Pasión por leer. Pasión por escribir.

Portada > Noticias > Premios > Ganadora del concurso #historiasdejóvenes

Ganadora del concurso #historiasdejóvenes

Alicia Diéguez Galaz, con su relato Cris y Nico, ha sido elegida vencedora.

13 de enero de 2021. Estandarte.com

Qué: Ganadora y finalistas del primer concurso juvenil de historias Iberdrola (Zenda)

Alicia Diéguez Galaz, con su relato Cris y Nico, ha sido elegida vencedora del primer concurso juvenil de historias #historiasdejóvenes patrocinado por Iberdrola. Los cinco finalistas han sido: Martina Villate Martínez, Sara Moro Méndez, Fernando Alarcón López, Daniel Felipe Bríñez Cagua y Carmen Soria García.

La ganadora ha obtenido un premio de 1.000 euros en productos culturales, deportivos o digitales. Además los autores de las cinco historias finalistas restantes recibirán un premio de 400 euros en las mismas condiciones cada uno de ellos. Así el premio estaba dotado con un valor de 3.000 euros en premios.

Este concurso de #historiasdejóvenes ha contado con un jurado formado por los escritores Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y la agente literaria Palmira Márquez.

Reproducimos a continuación el relato ganador:

Título: Cris y Nico

Autora: Alicia Diéguez Galaz

El viento formaba una espiral en la punta de mi nariz y se colaba gélido por detrás de las orejas. Los edificios de pisos y pisos se habían deformado para volverse exactamente iguales entre ellos, y cada manzana que dejaba atrás se volvía borrosa. Los toldos de los locales se vestían de un blanco sucio y desigual por culpa de una nieve que no cuajaba en un diciembre sin suficiente frío ni bastante calor.

Y yo andaba, con las manos en los bolsillos de mi anorak y la mochila en los hombros. Cada paso era un poco de terreno ganado a mi madre.

«Mi madre». La palabra se deshacía cuando la susurraba para la bufanda, intentando expulsarla de mi mente, aunque sólo conseguía que retumbara en mi cabeza una y otra vez.

Llegué a la plaza con el zumbido presente. Estaba abarrotada, llena de familias con uvas enlatadas en la mano. Un cartel de luces apagadas que decía “Feliz 2008” cubría parte del ayuntamiento.

—Disculpe, ¿qué hora es? — pregunté a una mujer mayor. Tiritaba, sin parar de sonreír.

—Cuarenta minutos para el año nuevo.

Asentí a modo de agradecimiento y me aparté un poco del gentío. Solo sabía que me escapaba, pero ni siquiera sabía a dónde. Si esto fuese una película, me llamaría Thelma o Louise, tendría un coche heredado, sucio, destartalado y las cosas claras. Cerré los ojos con fuerza, clavándome las uñas en la palma de las manos.

«Piensa, Cris, piensa».

Tres toquecitos en el brazo me despertaron de mi ensimismamiento.

—H-hola, ¿has visto a m-mis padres?

Al principio no sabía de dónde venía la voz, aguda y entrecortada por el hipo. Un niño pequeño y regordete me devolvía una mirada llorosa. Su gran cabezota estaba cubierta de mechones desordenados, coronados por un halo de plástico. Colgadas de los hombros, llevaba unas alas de plumas blancas.

Pestañeé.

—No, lo siento.

Rompió a llorar, todavía más fuerte que antes.

—Tranquilo, tranquilo —me arrodillé para ponerme a su altura—. ¿Cómo te llamas?

—Nico.

—Vale, Nico, tus padres no pueden estar muy lejos. Nos quedamos aquí y los esperamos.

Me levanté y me sacudí el pantalón. Le ofrecí la mano a Nico y, después de un instante dubitativo, él me tendió la suya.

—¿Y tú? —me preguntó de improviso—. ¿Cómo te llamas?

—Cristina. Cris.

