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El inicio de Luces de Bohemia; Valle-Inclán

La larga noche de su protagonista, Max Estrella.

04 de febrero de 2024. Estandarte.com

Qué: El inicio de Luces de Bohemia de Valle-Inclán

En 1924 apareció Luces de Bohemia como libro. Por entregas, Valle-Inclán lo había publicado antes en la revista España. En la portada, la palabra “esperpento”. La palabra existía, pero el género literario no. Valle-Inclán lo inventa y lo define en esta obra inaugural: “Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. No se pone los galones, un poco más arriba declara en boca del protagonista:  “El esperpentismo lo ha inventado Goya”. Ese protagonista es Max Estrella  “un hiperbólico andaluz, poeta” que si bien gozara en su día de cierto prestigio se encuentra en su último día (y noche) de vida anciano, miserable y ciego. Con poco que perder y muchas cuentas que ajustar, Max Estrella emprende un  peregrinaje por un Madrid sórdido, acompañado por Don Latino de Híspalis. Muchos años después, ese peregrinaje nocturno y criticón es repetido por los cofrades valleinclanianos, que coincidiendo con La Noche de los Teatros rinden homenaje a Max Estrella recorriendo los lugares de la ciudad donde se desarrollan diversas escenas de Luces de Bohemia. Entre ellos nunca pueden faltar el Callejón del Gato, verdadero templo del esperpento gracias a sus deformantes espejos; diversos tramos de la calle Mayor y la Plaza del mismo nombre; o la casa donde se suicidó Larra, en la calle Santa Clara. El Círculo de Bellas Artes de Madrid organiza anualmente este paseo literario con nombre propio, La noche de Max Estrella, donde se recuerda al inmortal personaje y a su creador, Valle-Inclán, mediante la lectura de escogidos pasajes de Luces de Bohemia.

 

 

Así comienza Luces de Bohemia, de Valle-Inclán:

 

Escena primera

 

Hora crepuscular. Un guardillón con ventano angosto, lleno de sol. Retratos, grabados, autógrafos repartidos por las paredes, sujetos con chinches de dibujante. Conversación lánguida de un hombre ciego y una mujer pelirrubia, triste y fatigada. El hombre ciego es un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales, Máximo Estrella. A la pelirrubia, por ser francesa, le dicen en la vecindad Madama Collet.

 

Max: Vuelve a leerme la carta del Buey Apis.

Madama Collet: Ten paciencia, Max.

Max: Pudo esperar a que me enterrasen.

Madama Collet: Le toca ir delante.

Max: ¡Collet, mal vamos a vernos sin esas cuatro crónicas! ¿Dónde gano yo veinte duros, Collet?

Madama Collet: Otra puerta se abrirá.

Max: La de la muerte. Podemos suicidarnos colectivamente.

Madama Collet: A mí la muerte no me asusta. ¡Pero tenemos una hija, Max!

Max: ¿Y si Claudinita estuviese conforme con mi proyecto de suicidio colectivo?

Madama Collet: ¡Es muy joven!

Max: También se matan los jóvenes, Collet.

Madama Collet: No por cansancio de la vida. Los jóvenes se matan por romanticismo.

Max: Entonces, se matan por amar demasiado la vida. Es una lástima la obcecación de Claudinita. Con cuatro perras de carbón, podíamos hacer el viaje eterno.

Madama Collet: No desesperes. Otra puerta se abrirá.

Max: ¿En qué redacción me admiten ciego?

Madama Collet: Escribes una novela.

Max: Y no hallo editor.

Madama Collet: ¡Oh! No te pongas a gatas, Max. Todos reconocen tu talento.

Max: ¡Estoy olvidado! Léeme la carta del Buey Apis.

Madama Collet: No tomes ese caso por ejemplo.

Max: Lee.

Madama Collet: Es un infierno de letra.

Max: Lee despacio.

 

Madama Collet, el gesto abatido y resignado, deletrea en voz baja la carta. Se oye fuera una escoba retozona. Suena la campanilla de la escalera.

 

Madama Collet: Claudinita, deja quieta la escoba, y mira quién ha llamado.

La voz de Claudinita: Siempre será Don Latino.

Madama Collet: ¡Válgame Dios!

La voz de Claudinita: ¿Le doy con la puerta en las narices?

Madama Collet: A tu padre le distrae.

La voz de Claudinita: ¡Ya se siente el olor del aguardiente!

 

Máximo Estrella se incorpora con un gesto animoso, esparcida sobre el pecho la hermosa barba con mechones de canas. Su cabeza rizada y ciega, de un gran carácter clásico-arcaico, recuerda los Hermes.

 

Max: ¡Espera, Collet! ¡He recobrado la vista! ¡Veo! ¡Oh, cómo veo! ¡Magníficamente! ¡Está hermosa la Moncloa! ¡El único rincón francés en este páramo madrileño! ¡Hay que volver a París, Collet! ¡Hay que volver allá, Collet! ¡Hay que renovar aquellos tiempos!

Madama Collet: Estás alucinado, Max.

Max: ¡Veo, y veo magníficamente!

Madama Collet: ¿Pero qué ves?

Max: ¡El mundo!

Madama Collet: ¿A mí me ves?

Max: ¡Las cosas que toco, para qué necesito verlas!

Madama Collet: Siéntate. Voy a cerrar la ventana. Procura adormecerte.

Max: ¡No puedo!

Madama Collet: ¡Pobre cabeza!

Max: ¡Estoy muerto! Otra vez de noche.

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