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Huir fue lo más bello que tuvimos

Marta Marín-Dòmine reflexiona sobre el exilio y la errancia.

19 de noviembre de 2021. Estandarte.com

Qué: Huir fue lo más bello que tuvimos Autora: Marta Marín-Dòmine Editorial: Galaxia Gutenberg Año: 2020 Páginas: 160 Precio: 16,50 €

Huir fue lo más bello que tuvimos, de Marta Marín-DòmineComienza este libro con tres citas, una de Walter Benjamin, otra de Pierre Bergounioux y la tercera de Arlette Farge. Las tres tienen que ver con la memoria, la intrahistoria y la historia, y son el pórtico idóneo para esta obra de Marta Marín-Dòmine  (Barcelona, 1959) llena de recuerdos, de búsqueda en los recovecos y en esos vacíos de los archivos en los que, como apunta Farge, «podemos encontrar pistas que nos conduzcan a una historia que todavía está por narrar».

Marín-Dòmine, escritora, traductora, profesora, autora de documentales y de instalaciones artísticas, trabaja en torno al tema de la memoria, memorialización y representación testimonial. Suyos son los documentales The Vengeance of the Apple. Argentineans in Toronto (2010), Mémoire Juive du Quartier Marolles-Midi, 1930-1942 (2012), patrocinado por la Fundación Auschwitz de Bruselas, o el corto Refugi (2020), en colaboración con Carla Simón, realizado para el proyecto “Un vocabulario para el futuro” del CCCB y que tiene mucho que ver con este conmovedor libro.

Huir fue lo más bello que tuvimos es un homenaje de Marín-Dòmine a su padre –al que se dirige en múltiples ocasiones a lo largo de este libro – y a muchos otros nómadas. Es una reflexión continua y personal sobre el exilio y la errancia. Recordando el ir y venir de su padre y también de sus abuelos, Marín-Dòmine aviva en los lectores las ganas de saber más, de recuperar el pasado, pero no saber sobre lo relativo a las grandes fechas, los grandes acontecimientos y los grandes nombres, sino sobre lo que siente quien se ve obligado a cerrar una casa y empaquetar su vida en una maleta, quien no reconoce ninguna tierra como propia, quien teme.

En una narración íntima, con carácter de confidencia, se suceden sus propias sensaciones y sentimientos –ella también es nómada–, las cicatrices de las víctimas de las guerras, el peso y el desasosiego de la sombra de los campos de concentración…

Con una prodigiosa sensibilidad y anchura de miras, habla del exilio y de la huida en pasado y en presente. Las vivencias de su padre –primero como hijo, luego como padre– conducen al primer tercio del siglo XX, a las penurias económicas, la política, la guerra, a esos Reyes Magos que quizás no encuentren al que se va, a esos plátanos que sirven de anclaje en la ciudad francesa de Béziers porque también crecían en Barcelona, esa pintada con alquitrán, al recuerdo de una escuela que significaba libertad o al hambre y al dépaysement, esa sensación que describe con una delicadeza poética y transparente, que duele: «Es el vacío de un espacio en el que los sonidos familiares no existen y los nuevos no reverberan».

Esas vivencias que ella recuerda, que hace suyas y que a veces transcribe de las memorias de su padre («Hay ciertas experiencias vividas por los otros que se incrustan en la piel y aparecen como una serpiente a cada vuelta que damos», escribe en uno de los capítulos), le sirven de atalaya o de trampolín para escudriñar su forma de habitar el mundo («Se hereda el exilio», se pregunta) y para empatizar con los que ahora se ven obligados a abandonar su país.

Los recuerdos que se sostienen en nombres propios cercanos se entretejen con muchas referencias históricas y culturales (cita a Carmen Laforet, Ruth Klüger, Jules Verne, a Louis Wolfson, habla del Ladri di biciclette, de El espíritu de la colmena, de Romain Rolland…) y con todos ellos construye una obra que sobre un poso triste y nostálgico tiene también una fuerza luminosa, la que dan el aprendizaje y la admiración. «Aceptar la interferencia del pasado, y por tanto la presencia de otros que nos han precedido, implica un acto de humildad. El aprendizaje de la lectura de las huellas. La posibilidad de crear caminos nuevos forzando las coincidencias, de abrirse a lo imprevisto del futuro reconociendo la pérdida inevitable del todo pasado. Sin nostalgia».

Sí hay nostalgia, lo escribe ella misma cuando habla del aprendizaje que ha supuesto compartir las experiencias de otros hijos e hijas de supervivientes de otras muchas luchas, guerras, persecuciones. «La mirada se amplía, el oído se afina» y se abren «las puertas a una nostalgia productiva, jovial». Esa nostalgia alimenta el libro, como lo alimenta, desde la primera página, el amor hacia su padre, Joaquim Marín Caballol, del que, casi al final, esboza una maravillosa descripción, que habla de bondad, benevolencia, debate elegante, sentido del humor... Con un protagonista así, ¿no es fácil hallar luz?  

Huir fue lo más bello que tuvimos (Galaxia Gutenberg, 2020) o Fugir era el més bell que teníem en su edición catalana (Club Editor, 2019) ha sido reconocido con una mención especial de los Premios Llibreter 2019; Premio Ciutat de Barcelona 2019 a la mejor obra de Ensayo, Ciencias Sociales y Humanidades; 20 Premio Amat Piniella a la mejor obra narrativa de temática social contemporánea, y Premio Serra d’Or 2020 a la mejor novela.

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