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Ella pisó la luna, de Belén Gopegui

Belén Gopegui recuerda a su madre, Margarita Durán.

26 de agosto de 2021. Estandarte.com

Qué: Ella pisó la luna. Ellas pisaron la luna Autora: Belén Gopegui Editorial: Literatura Random House Año: 2019 Páginas: 96 Precio: 7,90 € (papel), 2,99 € (eBook)

Ella pisó la luna. Ellas pisaron la luna. Belén GopeguiEn el ciclo Ni ellas musas ni ellos genios, celebrado en marzo de 2019, Belén Gopegui (Madrid, 1963) impartió una conferencia en la que, al hilo de cuestionar los relatos androcéntricos y marcados por sesgos de género, contó las historias de su padre y de su madre, en vez de la relación entre Rafael Sánchez Ferlosio y Carmen Martín Gaite como le habían sugerido.

Por su padre, Luis Ruiz de Gopegui, físico y escritor, le han preguntado a la escritora en más de una entrevista. Era un hombre bastante conocido en el ámbito científico: dirigió os programa espaciales de la NASA en España y fue delegado del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial  (INTA) en la estación de Fresnedillas en julio de 1969, es decir, cuando “seguidos por esa estación –como cuenta su hija– los astronautas posan su nave en la Luna”.

Sin embargo, el protagonismo de esa conferencia y del libro que se ha editado con ella (Ella pisó la luna. Ellas pisaron la luna, Literatura Random House, 2019) se lo ha concedido a su madre, Margarita Durán. Una mujer alegre, vital y vitalista; que merece que su historia se cuente porque fue una de esas personas que logran que la humanidad mejore. Compartió con otras mujeres, sobre todo con otras madres, lo que aprendió sobre la parálisis cerebral cuidando (y queriendo) a su hija Miriam, que murió antes de cumplir los veintisiete años. Supo que en Pozo del Tío Raimundo había familias con hijos con ese trastorno neurológico y allí iba los viernes a ayudarlas. También –en busca de mejoras para ellos– se entrevistó con una directora general, un embajador o una fiscal. Como dice Gopegui, el resultado de esas visitas tuvo más consecuencias, pero “no tuvo, sin embargo, ni un ápice más de valor, ni una gota más de valor que acariciar el pelo o poner colonia a una persona enferma o a un niño con parálisis cerebral en una casa de cualquier barrio del mundo”. Esa afirmación dignifica la tarea de cuidados, tan necesaria y tan a menudo minusvalorada. La escritora lo tiene claro: la ciencia, el arte o la política no son mejores que acunar, por ejemplo, un cuerpo adulto, pero “es justo que la elección no se imponga y que se reparta la dedicación del tiempo”.

Margarita Durán colaboró también en el centro de Formación Profesional 1º de Mayo y fue miembro de Amnistía Internacional. Desde esa ONG trabajó incansablemente contra la impunidad en Argentina y Chile y por la causa de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo. Su labor fue importantísima y sus logros, también.

Para retratarla, Gopegui incluye declaraciones de otras personas (“mientras Marga esté aquí, la pelea no acabará”, recuerda Beth Gelb, de Amnistía Internacional), un precioso cuento, una poesía, canciones, cita un documental, repasa algunas de las lecturas en las que se embarcaba y sus subrayados y anotaciones.

Y al tiempo que rememora tantos compromisos y acciones de su madre, reflexiona sobre referentes femeninos, sobre hipocresías e injusticias sociales, sobre el consuelo y el falso consuelo, sobre el sacrificio, sobre el talento desperdiciado de tantas mujeres, sobre el lenguaje y sobre la necesidad de contar historias como la de Margarita Durán. Recuerda, en una de esas reflexiones que conviene rumiar, que los hombres que pisaron la Luna “forman parte de un tejido inextricable de seres, y sin el lenguaje que le enseñaron, y sin las personas que les alimentaron, abrazaron o hicieron cálculos en una mesa, no hubieran llegado a ninguna parte”.

Gopegui es clara y directa en su relato sobre una mujer a la que admira por cuanto fue e hizo. Lo cuenta de manera generosa y sugerente, entreverando otras historias, otros nombres y otros referentes, opinando y denunciando, pero en cierto modo escondiéndose: solo al final se permite alguna mínima mención a la relación con su madre, porque aquí lo importante no es lo que siente la hija, sino lo que hizo su madre en vida y lo que puede seguir haciendo si su historia se conoce y reconoce. “Hay cientos de miles de vidas de mujeres que no solo merecen ser contadas, sino por las que hemos de luchar para que se cuenten, porque ganarle la batalla a las estructuras depende también de las historias que tengamos”.

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