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Yo, Ciborg: un ciborg y obligado a luchar en una despiadada guerra de exterminio

La identificación con Jesús que el guionista sugirió capítulo a capítulo desde el inicio.

27 de octubre de 2024. Iván de la Torre

Qué: Yo, Ciborg Autores: Alfredo Grassi (guion); Lucho Olivera (dibujante) Editorial: Ediciones Record Año: 1991 Páginas: 80 Precio: 1500 pesos argentinos

En el primer capítulo de esta extraordinaria novela gráfica, Hor, el protagonista de la historia, descubre que todo lo que cree es falso, una mentira montada por el gobierno para manipularlo y obligarlo a pelear en una guerra brutal: no está en su planeta, no combate una invasión alienígena y, lo peor de todo, ni siquiera el cuerpo que tiene le pertenece: «Marte, cuarto planeta del sistema solar. Año 15799 de la era Czym. Año 2265 de la era cristiana en la Tierra. Esa larga batalla que lleva ya cinco años ininterrumpidos de violencia y muerte para aniquilar al invasor llegado de las estrellas... los tripulantes de monstruosas espacio-naves venidas desde el tercer planeta, la Tierra como ellos la llaman, con el atronar de sus incomprensibles máquinas de guerra que levantan nubes ocres hacia el cielo rojizo...Yo tripulé los vehículos de guerra y luché contra los marcianos convencido que defendía la tierra contra los invasores... controlado por frías computadoras que me decían que yo era humano y terráqueo, que los atacantes eran ellos y nosotros las víctimas... hasta que supe la verdad. Parte de la verdad, por lo menos. Ni soy humano ni la Tierra ha sido invadida. Y por eso lucho para saber por qué soy así... quién me hizo, con un cerebro humano en un cuerpo sintético... dónde está mi cuerpo. ¡Debo saber! ¡Debo saberlo todo! ¿Quién le puso mi cerebro en este artefacto mecánico disfrazado de humano? ¿Por qué?».

Repitiendo el esquema de Ronar, su gran clásico publicado pocos años atrás, también con dibujo de Lucho Olivera, Grassi combina el ritmo frenético de la primera ciencia ficción norteamericana (enfrentamientos brutales, monstruos gigantes, bellísimas mujeres semidesnudas y maquinas increíbles) con el ritmo introspectivo de un thriller metafísico sobre un hombre desesperado por obtener respuestas a todas las preguntas que lo obsesionan: «¿Tiene alma un ciborg? ¿O acaso todavía queda algo de la antigua chispa divina en mi mente? Si puedo odiar como odio... ¿seré capaz todavía del amor? Oh, señor de lo existente. Solo. Ajeno a lo creado, ausente a lo que destinaste cuando trazaste mi destino... un monstruo para los seres del lejano planeta verde... un monstruo para los habitantes de este planeta rojo... con una mente que sufre... un cuerpo que no es el mío. ¡Dame algo, señor! ¡Un nombre! ¡Una tumba! ¡Una estrella!».

Grassi dosifica sabiamente la narración, combinando el ritmo de los antiguos seriales de cine y televisión con la mirada de un personaje que debe luchar con las dudas e inquietudes sobre su naturaleza y los peligros que lo acechan a cada paso, en una agotadora odisea donde va descubriendo que el mundo que creía muerto en realidad está más vivo de lo que pensaba, poblado por prodigios como la aterradora Ciudad Muerte «que prosigue su marcha insensata por los mares secos, trazando nuevos canales, recorriendo los antiguos rastros sin objeto. Tan inútil como la absurda invasión de los hombres al planeta moribundo»; o los Ogrs-Ur, «mutantes que descienden de los sobrevivientes del gran holocausto atómico que vaporizó mares y creó montañas en el planeta Rojo... perdieron un ojo... y con él su capacidad para captar la perspectiva de la naturaleza».

Lucho Olivera enriquece el guion dándole una atmosfera despojada, existencialista, donde los múltiples interrogantes que acosan al protagonista se reflejan en el opresivo escenario que lo rodea, un inmenso vacío, un desierto interminable donde vaga el cada vez más angustiado, desesperado y solitario Hor.

De forma deliberada y muy sutil, Grassi construye la imagen de un Cristo sufriente que debe atravesar una serie de pruebas terribles, fortaleciendo así todas las resonancias bíblicas presentes desde el comienzo de esta impecable fábula tecnológica que habla sobre redención y culpa, manipulación y conciencia.

Grassi incluso se permite reescribir el diluvio universal en un capítulo tan inolvidable como aterrador: «Y llovió sobre Marte siete días con sus siete noches, torrentes, miles de toneladas, millones de trombas líquidas arrasando todo... Y el agua llenó los viejos canales rastrillados por ciudad-muerta, y los Hela, los hombres pez, salieron de sus tumbas de cieno donde yacían deshidratados esperando y fueron nuevamente los señores del mar, por la ley del colmillo y la garra, y no mataron al invasor terráqueo por odio, sino para saciar su hambre de milenios... Y la inmensa selva escarlata que sobrevivía bajo las arenas de pirita renació sobre el desierto inundado, convertido en fértil fangal, y los hombres-plantas movieron sus tentáculos... y no mataron a los terráqueos por odio, sino para saciar su hambre...».

Para volver a convertirse en un ser humano, Hor debe hacer un último sacrificio personal que fortalece la identificación con Jesús que el guionista sugirió capítulo a capítulo desde el inicio: «No podía amarlo, pero tampoco odiarlo. Y en esa actividad que lo fatigó hasta el punto de forzarlo a interrumpirla, concentró toda la eternidad de angustias y de dudas de los años pasados...».

Lo increíble es que Alfredo Grassi escribió esta obra (junto a otros clásicos de la época, como Planeta rojo) empujado por un serio problema económico, algo que nadie hubiera imaginado al leer un texto redondo, donde no sobra ni falta una palabra: “Teníamos que pagar la hipoteca de la casa. Me llevaba dos máquinas de escribir a la playa cuando iba a Mar del Plata, me ponía a trabajar en la playa. No podía perder tiempo porque podía perder la casa”.

Olvidado durante años por los críticos oficiales del género (Carlos Trillo y sus secuaces Guillermo Saccomanno y Juan Sasturain, que omitieron deliberadamente de sus reseñas todas las obras y autores que pudieran opacarlos), Yo, Ciborg se mantiene vigente gracias a la fidelidad de los lectores que siempre la consideraron una de las mejores novelas gráficas escritas en Argentina, al mismo nivel que clásicos de la ciencia ficción nacional, joyas como Gilgamesh, el inmortal, Mark, Custer, Hoover, El último recreo, Henga y Cibersix.

 

Comentarios en estandarte- 2

1 | Luz María Mikanos 20-06-2024 - 06:34:35 h
Qué narrativa espectacular de esta obra que realmente lo merece. Un artículo de lujo!

2 | Ivan 20-06-2024 - 23:22:57 h
Muchísimas gracias, querida Luz!