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El valor de las disciplinas de letras

¿Ciencias o letras? La sospecha de gratuidad de la literatura.

12 de marzo de 2024. Paloma Serrano Molinero

Qué: Las disciplinas "de letras" Autora: Paloma Serrano Molinero

¿Ciencias o letras? ¿Para qué sirven las letras?«Uno de los problemas para que la literatura sea aceptada es su incapacidad para demostrar que es útil en términos prácticos. Uno no puede probar que se vive mejor después de que Cervantes escribió el Quijote o Tolstoi Guerra y Paz, ni que viviríamos peor si esos libros no se hubieran escrito. No hay manera de probarlo, y eso contribuye a que exista siempre sobre la literatura la sospecha de gratuidad».
Mario Vargas Llosa

Entrevista «Vargas Llosa y su maldita pasión», 1972.
Diálogos en el Perú, (Editorial Triacastela, 2020).

Para las personas denominadas o, más bien, etiquetadas «de letras», no es difícil identificarse con la reflexión de Vargas Llosa acerca de probar las ventajas prácticas de la literatura. En términos matemáticos, tal vez.  

Desde jóvenes, cuando empiezan a destacar nuestras inclinaciones intelectuales, el círculo que nos rodea nos divide entre los «de letras» y los «de ciencias». Estas etiquetas excluyen una gran amalgama de intereses mixtos que derivarán en profesiones u ocupaciones híbridas. A esa clasificación se le atribuye, además, un carácter definitivo y definitorio de lo que somos y de lo que vamos a ser, limitando, quizá demasiado pronto, nuestro espectro de crecimiento.

A partir de esa separación se da, a menudo, una situación normalizada —no por ello menos alarmante—, que conviene señalar porque nos perjudica a todos. Quizá sin dolosa intención pero con doloroso perjuicio, se bromea con el concepto de «ser de letras». Y como todas las cosas dichas entre risas, no dejan lugar a la protesta. Y si alguien se rebela se le quita hierro, se le resta importancia al asunto. Pero chanzas aparentemente inocentes entrañan un riesgo: se consienten, se pasan por alto; en este caso, se asume como verdad que ser «de letras» implica una cierta inferioridad. Aún sin ánimo de ofensa, es una conclusión peligrosa porque establece un patrón, un precedente. Y lo que empieza como broma se transforma en percepción y se convierte en asunción.

Ciertamente, hay diferencias entre las personas inclinadas hacia uno u otro campo del conocimiento. Son diferencias preciosas y precisas porque si todos supiésemos lo mismo de las mismas cosas, no existiría el progreso. El desarrollo científico necesita del cultural y viceversa. Y, sin embargo, en las reformas educativas, las Humanidades siempre salen perdiendo. Como excepción que confirma la regla tenemos la reciente lucha de las alumnas de un instituto de Tomares para la supervivencia del griego como asignatura. Una iniciativa que, afortunadamente, ha tenido gran repercusión, también gracias a la difusión del asunto que ha hecho la escritora y doctora en Clásicas, Irene Vallejo. En general, las asignaturas injustamente llamadas «marías» nunca son de ciencias. Los «cerebritos» son genios en matemáticas o física, jamás hachas en comentarios de texto. Son prejuicios normalizados que los jóvenes aceptan porque se arrastran desde casa, a su vez validados por las altas esferas económicas.

Tengamos en cuenta que la ciencia y la literatura abarcan prácticamente todo el saber. Por ello «vendrían a significar lo mismo», escribe el matemático Carlo Fabretti. Explica que «etimológicamente, ciencia es sinónimo de conocimiento, y la literatura incluye todo lo escrito, que es casi todo lo pensado». No obstante, actualmente y de forma coloquial, las personas hemos convertido ambos términos en antitéticos, lo que perjudica a ambos hemisferios intelectuales. Asegura el matemático que «toda articulación del conocimiento es, en alguna medida, una narración. La literatura relata, la ciencia relaciona, y no en vano ambos verbos tienen la misma etimología».

