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El principio de Los hermanos Karamázov

En recuerdo de Dostoievski, el gran escritor ruso.

14 de marzo de 2024. Estandarte.com

Qué: El principio de Los hermanos Karamázov, de Dostoievski

El comienzo de Los hermanos KaramázovCon Los hermanos Karamázov, su autor, Fiódor M. Dostoievski (Moscú, 1821-San Petersburgo, 1881), relata un drama casero que es, al mismo tiempo, un drama universal. Un drama del que se sirve para retratar y perfilar el carácter de tres figuras unidas por la sangre y la tragedia: Dimitri, el violento; Iván, el sabio, y Aliosha (Alekséi), el héroe de la novela, en palabras de su autor.

Publicado primero por entregas, como era habitual en aquellos tiempos, el libro vio más tarde la luz –dividido en dos volúmenes– en diciembre de 1880, fruto de dos años de un trabajo que brotaba de ideas concebidas a lo largo del tiempo.

«[...] Ya en 1868 –leemos en la nota al texto de la edición de Alba Editorial (2013)– había esbozado el plan de un ciclo ‘épico-novelesco’ –al que se referirá con frecuencia en su correspondencia de los años siguientes–, con el título global de Ateísmo (título que no tardaría en abandonar), en el que se detectan ya muchas de las preocupaciones esenciales de Los hermanos Karamázov [...]».

Esta fue su última novela y en ella mantiene la misma visión psicológica de personajes y situaciones que caracteriza su inmensa obra: las eternas dudas sobre la moralidad, el bien, el mal, el crimen, el castigo, el pecado, la transgresión…

Como señala, la edición de Alba, Los hermanos Karamázov supone «la culminación, en muchos sentidos, de las aspiraciones y logros de una larga carrera novelística», y en ella dejaron una profunda huella las circunstancias vitales, ideológicas y estéticas de la vida y el entorno del autor.

«Acontecimientos próximos en el tiempo, como las estancias de Dostoievski en Stáraia Russa (trasunto de la pequeña ciudad provinciana en que transcurre la acción de la obra); la muerte en mayo de 1878 de su hijo menor, Alekséi, sin haber alcanzado los tres años de vida; o la visita que realizó en junio de ese mismo año, en compañía del filósofo Vladímir Soloviov, al monasterio de Óptina, en Kozelsk, son solo algunos ejemplos de los numerosos hechos biográficos que se venreflejados en esta novela sin par, que tantísimo debe a la cultura y al pensamiento, pero que contiene igualmente cantidades ingentes de pasión y de vida».

Los hermanos Karamázov –al igual que otras magistrales obras como Crimen y Castigo, El jugador, Humillados y ofendidos o Noches blancas– ha ejercido una notable influencia en grandes escritores, entre los que se encuentran William Faulkner, Friedrich Nietzsche, Jean-Paul Sartre, Orhan Pamuk o Ernest Hemingway.

La traducción –obra de Fernando Otero y Marta Sánchez-Nieves. Marta Rebón (Libro III)– se basa, tal como se destaca en la nota de la editorial Alba,en el texto que aparece en los tomos noveno y décimo de las Obras completas en quince tomos, publicados por la editorial Nauka en Leningrado en 1991. De esa edición de Alba reproducimos aquí las primeras páginas de esta grandiosa novela:

