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El principio de Cuentos de los Viudos Negros, de Isaac Asimov

Doce relatos con aire de misterio del maestro de la ciencia ficción.

28 de septiembre de 2024. Estandarte.com

Qué: El comienzo de 'Cuentos de los Viudos Negros' Autor: Isaac Asimov

Ruso de origen y estadounidense por decisión, Isaac Asimov nació en enero de 1920 en Petróvichi y murió en Nueva York en abril de 1992. Estudió Bioquímica, estuvo vinculado a la universidad y fue universalmente conocido como escritor, faceta en la que desplegó su inmensa inquietud intelectual y su enorme capacidad divulgativa.

Repasando su bibliografía, admira la variedad y cantidad de obra publicada: escribió novelas, cuentos, relatos, divulgación científica, historia, trabajos sobre literatura… Y apostó, como él mismo explicaba en la introducción a Cuentos de los Viudos Negros, por la ciencia ficción: “Yo empecé mi carrera literaria con la ciencia ficción y continúo escribiendo ciencia ficción cuando puedo, pues sigue siendo mi primer y más importante amor literario. De todos modos, son muchas las cosas que atraen mi atención y, entre ellas, están los relatos de misterio. Llevo leyéndolos casi tanto tiempo como llevo leyendo ciencia ficción [...]”.

Fue, sin duda, uno de los grandes autores del género de la ciencia ficción con historias inolvidables como Trilogía de la Fundación, su obra más famosa, o la serie dedicada a los robots. Le gustaba también jugar con la intriga: introducía misterio en la ciencia ficción y escribía muchos relatos de misterio en clave de ciencia ficción.

Cuentos de los Viudos Negros es una recopilación de doce relatos, cada uno con su título (La risita adquisitiva, Q de quimera, El dedo indicador o Mañanita de domingo, entre otros) y su misterio, pero siempre con los mismos protagonistas. Seis personajes: un abogado, un experto en lenguaje cifrado, un químico, un pintor, un matemático poeta y un escritor de novelas policiacas, que se reúnen una vez al mes para resolver todo clase de enigmas y problemas. A ellos se suman Henry –el camarero– y un invitado en cada ocasión.

Escritos con humor y con un lenguaje directo y ágil, los cuentos fueron apareciendo por separado en la Ellery Queen’s Mystery Magazine, y más tarde se publicaron recopilados y editados por Doubleday & Company. Desde Estandarte nos asomamos al comienzo de uno de esos Cuentos de los Viudos Negros, a través del volumen de Alianza editorial en su tercera edición (2022, 312 páginas, 12,95 €/papel, 6,99 €/ePub) con la traducción de Pilar Agramunt.

 

La risita adquisitiva

Aquella noche era Hanley Bartram el invitado de los Viudos Negros, que se reunían mensualmente en su tranquila guarida y juraban matar a cualquier mujer que osara inmiscuirse en sus asuntos... por lo menos esa noche al mes.

El número de asistentes variaba: en esa ocasión cinco de los socios estaban presentes.

Geoffrey Avalon hacía de anfitrión esa noche. Era alto, con atildado bigote y una barbita ya más blanca que negra, aunque el cabello lo seguía teniendo bastante moreno.

Como anfitrión, tenía el deber de hacer el brindis ritual que marcaba el comienzo de la cena propiamente dicho. En voz alta y agradable dijo:

–A la sagrada memoria del viejo King Cole. Para que su pipa pueda estar siempre encendida, su copa siempre bien llena y sus violinistas rebosantes de salud. Y para que todos nosotros podamos ser tan felices como él toda nuestra vida. (1)

Todos dijeron «amén», se llevaron la copa a los labios, y se sentaron. Avalon puso la suya a un lado. Era la segunda y estaba justo por la mitad. Allí la dejaría y no volvería a tocarla en toda la noche. Era abogado de patentes y llevaba a su vida social la minuciosidad de su trabajo: una copa y media era exactamente lo que se permitía en ocasiones como aquélla.

Thomas Trumbull subió como una tromba las escaleras en el último minuto, gritando, como de costumbre:

–Henry, un whisky con soda para un moribundo.

Henry, el camarero en estas ocasiones desde hacía varios años (cuyo apellido ni siquiera había oído jamás ninguno de los Viudos Negros), ya tenía listo su whisky con soda. Rondaba los sesenta, pero su cara era tersa y grave. Su voz parecía perderse en la distancia incluso al decir:

–Aquí lo tiene, señor Trumbull.

Trumbull vio en seguida a Bartram y le dijo a Avalon en un aparte:

–¿Es tu invitado?

–Me pidió que le trajera –dijo Avalon en lo más parecido a un susurro que fue capaz de articular–. Es un gran tipo. Te va a gustar.

La cena en sí se desarrolló con la variedad que solía acompañar a los asuntos de los Viudos Negros. Emmanuel Rubin, dueño de la otra barba (una barbita fina bajo una boca de dientes muy separados) había sacado un bloc y estaba contando con todo lujo de detalles la historia que acababa de terminar de escribir. James Drake, de cara cuadrada, con bigote pero sin barba, le interrumpía constantemente con recuerdos de otras historias a las que se aludía en la narración. Drake era químico, pero sus conocimientos en materia de narrativa eran enciclopédicos.

 

1. Referencia a una antigua canción tradicional inglesa. (N. de la T.)

 

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