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Modos de huida en 'Siete casas vacías'
Los outsiders emocionales de los relatos de Samanta Schweblin.
25 de junio de 2015. Emilio Ruiz Mateo
Qué: Siete casas vacías. Autora: Samanta Schweblin. Editorial: Páginas de Espuma. Año: 2015. Páginas: 128. Precio: 14 €
Hay pocas cosas más falsas en la escena editorial que un libro de cuentos disfrazado de novela —esas imposibles contraportadas empeñadas en vendernos lo que no es— y pocas más deliciosas que un buen libro de cuentos, ese artefacto tan alejado de una simple serie de cuentos reunidos tras una portada... Siete casas vacías, de Samanta Schweblin, se compone de otros tantos relatos independientes entre sí, pero hermanados por el protagonismo que en ellos presentan los espacios cerrados en los que se desarrollan.
Historias de casas las de este libro, que son también, aún más, historias de padres, madres, hijos e hijas. No es casualidad que solo un relato no encaje del todo en esa visión inmobiliaria de la realidad: “Un hombre sin suerte”, el único que no formaba parte del envío que la autora realizó para participar en el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero. Y que acabó ganando, por cierto, en su IV edición, consolidando aún más la calidad de este certamen organizado por la editorial Páginas de Espuma, referencia del cuento en España.
Los protagonistas de Siete casas vacías no encajan en la realidad que les rodea. Outsiders emocionales con los que podemos identificarnos en mayor o menor medida, pero a los que siempre acabamos comprendiendo gracias a las buenas dotes de Samanta Schweblin en la descripción de cabezas mal amuebladas, o más bien, amuebladas siguiendo patrones diferentes a los que marca la norma. Digamos que hay otros paisajes más allá de los apartamentos que nos impone Ikea, ese monstruo de la uniformidad, y es en ellos donde residen las historias que interesan a Samanta, y a los lectores de este libro. A veces se nos olvida que aún podemos salirnos del camino.
(Sigue leyendo esta reseña en El procesador de textos).
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