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Autorretrato sin mí, de Fernando Aramburu

El premiado autor vasco publica un libro íntimo e intimista.

15 de noviembre de 2019. Estandarte.com

Qué: Autorretrato sin mí Autor: Fernando Aramburu Editorial: Tusquets Editores Año: 2018 Páginas: 192 Precio: 18 €

Autorretrato sin mí, de Fernando AramburuAutorretrato sin mí, de Fernando Aramburu suena a cura de excesos, a vuelta al hogar y al interior de sí mismo después de una época de frenesí vital y literario. El reconocimiento, pero también el ruido, de su novela Patria, de la que todo el mundo tenía algo que decir ya fuera a favor o en contra, quizá hizo necesario y urgente este libro que publica Tusquets con no muchas páginas, pero sí muchos capítulos. Está dividido en seis partes y cada una de ellas cuenta con diez capítulos o epígrafes bajo los que se insertan reflexiones sobre lo que Aramburu ve o ha visto (desde su ventana, desde un café), ha leído (libros y autores queridos), sobre sus recuerdos (de la niñez, de su familia).

Obviamente no se trata de una novela, pero tampoco de un ensayo, aunque sí estaría más próximo a este género. Autorretrato sin mí es una colección de impresiones, de reflexiones e incluso de sensaciones que el autor ha querido compartir con sus lectores, con el mundo, después de ajustarlas consigo mismo. Es, sin duda, su texto más personal. A lo largo de las menos de 200 páginas, Aramburu se retrata a sí mismo como si fuera una figura vacía que cobra sentido y relieve al contraste con los objetos, paisajes o entornos que frecuenta en su día a día. El relato que abre Autorretrato sin mí, por ejemplo, se titula Paisaje con abedules. En él, Aramburu explica lo que ve desde su ventana: “Mi ventana da a un herbazal que confina con una hilera de abedules. Aquellos árboles acercan la raya del horizonte hasta una distancia no superior a los cien metros. Más mundo no se abarca desde mi ventana”. En un viaje de ida y vuelta que exige confianza con los lectores y la escritura: el autor abre su ventana y su vista al mundo, pero al otro lado, los lectores toman el testigo y son capaces de imaginarlo en su quehacer diario o en sus ensimismamientos literarios.

Ese mundo diario o cotidiano que, en ocasiones, Aramburu toma por excusa en sus capítulos lo que hace en realidad es proyectar singulares o profundas reflexiones sobre el tiempo, la memoria, los recuerdos, el paisaje y los contrastes de las diferentes épocas o lugares donde ha vivido. La vida, al fin. En eso, Aramburu se iguala no solo con los numerosísimos lectores que tiene, sino con el resto de seres humanos. “Estas prosas conforman el relato de la vida de un hombre en el que todos podemos reconocer al autor y reconocernos”, señala la información de prensa que facilita Tusquets. En efecto, sus páginas plasman en escenas inolvidables las relaciones familiares, el padre, la madre, el amor, los hijos, los gozos y las angustias con que está hecha la biografía no solo de un escritor como Fernando Aramburu, sino la de todas las personas que comparten esos mismos afectos y esos miedos. “Un libro que debe leerse a sorbos lentos”, recomiendan desde la editorial. Un libro que se puede leer desde el principio o se puede abrir por cualquier página. Un libro que protagoniza el que escribe y el que lee y lo completa con sus propias vivencias o reflexiones.  Un libro, pues con sitio para todos, por donde pueden pasar todos a convertirse en protagonistas. Eso sucede en el capítulo titulado Polvo de hombre, en el que el autor para “congraciarse con la especie” sale a la calle y se siente en una cafetería a ver la vida pasar. Desde allí exhorta:

“Celebremos, les digo, que haya, después de todo, sitio en el día para el muchacho que pasa corriendo con una larga cinta por delante y sitio también, cómo no, para el viejo renqueante, despacioso, que arrastra una larga cinta por detrás.
Para el que se apresura en dirección a una esperanza y vuelve, al cabo de una hora, sonriente, cargado de manzanas.
Para la mujer en cuyo rostro la naturaleza hizo una obra de arte.
Para el que tropieza y cae (…)”.

Celebremos, pues, que en la literatura siempre haya sitio para todos: para los que escriben, para los que leen y para quienes simplemente pasan y pasean por los libros.

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