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Precinto 56: el cómic que dejó sin palabras a Hugo Pratt

El sórdido universo donde trabaja y (sobre)vive el teniente Zero Galván.

20 de marzo de 2024. Iván de la Torre

Qué: Precinto 56 Autores: Ray Collins (guion); Lito Fernández (dibujos). Editorial: Doedytores Año: 2021 Páginas: 84 Precio: 1.300 pesos argentinos

En la primera versión de esta serie (dibujada a comienzos de los años sesenta por un jovencísimo José Muñoz pre-Alack Sinner), el teniente Zero Galván era un policía con cara de marine norteamericano.

En la relectura, una década después, ya con Ángel “Lito” Fernández a cargo de los dibujos y publicado en la flamante editorial Récord, Collins latinizó a su antihéroe, convirtiéndolo en el paria definitivo, alguien a quien sus compañeros desprecian por no ser un norteamericano “puro”, los mafiosos odian por no dejarse comprar y los jóvenes revolucionarios estigmatizan por sus valores “burgueses”.

La sociedad neoyorquina, con su mezcla de razas y clases sociales, le sirve a Collins para enfatizar todavía más la soledad esencial del personaje, un hombre consciente de que representa un papel en el que ni siquiera él mismo cree: “Ya no era un superhombre. Ya no John Wayne en Arenas de Iwo Jima... La policía te va marcando, ¿ninguna mujer es decente? ¿Ningún hombre dice la verdad...? Vengo del tiempo que ya no está. Patton, las películas donde los americanos ganaban siempre y llevaban uniformes llenos de medallas”.

Collins retrata el sórdido universo donde trabaja y (sobre)vive el teniente Zero Galván en frases perfectas, redondas, afiladísimas, que transmiten al lector el clima de una época y una sociedad marcada por cambios abruptos, del sueño hippie al desengaño por el Watergate que terminaría con la llegada de Ronald Reagan a la presidencia:

«Aquel mundo olía a podrido pero el dinero lo hacía respetable».

«Estuviste en Corea. ¿O era en Saigón? ¿Argelia, tal vez? Un americano es ciudadano de todas las guerras».

«La sangre ajena es terrible, ¿sabes? Aquel negrazo se creía un Dios, pero yo no lo odiaba. Jamás odié a nadie, cuando fui policía. Él estaba en una vereda; yo, en otra, ¿no es estúpido?».

«Casi nunca hay sol, cuando los hombres se matan, sea cual sea la causa...»

«El mundo es sexo, dinero, sexo otra vez».

«¡A nadie importa si vives o si mueres, solo te piden que por un sueldo miserable seas un policía honesto, puro y valiente! ¡Y que tu mujer ni se enferme, porque no hay dinero para pagar!».

«El piso era el lujo supremo, el dinero insultante, algo para herir a quien entrase desprevenido. Cuadros de firmas notables que valían miles de dólares, marfiles, incunables. Calvin Scott no habría alcanzado el sol, pero si la fama, la gloria, el dinero».

«Aquella noche, Galván no buscó a Lena O’Maley ni a Fiorella Ricci, se emborrachó en el puerto, para huir de los periodistas que querían hacerlo el héroe del día para consumo de una ciudad donde héroes y muertos forma el cemento de la civilización».

Con frases como estas, que marcan el ritmo personal e intransferible de cada historia, Collins hace en Precinto 56 un retrato preciso y despiadado de los 70, mostrando la dificultad de encontrar justicia en un mundo donde el dinero y el poder lo corrompen todo: amistad, trabajo y amor.

«¿Ninguna mujer es decente? ¿Ningún hombre dice la verdad?”, se pregunta el protagonista de la saga, y luego agrega: “Perdí amigos, camaradas. Cada calle que pisé fue un país que me agotó las piernas».

