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El inicio de 'La arboleda perdida'

Así comenzaba a recordar Alberti su intensa vida.

30 de noviembre de 2024. Estandarte.com

Qué: El inicio de La arboleda perdida Autor: Rafael Alberti

Memorias de Rafael AlbertiRafael Alberti (1902- 1999) empieza a escribir sus memorias, a las que tituló La arboleda perdida, cuando tenía 36 años. Era un hombre joven, demasiado joven, quizá comparado con la media habitual de quien echa la vista atrás y empieza a recuperar los recuerdos de su vida.

Pero 36 años son poco o mucho dependiendo de lo que uno tenga que recordar. A esa edad, Alberti ya había vivido lo suyo: la separación de su tierra natal, los tanteos artísticos con la pintura, la explosión como poeta, el nacimiento de una Generación, el compromiso político, el estallido de la Guerra Civil…

Es en el año 38 cuando empieza a dar forma escrita a sus recuerdos. Lo que le quedaba por vivir (una guerra mundial, una fría, dos exilios, el regreso, los reconocimientos…) le daría para cinco libros de memorias reunidos en tres volúmenes, todo ello recopilado bajo el poético título de La arboleda perdida.

El primero reúne los dos primeros libros y va desde su nacimiento hasta el año 1931. El segundo (libros tercero y cuarto) recoge el periodo comprendido entre 1931 y 1987. El último libro recoge la quinta entrega de sus memorias que llegan hasta el año 96. Moriría tres años después dejando más de mil páginas sobre lo vivido.

Todo había comenzado en ese lugar, en esa arboleda perdida que existe y que Alberti describe con detalle y con sentimiento. Así arranca la vida que Alberti recuerda, así comienza La arboleda perdida: 


“En la ciudad gaditana de El Puerto de Santa María, a la derecha de un camino, bordeado de chumberas, que caminaba hasta salir al mar, llevando a cuestas el nombre de un viejo matador de toros –Mazzantini–, había un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas llamado La arboleda perdida.

Todo era allí como un recuerdo: los pájaros rondando alrededor de árboles ya idos, furiosos por cantar sobre ramas pretéritas; el viento, trajinando de una retama a otra, pidiendo largamente copas verdes y altas que agitar para sentirse sonoro; las bocas, las manos y las frentes, buscando dónde sombrearse de frescura, de amoroso descanso. Todo sonaba allí a pasado, a viejo bosque sucedido. Hasta la luz caía como una memoria de la luz, y nuestros juegos infantiles, durante las rabonas escolares, también sonaban a perdidos en aquella arboleda.

Ahora, según me voy adentrando, haciéndome cada vez más chico, más alejado punto por esa vía que va a dar al final, a ese «golfo de sombra» que me espera tan sólo para cerrarse, oigo detrás de mí los pasos, el avance callado, la inflexible invasión de aquella como recordada Arboleda perdida de mis años.

Entonces es cuando escucho con los ojos, miro con los oídos, dándome vuelta al corazón con la cabeza, sin romper la obediente marcha. Pero ella viene ahí, sigue avanzando noche y día, conquistando mis huellas, mi goteado sueño, incorporándose desvanecida luz, finadas sombras de gritos y palabras.

Cuando por fin, allá, concluido el instante de la última tierra, cumplida su conquista, seamos uno en el hundirnos para siempre, preparado ese golfo de oscuridad abierta, irremediable, quién sabe si a la derecha de otro nuevo camino, que como aquél también caminará hacia el mar, me tumbaré bajo retamas blancas y amarillas a recordar, a ser ya todo yo la total Arboleda perdida de mi sangre.

Y una larga memoria, de la que nunca nadie podrá tener noticia, errará escrita por los aires, definitivamente extraviada, definitivamente perdida.

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1902. Año de gran agitación entre las masas campesinas de toda Andalucía, año preparatorio de posteriores levantamientos revolucionarios. 16 de diciembre: fecha de mi nacimiento, en una inesperada noche de tormenta, según alguna vez oí a mi madre, y en uno de esos puertos que se asoman a la perfecta bahía gaditana: El Puerto de Santa María –antiguamente, Puerto de Menesteos– a la desembocadura del Guadaleto, o río del Olvido (…)”.

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