Sin el estudio científico, la explicación matemática, y sin el conocimiento físico de nuestro medio no podríamos vivir ni avanzar. Para entender el mundo y su funcionamiento dependemos de las palabras y sus significados. La ciencia y los números necesitan a las letras para explicarse. Quien ve por primera vez una ecuación entiende lo mismo que si se encontrase de pronto ante unas runas. El abecedario contiene los términos precisos para articular y comprender con exactitud cada concepto; los mismos que nos traen desarrollo tecnológico, avances médicos, mejoras del bienestar. Multiplicar o dividir son ya para nosotros conocimientos adquiridos y los damos por sentados, pero los aprendimos a través del lenguaje. ¿Cómo, si no con palabras, se explica el infinito?

Ese concepto divisorio entre hemisferios y peyorativo en detrimento de las letras es moderno. En la antigüedad los sabios eran poetas a la vez que astrónomos, filósofos y matemáticos. Se trata de contemplar, aceptar, exigir y defender —todos— la coexistencia en igualdad de ambos campos intelectuales. ¿Cómo se ejercería la medicina sin vocación humanitaria? ¿Cómo se desarrollaría la ciencia sin ética? ¿Qué sería de la música sin ritmo y sin compás? ¿Qué del arte sin la geometría y la física? ¿Qué de la literatura sin la vida misma?

Ambos mundos son igualmente importantes y necesarios porque son complementarios. Es hora de terminar con la idea de relegar las letras a un segundo plano. El físico y novelista C.P. Snow escribió en Las dos culturas: «Cerrar el abismo que separa nuestras culturas es una necesidad (...). Cuando esos dos sentidos se disgregan, ninguna sociedad es ya capaz de pensar con cordura». Lejos de buscar la confrontación, quiere esta reflexión poner en valor uno de los lados que ha sido y sigue maltratado, mirado por encima del hombro, tratado con condescendencia, a todos los niveles, en todos los ámbitos, incluso desde sus propias filas. Y esto debe acabar con este monosílabo que no es ni sí, ni no: YA.

Siendo así, y aún estando de acuerdo con lo aquí escrito, la realidad se impondrá en contra de todo argumento, y habrá quien a continuación añada un sin embargo. Se apuntará, tal vez, hacia las supuestas menores oportunidades económicas de las humanidades. Porque «las carreras de letras, al final… ya se sabe». Pero precisamente los «de ciencias» y números saben que el precio de algo solo sube cuando aumenta su valor. Y depende de todos poner en valor una parte del conocimiento humano que tanto nos enriquece a todos.

Aunque no es una realidad absoluta, es cierto que, en muchos ámbitos, los trabajos relacionados con las letras y las humanidades no están adecuadamente reconocidos en términos —si no de prestigio— monetariamente. Pero he aquí la buena nueva: la realidad es cambiante, precisamente por las palabras. Los prejuicios tienden a vencernos. Se seguirán diciendo cosas como que uno no sobrevive sin medicina pero sí puede vivir sin poesía. Y volvemos a errores conceptuales —entendiendo aquí poesía como cultura en su más amplio espectro—. Nuestra condición humana necesita las humanidades. Lo que nos diferencia de otros animales es que precisamos para vivir mucho más de lo estrictamente necesario para sobrevivir.

Por eso aquí va la gran revelación concluyente. Y es que los «de ciencias» deben saber que todos, la humanidad entera, somos «de letras». La vida es un relato en primera persona. Bienvenidos al otro lado.

Y retomando la cita inicial de Vargas Llosa que provocó las deliberaciones para este artículo, quizá sea cierto que uno no pueda demostrar —en términos matemáticos— que se vive mejor después de leer a Cervantes. Pero si uno vive mejor después de comprender algo que no entendía, tras aprender a apreciar lo ajeno y a ponerse en el lugar de otro, si uno vive mejor cuando sabe imaginar lo que no conoce y logra inventar lo que no existe, entonces sí podemos afirmar que se vive mejor gracias a la literatura. Así que sobre esa sospecha de gratuidad que pudiera haber sobre la literatura, solo se la debemos a aquellos que duden de su capital importancia.

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