Como el Philip Marlowe de Raymond Chandler, Galván sabe muy bien que, para mantenerse inmune frente a la corrupción que lo rodea, debe quedarse siempre solo, siguiendo un personal código de justicia (honor, amistad, lealtad con el amigo caído), que solo pueden comprender y respetar personas tan ajenas al sistema como él: un indio sioux perdido en la gran ciudad que busca a su nieta perdida; un anciano ex-combatiente de la Segunda Guerra Mundial al que su hijo maltrata sistemáticamente; un veterano que perdió una pierna en Vietnam y al que nadie le presta ya atención…

En un mundo donde todas las reglas morales han sido abandonadas o rotas, la permisividad es la regla y el poderoso es adorado por su astucia para manipular las leyes en beneficio propio, el teniente Zero Galván marca la diferencia al no permitir ser usado ni comprado por nadie, manteniéndose fiel a su personal escala de valores, consciente de que los demás lo consideran un residuo del pasado, obsoleto, fuera de lugar, incluso ridículo en su afán de buscar justicia:

«Veinteañera: La generación suya no tuvo valor para alzarse siquiera del sueño... ¡Mírale usted! ¿Qué ha dado? ¡Solo alienación y suciedad! Ustedes se benefician con la juventud. Hemos desterrado el tabú del amor y de la droga... ¡hasta tienen amantes jóvenes...!

Galván: A tu edad, soñábamos...

Veinteañera: ¡Vamos! usted está pensando en llevarme a su casa. A mí, no me disgustaría. Siempre quise saber qué tipo de amor puede dar un tipo como usted, que vive entre la escoria...»

Precinto 56 muestra a un hombre empeñado en luchar sabiendo que al final será derrotado, humillado incluso, pero, aun así, decidido a mantener sus códigos hasta el amargo final:

«Chica: dime, polizonte, ¿por qué se mueren los buenos?

Galván: para que ganen los malos».

En esa frase, corta y contundente, está la esencia de Precinto 56 y todos los grandes personajes de Collins, un escritor que creó a su personaje Zero Galván a pedido del mismísimo Hugo Pratt.

"Él había tomado la dirección de la revista ‘Misterix’, y me llama para preguntarme por qué las historietas del Oeste que yo hacía eran tan amargas. Salimos a tomar un café y me dice: ‘Hacete un policial’. Nunca había escrito uno. Le digo: ‘¿Cómo lo querés?’. Me mira fijo, y larga: ‘Vos sabés bien cómo lo quiero’. Entré a buscar un referente, algo que me hiciera sentir seguro de lo que iba a intentar. Ahí se me aparece la serie La ciudad desnuda con su ‘Hay ocho millones de historias en la ciudad desnuda, esta es una de ellas’. Era lo que hoy es La ley y el orden. Las cosas se relacionan en el policial, como lo he señalado en Crónicas y misterios de la Novela Negra, que no es un ensayo académico sino el libro de un lector apasionado. Ross Macdonald le pone Lew Archer a su personaje, y Archer era el socio de Sam Spade en El halcón maltés de Dashiell Hammett. Y Chandler calca a Hammett al extremo, a El largo adiós le hace cinco finales, como Hammett se los hizo a La maldición de los Dain. Como Mankel y mi colega Camilleri hacen hoy con Simenon. Y Simenon consiguió que su Inspector Maigret tuviera un encanto especial. Que es lo que yo buscaba para mi Zero Galván. Ese Zero Galván, ese Precinto 56 que empezó con aquella orden de Pratt”.

De esta inolvidable novela gráfica puede decirse lo mismo que dijo André Malraux sobre Santuario, la despiadada obra de William Faulkner: “Es la irrupción de la tragedia griega en la novela policíaca”.

 

Comentarios en estandarte- 2

1 | Luz María Mikanos 29-09-2023 - 04:16:29 h
Le he tomado enorme aprecio a Estandarte por incluir estas reseñas espectaculares y que no tenemos mucha oportunidad de leer!

2 | Ivan 25-03-2024 - 01:00:48 h
Muchas gracias por tu comentario, Luz!