Nuevo Mundo: un universo tan fascinante como aterrador

11 de febrero de 2024. Iván de la Torre

Los mejores trabajos de Ricardo Barreiro en la década de los ochenta olvidan las tramas sentenciosas, los personajes superpoderosos y su cada vez más explícita afición al sadismo (presente en obras como Bárbara, Ministerio, Slot-Barr o el inclasificable pastiche de El Instituto, donde se mezclan referentes históricos como Winston Churchill y el doctor Sigmund Freud con personajes literarios como Sherlock Holmes y Míster Hide) para contar historias de pura acción, cuyo disparador es siempre el mismo: un hecho fantástico que sumerge a los protagonistas en una realidad completamente distinta a la que conocen, donde la magia y la violencia son los elementos dominantes.

En Nuevo Mundo, una nave llena de convictos enviada antes que las carabelas de Cristóbal Colón para comprobar si el mundo es plano o no, es atrapada por una misteriosa tempestad y cae en un universo desconocido: «El 12 de octubre de 1492 las tres embarcaciones españolas capitaneadas por Cristóbal Colón, llegaban a las tierras de un nuevo continente que en ese momento creyeron las Indias Occidentales, de ‘La Intrépida’ nunca más volvió a saberse, la historia jamás registró su participación en la importante expedición, apenas la mención de su hundimiento durante una travesía comercial a Marsella, es mencionado en las páginas de los registros navales de la época».

Como en Ciudad, El televisor, Avrack, el señor de los halcones, La diosa tiburón, Ulrick, el negro, La Fortaleza Móvil o El Mundo Sumergido, sus grandes títulos de los ochenta, Barreiro construye un mundo similar al que conocemos, pero deformado deliberadamente por elementos mágico-maravillosos que funcionan como eje de todas las aventuras que debe afrontar el excapitán Diego de Valencia y su amigo Juan Ruíz, los sufridos protagonistas de esta retorcida pero adictiva historia: «Son tierras extrañas. Un nuevo mundo donde se cumplen los más fantásticos prodigios. Hace tiempo y en cualquier otro lugar de la tierra hubiera pensado que tal cosa sería imposible, pero aquí, en el nuevo mundo, no lo sé».

Este escenario grandioso y fantástico, donde todo es posible y un pequeño descuido puede terminar en la muerte más atroz, le permite a Barreiro desplegar prodigios increíbles que, gracias a su talento, cobran vida ante el lector: «Esto no es lógico. El mar, aquí, en una pirámide, en medio de la selva. ¡Estamos en una pirámide, a cientos de pies de altura! ¿Cómo podemos aparecer en la playa con sólo atravesar un portal?»

A lo largo de los diez episodios que dura Nuevo Mundo, los sufridos protagonistas deben sobrevivir a salvajes guerreras amazonas, voraces tiburones de arena, malvados enanos caníbales, mandrágoras ávidas de sexo, inmensos monos que exigen sacrificios humanos, gigantescas arañas, selvas encantadas y, tal vez lo peor de todo, extrañas niñas pedigüeñas («Señor, lo importante es mi ratoncito. Un ogro malo me lo quitó y escondió en el laberinto. Si te animáis a entrar allí dentro y ves mi ratoncito, por favor, suéltalo. El ogro lo encerró en una jaula para que no escapase»).

Con una gran economía de palabras, mostrando un impecable talento de narrador para sugerir siempre más de lo que cuenta, Barreiro despliega su personal universo fantástico, recuperando los símbolos más reconocidos de su ficción y, al mismo tiempo, incorporando creaciones nuevas e impactantes, como la feroz pradera formada por una “hierba vampira” que devora a los caminantes («es el césped... parece alimentarse de nuestra sangre»); la bruja que promete hacer realidad todos los deseos del protagonista («las aguas de ese lago son espejo del destino. En sus reflejos verás los ensueños de irrealidades posibles... Cuando una de ellas te agrade más que otra, zambúllete en sus aguas... y vivirás la ilusión como realidad en un instante que será eterno porque no tendrá tiempo»); los soles gemelos que matan de sed a los viajeros imprudentes («¡Hace horas no se mueven los dos soles en el cielo! ¡Ya no aguanto más ni la sed ni el hambre!”); o la hermosa y misteriosa joven que fallece al perder el contacto con el suelo (“¡Está muerta! ¡Como una planta marchita! Fíjate en sus pies: ¡son plantas! Al no tocar tierra, sus raíces se han secado… como si fuera hierba arrancada»).

El guionista incluso se permite (como un guiño evidente al famoso episodio de Mort Cinder escrito por H. G. Oesterheld y dibujado por Alberto Breccia en la década del sesenta) reconstruir el mito de la torre de Babel: «Un tifón me alzó por los aires con mi nave en el mar de China... Llegué hasta estas playas malditas aferrado a un trozo de mástil. Fui capturado casi de inmediato por los motilones, así llaman a su raza los nativos y puesto a trabajar en la construcción de la torre de los dioses... un proyecto demencial iniciado hace varias generaciones por el recontratatatarabuelo del actual emperador de los motilones, se supone que la torre una vez terminada será tan alta que llegará hasta la morada de los mismos dioses y entonces esos dioses bendecirán al emperador con el don de la inmortalidad. Cientos de millares de esclavos han muerto en la concreción de esta obra de locos... pero ahora parece que la construcción de la torre llega a su final. Éstos que llevamos aquí son los últimos ladrillos».

Nuevo Mundo puede leerse como una continuación/homenaje a Alvar Mayor (1977) y El peregrino de las estrellas (1980), porque muchos de los monstruos, escenarios, dilemas y antihéroes creados por Carlos Trillo son deliberadamente rescatados por Ricardo de la mano de un inspiradísimo Enrique Breccia que supo darle credibilidad a personajes extraordinarios sin que pierdan sus rasgos reales, logrando que el lector perciba todo el tiempo el sudor, el miedo, el cansancio y la desesperación de los protagonistas ante una aventura deslumbrante y, al mismo tiempo terrorífica, donde nada es nunca lo que parece.