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Los errantes, de Olga Tokarczuk
Una invitación a descubrir y mirar la vida con ojos diferentes.
02 de junio de 2021. Estandarte.com
Qué: Los errantes Autor: Olga Tokarczuk Editorial: Anagrama, Panorama de narrativas Año: 2019 (el original en 2007) Páginas: 400 Traducción: Agata Orzeszek Precio: 20,90 €
Los errantes, de Olga Tokarczuk, es un libro diferente, cuajado de historias, de bosquejos, de ideas, de pensamientos, de descripciones… No sigue una línea, es tan errante como su título, no tiene argumento, pero sí un hilo conductor, el viaje, los viajeros, el movimiento, la búsqueda de otros horizontes.
Se lee bien de un tirón, aunque no es para impacientes, o bien con pausas reflexivas; se puede empezar en la primera página y continuar hasta el punto final o abrir por cualquier parte y dejarse llevar por la corriente de impresiones que va transmitiendo Olga Tokarczuk (Sulechów, Polonia, 1962); pero, se mire como se mire, pide tranquilidad para descubrir esos mundos diferentes, vistos desde ángulos desconocidos para la mayoría.
El inicio, personal y autobiográfico, es una declaración de intenciones. La autora se presenta y define, habla de su primer viaje, una escapada a pie por el parque, hasta el río que mira desde la altura: “Plantada sobre el terraplén antiinundaciones, la mirada fija en la corriente, descubrí que –pese a todos los peligros– siempre sería mejor lo que se movía que lo estático, que sería más noble el cambio que la quietud, que lo estático estaba condenado a desmoronarse, degenerar y acabar reducido a la nada; lo móvil, en cambio, duraría incluso toda la eternidad.”
Era el suyo un caminar constante, diferente al de sus padres, viajeros de remolque, camping, para luego caer el resto del año en la vida sedentaria. Ella no puede echar raíces, asentarse, prefiere el vaivén de los autobuses, el traqueteo de los trenes, el rugido del avión, el balanceo de los barcos, la lentitud de las barcazas.
Los errantes (Anagrama) es algo así como un cuaderno en blanco, guardián de sueños, recuerdos y esperanzas, es ese cuaderno que escribimos con emoción, que llenamos de notas, apuntes, cuentas, dibujos, frases impactantes…, pero –como precisa la autora– sin saber quién lo leerá.
Este sí se lee. Con ganas, con curiosidad, con asombro; tan bien escrito, tan genial, tan itinerante… Nos traslada a aeropuertos, nos muestra mapas de intrincado diseño, desvela conversaciones oídas al azar, describe encuentros con personas desconocidas; pero también habla de seres reales antiguos y también actuales: “Tengo una amiga, poeta, a la que, lamentablemente, la poesía nunca le ha dado para vivir. ¿Quién se gana la vida con versos? Así que empezó a trabajar para una agencia de viajes, y como dominaba el inglés, la contrataron como guía de grupos turísticos estadounidenses. Su éxito era impresionante y la recomendaban a los visitantes más exigentes. Los recogía en Madrid, volaba con ellos hasta Málaga, donde subían a un ferry que los llevaba a Túnez. Eran por lo general grupos pequeños, de unas diez personas”.
Esa amiga es Menchu, Menchu Gutiérrez, aclaramos, escritora española, poeta, novelista y ensayista. Y junto a ese nombre tan cercano descubrimos personajes de otros tiempos como Philip Verheyen o Frederik Ruysch que tanto hicieron por el conocimiento del cuerpo humano: impresionantes los dibujos descriptivos del primero y notables los avances en el arte de conservación anatómica del segundo.
El vagabundeo, los itinerarios, el cuerpo (piernas, tendones, venas, corazón, todo tipo de especímenes que merecen perpetuarse eternamente, como los que compra el zar Pedro I a Ruysch), las situaciones insólitas y la genialidad –a veces inquietante– de sus planteamientos, nos arrastran, nos invitan a salir de lo cotidiano, lo convencional, los caminos trillados.
En tan poliédrico libro, los temas –múltiples y siempre sorprendentes– son una continua sorpresa, lo mismo desvelan la insularidad como forma de autismo, que el uso de la esvástica roja, “ancestral signo del Sol y la fuerza vital” para señalar los restaurantes vegetarianos.
Leemos las charlas sobre la psicología práctica del viaje; la historia de Eryk, un piloto de ferry, que cansado de la rutina del ir y venir decide salir a mar abierto; la huida y andar errabundo por las líneas del metro de Ánnushka; las cartas de Joséphine Soliman al emperador Francisco I de Austria para pedir que entierre el cuerpo momificado y expuesto de su padre: “…Pues nada nos hace más humanos que el hecho de que cada uno de nosotros posea su propia historia, única e irrepetible, que hollemos el tiempo con nuestra huella. Pero aun si nada hacemos por nuestros prójimos, ni por nuestro soberano ni por el Estado, tenemos derecho a un entierro digno, el cual constituye el acto de restituir a las manos del Creador su creación, es decir, el cuerpo humano”; o las tantas, tantísimas cosas que invitan, casi obligan, a un pausado caminar por sus páginas.
Con Los errantes, la reciente premio nobel de literatura ganó el Premio Man Booker internacional y fue finalista del National Book Award en la categoría de libros traducidos.
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