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El abrigo de Proust, de Lorenza Foschini
Esa enfermiza pasión por los fetiches literarios...
14 de agosto de 2013. Emilio Ruiz Mateo
Qué: El abrigo de Proust Autora: Lorenza Foschini (Traducción: Hugo Beccacece) Editorial: Impedimenta Año: 2013 Páginas: 144 Precio: 17,95 €
Muchos somos los que aprovechamos las tardes de verano para leer esos libros que no pudimos disfrutar durante los días laborables; en 2013, entre ellos, se encontraba expectante la colorida portada de El abrigo de Proust, de Lorenza Foschini.
La editorial Impedimenta se caracteriza por desempolvar viejos libros, lavarles la cara con una nueva traducción y envolverlos para regalo con ediciones bien corregidas, bien diseñadas, bien tratadas. Respecto al lector, en definitiva.
Por eso, cuando en su catálogo se cuela una obra contemporánea, con un copyright de más acá del año 2000 (¡alarma! ¡alarma!), la curiosidad se nos dispara. ¿Por qué un catálogo en el que campan a sus anchas Edith Wharton, Penelope Fitzgerald, Henry James o Iris Murdoch iba a admitir la crónica de una periodista italiana de nuestros días? Porque El abrigo de Proust alberga una ración intensa y deliciosa de bibliofilia. Más aún, de puro fetichismo libresco. Y en él nos reconocemos.
Lo que Lorenza Foschini nos cuenta es difícil de creer, pero sucede que es cierto: cómo Jacques Guérin, un lector fanático de Marcel Proust, se encontró por azar con la posibilidad de hacerse con cuadernos originales de En busca del tiempo perdido, la biblioteca personal del escritor, la cama en la que escribió su obra maestra, el hiperfotografiado bastón de Proust y muchos otros objetos que acompañaron al escritor hasta sus últimos días.
Entre ellos, el más deseado, el culmen del fetichismo proustiano: el abrigo con el que calentaba su enfermiza anatomía allá donde fuese, incluida la cama, en la que funcionaba de manta. Guérin descubrió que el chamarilero que le estaba vendiendo poco a poco las pertenencias de Proust usaba el abrigo para taparse las piernas cuando iba a pescar al Sena…
Poco tardó en hacerse con él, claro. Una vez más, realidad y ficción compitiendo por su capacidad imaginativa.
En El abrigo de Proust hay mucho amor hacia el autor de En busca del tiempo perdido, pero también por un personaje tan particular como su fanático seguidor Jacques Guérin, perfumista reputado en París, amigo de genios como Picasso o Jean Genet (llegó a nombrar uno de sus perfumes “Divine”, inspirado en el travesti de Nuestra señora de las flores de Jean Genet, algo que a buen seguro muchas parisinas desconocían cuando se perfumaban con él…), alma hipersensible que encontró en la búsqueda del rastro de Proust un impulso vital.
No olvidemos que fue esta pasión la que hoy nos permite leer un buen número de cartas personales de Proust (salvadas de la hoguera: su cuñada las consideraba simple paperassouilles, papelucherío) y disfrutar de poder contemplar los objetos con los que vivía el escritor. Un placer que algunos no entenderán, pero a otros nos reconforta.
Hoy, todos los hallazgos de Guérin se exponen en una sala del Museo Carnavalet de París, pero la mayoría de los turistas que los contemplan desconocen la historia de pasión bibliófila y fetichismo que albergan bajo el polvo.
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