«Alekséi Fiódorovich Karamázov era el tercer hijo de Fiódor Pávlovich Karamázov, un terrateniente de nuestro distrito que se hizo muy célebre en su momento (y aún hoy se le sigue recordando) por su trágico y oscuro fin, el cual tuvo lugar hace justo ahora treinta años y del que ya hablaré más adelante. Por el momento, me limitaré a decir de este «terrateniente» (así es como lo llamaban por aquí, a pesar de que casi nunca residió en sus tierras) que era uno de esos tipos raros que, sin embargo, se encuentran con bastante frecuencia; concretamente, era de esa clase de individuos que no solo son ruines e inmorales, sino además insensatos, pero de esos insensatos que, pese a todo, se manejan a la perfección en los negocios y solo, por lo visto, en los negocios. Fiódor Pávlovich, por ejemplo, había surgido prácticamente de la nada, como un modestísimo propietario, dispuesto siempre a comer en mesa ajena y a vivir de gorra, y, sin embargo, en el momento de su fallecimiento dejó hasta cien mil rublos en dinero contante y sonante. Y, al mismo tiempo, nunca dejó de ser en toda su vida uno de los mayores botarates de nuestro distrito. Insisto: no es cuestión de estupidez; la mayoría de esos botarates son bastante taimados y astutos; es la suya una insensatez muy peculiar, típicamente nacional.

Se había casado dos veces y tenía tres hijos: el mayor, Dmitri Fiódorovich, de la primera mujer, y los otros dos, Iván y Alekséi, de la segunda. La primera mujer de Fiódor Pávlovich pertenecía a un noble linaje de propietarios de nuestro distrito, los Miúsov, gente bastante rica y distinguida. No me voy a parar a explicar cómo pudo ocurrir que una muchacha con una buena dote, además de hermosa y, sobre todo, inteligente y despierta –una de esas jóvenes que son tan frecuentes entre nosotros en la generación actual, aunque ya las había en el pasado–, se casara con tan insignificante «alfeñique», que es como entonces lo llamaba todo el mundo. Lo cierto es que conocí a una joven, de la penúltima generación «romántica», que después de algunos años de profesar un enigmático amor a un señor con quien, dicho sea de paso, bien podría haberse casado con toda tranquilidad, acabó, sin embargo, imaginándose toda clase de impedimentos insalvables y una noche tempestuosa se arrojó desde una escarpada orilla, una especie de acantilado, a un río bastante profundo e impetuoso y pereció en él, sin duda alguna por culpa de sus propios antojos, solo para imitar a la Ofelia de Shakespeare, hasta el punto de que, si aquel acantilado, escogido y preferido por ella desde hacía mucho, no hubiera sido tan pintoresco y en su lugar se hubiera encontrado una prosaica orilla llana, es posible que el suicidio nunca se hubiera consumado. Se trata de un hecho verdadero, y hay que pensar que en nuestra vida rusa, en el curso de las dos o tres últimas generaciones, han tenido que ocurrir no pocos casos idénticos o de la misma naturaleza. De forma análoga, el proceder de Adelaída Ivánovna Miúsova fue también un eco de tendencias ajenas y una irritación de la mente cautiva. Tal vez se había propuesto manifestar su independencia como mujer, ir en contra de los convencionalismos sociales, del despotismo de su linaje y su familia, y su obsequiosa fantasía la convenció –supongámoslo así por un momento– de que Fiódor Pávlovich, a pesar de su título de gorrón, era uno de los hombres más valientes y divertidos de aquella época de transición hacia todo lo mejor, siendo como era, sencillamente, un bufón malintencionado. Lo más llamativo es que, para colmo, el asunto se resolvió con un rapto, algo que fascinó a Adelaída Ivánovna. En cuanto a Fiódor Pávlovich, se sentía muy inclinado entonces, por su misma condición social, a toda clase de audacias semejantes, pues deseaba fervientemente hacer carrera a cualquier precio; arrimarse a una buena familia y conseguir una dote resultaba algo de lo más seductor. Por lo que respecta a su mutuo amor, no parece que existiera, ni por parte de la novia ni por parte de él, a pesar de la belleza de Adelaída Ivánovna. Así que este episodio tal vez fuera único en su género en la vida de Fiódor Pávlovich, un hombre extremadamente lascivo, siempre dispuesto a pegarse a unas faldas a la primera insinuación. Y, sin embargo, ésta fue la única mujer que no le produjo, en lo referente a las pasiones, ninguna impresión especial. […]».

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