Pareció satisfecho con mi respuesta, porque no añadió nada más. Repasé mentalmente los temas de los que podía hablar, tratando de dominar mi repentina necesidad por llenar el silencio. No se me ocurrió nada mejor, así que pregunté:

—¿Cuántos años tienes?

—Diez.

—Qué… mayor.

—No tanto. ¿Y tú?

—Dieciséis.

Abrió mucho los ojos para mirarme bien.

—Eres tan alta como mi padre.

—Gracias, supongo —sonreí—. Y, ¿tus padres…? ¿Qué llevaban puesto cuando te perdiste?

—No me acuerdo.

—Genial —murmuré.

En realidad era agradable estar con Nico. Era casi como si hiciese menos frío en su compañía. Distraído, hacía nubes de vaho con el aliento. Pareció acordarse de algo de pronto.

—¿Y tus padres? No me digas que tú también te has perdido.

Negué con la cabeza.

—No, no del todo.

—¿Entonces?

—Bueno, digamos que son ellos los que me han perdido a mí.

—Eso no tiene mucho sentido.

Solté una carcajada amarga.

—Soy adoptada —por primera vez, la palabra salió de mi boca a trompicones, sabiendo que era más grande de lo que yo nunca sería—. Me lo han dicho mis padres. Esta tarde —me encogí de hombros, con un movimiento violento, como queriendo quitármelo de encima—.

«Llevo dieciséis años atrapada en una cajita con forma de mentira piadosa. No, claro que no tiene sentido».

Hubo un silencio, espeso como la niebla.

—Mamá dice que una familia es una familia.

—¿Eh?

Nico tomó aire.

—El otro día me enteré de que Papá Noel no existe. Así que les pregunté a mis padres si la Navidad se había acabado para siempre. Y mi madre me dijo eso, que una familia es una familia.

Nos miramos y me sonrió. Dirigí la mirada al suelo y me concentré en las figuras que formaban los baldosines de la acera mientras repetía:

—Una familia es una familia.

Las incógnitas que aún tenía se arremolinaban a mi alrededor. Sentí un ardor en la nariz y miré hacia arriba para evitar las ganas de llorar. Las estrellas me devolvían el reflejo desdibujado de una Cris pequeñísima.

Cerré los ojos suavemente y sonreí. Una lágrima se extendía dudosa por mi rostro.

«Mi madre».

Nico me tiró de la mano.

—Cris, ¡mis padres!

Una pareja recorría desesperada la plaza mientras gritaban el nombre de Nico. Él era alto y aferraba la mano de su mujer. Ella, siguiéndole, llevaba el pelo recogido en una coleta y tenía los ojos encendidos.

—¡Aquí! —grité.

Se giraron hacia mí. Ella hundió la cara entre las manos y él corrió a coger a Nico entre los brazos.

—Dios mío, menos mal —dijo la madre al tiempo que alcanzaba a su marido y se colocaba a mi lado—. Gracias…

—Cris —contestó Nico por mí. Saludé con la mano.

Se acercó a su hijo y le dio lo que parecieron cientos de besos. Nico se limpió la mejilla con la manga y puso una mueca. Nos reímos.

—Cris está sola. Quizás… —empezó Nico.

—Oh, claro. Es Nochevieja —el padre de Nico miró a su mujer y después a mí—. ¿Te gustaría tomar las uvas con nosotros?

Dudé. Miré a los tres a los ojos, acabando por el pequeñajo.

Negué con la cabeza.

—No, de verdad, está bien.

—¿Seguro?

Asentí.

—Bueno, deberíamos irnos, ya no queda nada. Mil gracias.

Nico soltó a su padre y se acercó para abrazarme.

—Sí, gracias —susurró.

—No es nada —le devolví el abrazo.

Me dieron la espalda para adentrarse en el bullicio. Antes de perderse ante mis ojos, corrí hacia la madre de Nico.

—Disculpe —jadeé. Se giró para mirarme y me sonrió—. ¿Tiene teléfono? Necesito llamar a casa.

Comentarios en estandarte- 0