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La batalla de Occidente, de Éric Vuillard

El sinsentido de la Primera Guerra Mundial.

18 de junio de 2021. Estandarte.com

Qué: La batalla de occidente Autor: Éric Vuillard Editorial: Tusquets Editores Año: 2019 Páginas: 188 Traductor: Javier Albiñana Serain Precio: 19,90 €

La batalla de Occidente, de Éric VuillardLos Thibault de Roger Martin du Gard (1881-1958); Sin novedad en el frente de Erich María Remarque (1898-1970); 14 de Jean Echenoz (1947); Senderos de Gloria de Humphrey Coob (1899-1944) que inspiró a Stanley Kubrick para, con el mismo título, crear una grandísima obra maestra; o Adiós a las armas de Ernest Hemingway (1899-1961) son libros –no los únicos– con un tema común: la inhumanidad y tremenda dureza de la Gran Guerra, con historias estremecedoras que nos muestran el horror y la sinrazón que vivió Europa durante aquel conflicto.

A todos ellos se une Éric Vuillard (1968) con La batalla de Occidente, un relato cargado de matices, de enorme crudeza, que dibuja como en un mosaico los acontecimientos que desembocaron en la masacre que asoló a Europa y que no podemos dejar en el olvido.

Y lo hace con ese estilo suyo, con una gran riqueza descriptiva, que ya cautivó en El orden del día, Premio Goncourt 2017, donde cuenta de forma personalísima el ascenso al poder de Hitler, la ayuda de los empresarios y la anexión de Austria; y en 14 de julio, un apasionado repaso a los sucesos que desembocaron en la toma de la Bastilla, protagonizada por personajes anónimos.

También en este libro, son anónimos los soldados, sin distinción de bando, los ciudadanos, los campesinos, los muertos, los heridos, los gaseados… No lo son, en cambio, los estrategas que parecen jugar en un tablero con soldaditos de plomo y no en el campo de batalla con seres de carne y hueso; tampoco son anónimos los conjurados del atentado de Sarajevo ni los políticos ni el dinero ni las familias reinantes, encerradas en un mundo bajo el que fluyen ocultas corrientes que darán paso a nuevas alianzas entre países.

“En el principio hubo un gusto común. Una élite refinada y orgullosa. Los nietos de la reina Victoria ocupaban los tronos de Inglaterra y Alemania, un mismo trasero había plantado sus nalgas en dos sillas. Todas las coronas de Europa poseían ancestros que habían dormido en las mismas sábanas. La consanguinidad reinaba con una rígida moral a lo largo y ancho de un continente (…)”.

Así empieza una narración que todavía en el siguiente capítulo tampoco parece augurar la catástrofe que se avecina: empieza la primavera, el campo se llena de coloridas flores, los atardeceres regalan belleza, los chicos se acercan a las chicas, bailan, sueñan, se inquietan, pero sin querer pensar en ello… “Porque aquellos muchachos y muchachas de 1914 querían seguir soñando, soñando con ese casi nada, con esa mano fresca enlazada en la hierba, con ese beso que, sin decírselo, se habían prometido desde el principio de los tiempos. Querían con todas sus fuerzas esa piel suave, ese cigarrillo de unos céntimos, ese vaso de vino, esa barca abandonada a la corriente”.

Sarajevo rompe las esperanzas. Los países marcan posiciones, se alían, se enfrentan, se arman, movilizan sus tropas. Las declaraciones de guerra se suceden: Austria, a Serbia; Alemania, a Rusia a Francia y Bélgica; Inglaterra, a Alemania; Austria-Hungría a Rusia; Francia a Austria-Hungría y Japón a Alemania.

¿Se sabe quién lucha contra quién?  Empieza así una masacre sin justificación, un sinsentido devastador que causó millones de muertos, civiles y soldados, que, como escribe el autor, suponen fosas enormes y cementerios vastísimos donde todas las tumbas son iguales; y junto a los muertos, los mutilados, los desfigurados, las viudas, los huérfanos, la miseria…

A lo largo del libro –estructurado en capítulos cortos, ricos, intensos– asistimos al agotamiento de las largas marchas entre frío, niebla, barro; al sinvivir de las trincheras; a los planos diferentes en los que mueven tropas y mandos; a las deportaciones y los trabajos forzados; a la destrucción de pueblos, iglesias, catedrales, edificios; a los transportes de prisioneros en vagones que dejan entrever lo que años después sucedió en la Segunda Guerra Mundial. Todo descrito y narrado con palabras de tal riqueza y belleza que sobrecogen aún más.

La batalla de Occidente atrae, engancha, pide una lectura lenta, e incluso pide un lápiz para subrayar –quien guste de hacerlo– o para anotar las mil y una ideas y frases que descubren al lector toda la monstruosidad de unos hechos que nunca tendrían que hacer sucedido, porque, escribe Vuillard: “El uso de la fuerza se desencadena irracionalmente entre pueblos que no lo desean y que dirigen hombres que tal vez tampoco lo desean. Pero el juego de las alianzas y de los planes militares es inexorable”.

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