje coloquial: «se me acusa de vulgar y poco intelectual (lo cual, en cierta medida, sí es cierto)»; y priorizar la acción, con el objetivo de entretener.

Respecto a la inspiración, también los separa un abismo. Mientras que Stephen King intenta casar dos ideas para crear una excepcional, Mario Vargas Llosa se aleja de ese concepto: «un tema de por sí no es nunca bueno ni malo en literatura». Y añade que las ficciones tienen que nacer de nuestros demonios, y no de una sed de gloria: «aunque alcance el éxito, las listas de best sellers están llenas de malos novelistas».

Su mirada romántica ilumina sus ficciones profundas, elaboradas con ganas de encontrar lo nuevo. Tal es así, que gran parte de su ensayo se centra en clasificar los tipos de narradores, y subrayar las innovaciones de otros autores. De hecho, en las citas se hallan las esencias de cada uno. Si confrontamos los índices bibliográficos, observamos, por el lado del peruano, nombres reconocidos como Victor Hugo, Albert Camus, Borges, Rimbaud, Victoria Wolf, Sartre, Cortázar, Freud, y Cervantes. Pero, del lado del estadounidense, a excepción de algunos como Poe, J.K. Rowling, Joseph Conrad, Dickens y Faulkner, tendríamos serios problemas para reconocer las setenta referencias restantes.

Por otra parte, la lista refleja dos modelos: un experto en ventas y un premio nobel. Fieles a su estilo han conseguido distinguirse en el panorama mundial, y, por eso, a través de Cartas a un novelista y Mientras escribo, cuentan lo necesario para llegar a sus destinos. Ahora bien, si se siguiese al pie de la letra los consejos de Stephen King, entonces, no habría existido ni Proust, con sus interminables párrafos, ni García Márquez (en El amor en los tiempos del cólera describe magistralmente, y en varias páginas, un patio), ni Flaubert, el mayor referente de Mario Vargas Llosa, que estaba obsesionado con la forma.

Aun así, romperé una lanza en favor de Stephen King, aseverando que Mientras escribo posee un fin más utilitario. A un novel le viene de perlas adquirir sabios consejos para evitar errores sobre el uso de adverbios, la voz pasiva, o los verbos de atribución. Sin embargo, estas directrices de nada sirven si no se cumple la premisa universal: «si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho».

 

 

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