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El comienzo de 'El corazón de las tinieblas'
Las primeras páginas de la obra maestra de Joseph Conrad, del Támesis a la espera del reflujo.
12 de mayo de 2025. Estandarte.com
Qué: El corazón de las tinieblas Autor: Joseph Conrad Traducción: Juan Gabriel Vásquez Ilustración: David de las Heras Editorial: Alma Año: 2021 Páginas: 128 Precio: 9,95 €

En 1888 Joseph Conrad (Berdichev, la Ucrania polaca de entonces, 1857 - Bishopbourne, Reino Unido, 1924) viajó al Congo, descubrió las atrocidades, el maltrato, la impiedad, el desprecio que ejercía el duro régimen del rey Leopoldo II de Bélgica sobre la población negra.
Aquella nefasta experiencia fue el detonante que puso en marcha El corazón de las tinieblas, una extraordinaria novela, inmune al paso de los años, que narra en primera persona, la de su protagonista –Marlow–, el largo camino que recorre remontando el río Congo en busca de Kurtz, un agente comercial enfermo al que va a relevar.
En esta travesía, en la que los límites entre civilización y primitivismo se diluyen, ve y describe la explotación, el genocidio y la maldad en su expresión más atroz. Contada de forma vibrante y realista, con un lenguaje lleno de personalidad gracias al uso de una lengua –la inglesa– que no era la suya, el autor nos lleva a captar la atmósfera y la psicología de sus personajes, a vivir la dura experiencia de un terrible viaje y dejarnos mecer por el espíritu de aventura y el amor a la navegación que caracteriza toda su obra.
El relato tiene un previo en el capítulo inicial donde otro narrador da a conocer a Marlow y su afición a contar historias con lo que da paso a este enorme relato que pone en tela de juicio lo que fue el colonialismo europeo. Esta es la traducción de Juan Gabriel Vásquez para la editorial Alma y su maravillosa edición ilustrada por David de las Heras de la colección Clásicos ilustrados.
«La Nellie, una yola de recreo, borneó sobre su ancla sin un flameo de las velas y dejó de moverse. La pleamar se acercaba, el viento estaba casi en calma y, puesto que la nave se dirigía río abajo, nada podíamos hacer más que fondear y esperar el reflujo.
El estuario del Támesis se extendía ante nosotros como el comienzo de un canal interminable. A lo lejos, el cielo y el mar se veían soldados sin un empalme, y en el espacio luminoso las velas curtidas de las barcazas que se dejaban llevar por la marea parecían inmóviles, rojos racimos de lona en cuyos picos destellaba el barniz de las botavaras. Una bruma descansaba sobre las orillas bajas que se perdían en el mar como desvaneciéndose. El cielo se oscurecía sobre Gravesend, y más allá parecía condensarse en una lúgubre penumbra que pesaba, inmóvil, sobre la mayor y más grande ciudad de la tierra.
El director de las compañías era nuestro capitán y nuestro anfitrión. Nosotros cuatro contemplábamos con afecto su espalda mientras él, de pie en la proa, miraba hacia el mar. No había en todo el río nada que tuviera un aspecto tan marinero. Parecía un piloto, lo que para un marino viene a ser la personificación de lo confiable. Era difícil darse cuenta de que su oficio no estaba allí, en el estuario luminoso, sino detrás, en la inquietante penumbra.
Entre nosotros existía, como he dicho ya en alguna parte, el vínculo del mar. Además de mantener nuestros corazones unidos durante largos periodos de separación, aquello nos volvía tolerantes con los cuentos de los otros, y aun con sus convicciones. El abogado —el mejor de los viejos cama-radas— tenía derecho, por sus muchos años y sus muchas virtudes, al único cojín de cubierta, y se había tendido sobre la única manta. El contador había sacado ya una caja de dominó y jugaba a hacer formas arquitectónicas con las fichas. Marlow estaba sentado a popa con las piernas cruzadas, recostado en el palo de mesana. Tenía las mejillas hundidas, la tez amari-llenta, la espalda recta y un aspecto ascético, y así, con los brazos caídos y las palmas de las manos hacia fuera, parecía un ídolo. El director, satisfecho de que el ancla hubiera agarrado bien, se dirigió a popa y se sentó entre nosotros. Intercambiamos perezosamente algunas palabras. Después se hizo el silencio a bordo. Por una u otra razón no empezamos aquel juego de dominó. Nos sentíamos meditabundos y dispuestos tan solo a una plácida contemplación. El día se terminaba en la serenidad de un fulgor exquisito y callado. El agua brillaba pacíficamente, el cielo límpido era una benigna inmensidad de luz inmaculada, la niebla misma de los pantanos de Essex era como un fino tejido de malla radiante que colgara de las cuestas boscosas del interior y envolviera las orillas en diáfanos pliegues. Solo la penumbra que al oeste inquietaba las partes altas se hacía más sombría a cada minuto, como irritada por la cercanía del sol.
Y por fin el sol se hundió en su caída imperceptible y curva, y su blanco resplandeciente se convirtió en un rojo apagado sin rayos ni calor, como si estuviera a punto de extinguirse, herido de muerte por la perturbadora penumbra que flotaba sobre una multitud de seres humanos.»
Joseph Conrad, autor de El corazón de las tinieblas
Joseph Conrad, nacido Józef Teodor Konrad Korzeniowski, fue un escritor británico de origen polaco. A los dieciséis años abandonó su Polonia natal y se enroló en la marina mercante. Esta experiencia fue sin duda crucial para varios de sus trabajos, como prueba la magistral novela corta El corazón de las tinieblas, obra con categoría de clásico. Conrad escribió en inglés a pesar de no ser su lengua materna. Lo cual le otorga más mérito si cabe, pues su prosa, lejos de ser simple, resulta rica y trabajada. Además, sus novelas tienen el atractivo añadido de sus localizaciones: travesías en alta mar y paisajes exóticos.
Sin embargo, sus historias son mucho más que simples aventuras; en ellas, la naturaleza y el mar, son escenarios que enfrentan al hombre con sus demonios, la soledad y con la eterna lucha entre el bien y el mal. Además de la mencionada El corazón de las tinieblas, otras obras imprescindibles de Conrad son Lord Jim, Nostromo y El agente secreto, títulos que lo colocan en el panteón de los novelistas ingleses.
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