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Luis Mateo Díez, Premio Nacional

Un narrador brillante atento a la dimensión moral del ser humano.

27 de noviembre de 2020. Estandarte.com

Qué: Luis Mateo Díez, Premio Nacional de las Letras Españolas 2020

Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) habló del valor de la palabra como bien común en su discurso de acceso a la Real Academia Española en mayo de 2001. Recordó que su experiencia literaria comenzó con esa costumbre narradora y oralizadora del valle donde nació, el Valle de Laciana.

Ahora, al concederle el Premio Nacional de las Letras Españolas 2020 el jurado ha reconocido precisamente «que su singularidad como escritor en diversos géneros, y especialmente como narrador, es heredera de una cultura oral en la que nace y de la que registra su progresiva desaparición».

Licenciado en Derecho y funcionario jubilado en el Ayuntamiento de Madrid, Mateo Díez suma este prestigioso premio a una larga lista de reconocimientos entre los que se encuentran el Premio Nacional de Narrativa en dos ocasiones: 1987 por La fuente de la edad y 2000 por La ruina del cielo, novela esta última con la que también obtuvo el Premio de la Crítica.

Más larga aun es la lista de sus obras. En alguna ocasión ha bromeado sobre su carácter prolífico diciendo que cuando fallezca quedarán novelas de Luis Mateo Díez para aburrir. Y no solo novelas, también relatos y cuentos o textos que reflexionan sobre la creación. Entre sus títulos están El espíritu del páramo, La ruina del cielo, El oscurecer (los tres juntos forman El reino de Celama); El animal piadoso; La piedra en el corazón; El porvenir de la ficción; Los desayunos del café Borenes; Vicisitudes; Gente que conocí en los sueños oLos ancianos siderales.

Es también creador de algo sumamente singular fruto de esa imaginación y esa sensibilidad que le distinguen: un territorio inventado, Celama, un refugio de la memoria que describió en una ocasión como «una metáfora sobre la desaparición de las culturas rurales y una ventana a lo más hondo y misterioso del corazón humano».

Dijo en aquel discurso en la RAE que «Escribiendo se vive, y añadir más vida a la vida es una consoladora conquista». Sus conquistas han sido muchas y las ha obtenido con sentido del humor, ironía, sensibilidad, misterio, imaginación y una prosa deslumbrante, precisa y brillante, con situaciones a veces absurdas, otras dramáticas, siempre humanas, de sólidos personajes, que a veces rozan lo irreal. El Premio Nacional ha destacado también «una técnica y un lenguaje poético de extraordinaria riqueza y una preocupación constante por la dimensión moral del ser humano». Nos asomamos al inicio de su última novela, Los ancianos siderales (Galaxia Gutenberg, 2020) para confirmar esta singular destreza con el lenguaje (y quitarnos el sombrero):

«En la media mañana de aquel 13 de abril cayó un pájaro al pie del pozo artesiano del patio de la Convalecencia y, de los tres internos que merodeaban con la inquietud de un mal que no acababa de curarse, fue Omero el que primero se percató y, antes de decidirse a recogerlo, observó a los otros dos para comprobar que no se habían dado cuenta.

Cardo y Candín eran de todos los internos del Cavernal los que más males padecían y los que con mayor inquietud los cultivaban, hasta el punto de haber encontrado el mejor entretenimiento en la contabilidad de los mismos y un acicate para que la zozobra no disminuyera. […]»

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